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viernes, 28 de septiembre de 2012

Si, se puede: ¡acortar las carreras!


El mundo está enfrentando una transición cultural profunda, catalizada por problemas globales, de carácter sistémico (interconectados e interdependientes) que demuestran la necesidad expandir nuestra percepción de la realidad, desde la mirada mecanicista, cartesiana y lineal hacia una perspectiva sostenible, holística y no lineal (integral). El cambio de paradigma nos dará una nueva explicación de cómo funciona la vida, que modificará nuestros valores y comportamientos. En esta tarea, la educación tiene un rol fundamental y la nueva generación de profesionales, debe estar preparada para asumirla.
Si vamos a discutir los problemas de fondo acerca del acortamiento de carreras, en primer lugar tenemos que despojarnos de los intereses particulares y enfrentar el desafío con una perspectiva planetaria.
A las universidades no les conviene.
A los profesores tampoco.
Y sin embargo, se puede...
Se puede reducir la duración de las carreras, siempre que los nuevos profesionales asuman la responsabilidad de su actualización permanente. En un mundo cambiante, el título profesional debe entenderse como el inicio de la educación continua y por tanto, la preparación universitaria debe conducir a la autonomía académica.
Se puede reducir las carreras si la educación secundaria logra los estándares que el ministerio le impone. No es justo que solo la educación superior asuma el costo de una tarea mal ejecutada por terceros. Quien quiera seguir estudios superiores debe estar capacitado para ello. Esta es tarea de todos.
Se puede reducir las carreras si se facilita la inserción laboral con procesos educativos más prácticos, donde el aprender se logra haciendo. En esta tarea la empresa pública y privada debe relacionarse mejor con las universidades, desarrollando capacitaciones conjuntas.
Por último, se puede aprovechar esta re-ingeniería de las carreras para actualizar las disciplinas en función de las necesidades del siglo XXI, aprovechar la accesibilidad al conocimiento que nos brinda la tecnología, usar mejores métodos y generar sinergias entre las instituciones de educación superior, sin olvidar que estamos formando seres humanos que tendrán que resolver los problemas que nuestra mirada fragmentada y cortoplacista les ha heredado.
Perder esta oportunidad, sería una verdadera irresponsabilidad.

sábado, 22 de septiembre de 2012

El dialogo constructivo


Lo primero que dije al aceptar la responsabilidad de dirigir la facultad de educación, fue que yo venía de otro mundo...de un mundo más plano. Era bastante evidente, pero lo dije por varias razones: obviamente hacía una referencia al mundo plano que propone Thomas Friedman, al advertirnos del cambio paradigmático que encontraremos en la  era de la información; pero también por la urgente necesidad de que el mundo académico revise sus postulados más básicos (la jerarquía de los grados académicos y la fragmentación disciplinar, entre muchos otros); aunque mi motivación más íntima al hacer esta declaración, era la necesidad de cambiar el tipo de comunicación unidireccional que experimentan los estudiantes en las aulas.
Me crié en una cultura donde el diálogo respetuoso era visto como una oportunidad de contrastar posturas para ampliar nuestras miradas. Las diferencias de opinión, eran no solo aceptadas, sino muy valoradas. Eran producto de vidas distintas. En esa cultura, la comunicación es bi-direccional. Se escucha al otro, respetándolo y partiendo del supuesto de que su interpretación es válida y que el contexto explica una percepción distinta que genera una interpretación novedosa. Allí, cuando alguien manifiesta no estar de acuerdo, se celebra el interés de compartir una perspectiva adicional para enriquecer la conversación.  Se escucha, atentamente, para comprender como esa otra arista permite tener otra explicación. El diálogo constructivo, a partir de las diferencias, es el mecanismo de integración de conocimientos. Discutir una idea desde distintas realidades y experiencias, permitía ampliarla y comprenderla mucho mejor. Es un ejercicio de plasticidad mental, que siempre he valorado.
El antiguo profesor, que se siente dueño de la verdad, tiende a un monólogo expositivo, tratando de proporcionar evidencia contundente acerca de su postura. No escucha para comprender, sino que lo hace para rebatir y convencer. Pierde así una posibilidad extraordinaria de enriquecer su mirada y ampliar sus conocimientos. Hoy, el conocimiento está al alcance de los estudiantes, que traen otros contextos y enriquecen el análisis de cualquier tema. Más aún, esas juveniles miradas, nos permitirán desenmascarar algunas de nuestras creencias más limitantes. El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa. La universidad debe contribuir a generar una transición verdaderamente integradora.
Afortunadamente, algunos profesores han sabido adaptarse a la nueva realidad y han comprendido el cambio en el rol que les corresponde. Los profesores del siglo XXI tendrán que desarrollar habilidades socio-emocionales para relacionarse mejor con sus estudiantes. Algunos de nuestros connotados maestros, las tienen en forma natural y es justamente eso, lo que los distingue del resto de los profesores. Hoy, se reconoce que el clima emocional en el aula, es el factor más influyente en el aprendizaje de los estudiantes. Entonces, nuestra tarea prioritaria es formar profesores con empatía. Y eso se consigue con nuestro ejemplo, creando un ambiente de respeto mutuo y sobretodo, recuperando la capacidad de dialogar constructivamente con nuestros futuros profesores.