Nuestras
diferentes perspectivas, valiosas desde el punto de vista de la multiplicidad
de posibilidades, generan problemas cuando se trata de ponernos de acuerdo,
puesto que se basan en premisas distintas. No lograremos estructurar una
sociedad que nos permita vivir en armonía, a menos que logremos comprender como
se construyen y lo que representan nuestros diferentes mapas de la realidad.
Pensamos
que la educación integral, debe enfocarse en expandir la conciencia del
estudiante. Gradual y progresivamente. Ampliando continuamente la perspectiva y
permitiendo que el estudiante procese conscientemente cada vez, mayor cantidad
de información.
Necesitamos
incorporar en este nuevo modelo educativo los conocimientos recientes de la
biología: que todos los sistemas orgánicos son dinámicos; que la evolución
cambia al mismo tiempo al organismo y al medio; que el equilibrio de nuestro
ecosistema es frágil; y que necesitamos desarrollar una conciencia planetaria.
También
requerimos aprovechar los asombrosos avances de la neurociencia: comprender
como funciona nuestro cerebro, aceptar la neuroplasticidad y las neuronas de la
empatía para educar las emociones, desarrollar las habilidades blandas y potenciar las relaciones interpersonales.
Necesitamos desarrollar un modelo para el aprendizaje continuo.
Por
último, debemos comprender que la ciencia de la complejidad, con su infinita
red de relaciones y consecuencias; sus equilibrios efímeros, atractores
extraños y propiedades emergentes nos presenta un escenario educacional
abierto, dinámico y extremadamente sensible.
Con
las novísimas herramientas que nos prestan estas ciencias duras, estamos en
condiciones de rediseñar la educación, ya no para procesar información, sino
para expandir la mirada de nuestros estudiantes y prepararlos para vivir en el
bienestar personal, colectivo y planetario.
Ha
llegado el momento en que debemos diseñar una educación para la expansión de
consciencia.
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