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domingo, 24 de mayo de 2015

Los bastones selfies

Europa está infestada de vendedores de bastones para tomar selfies. Y si hay tantos vendedores es porque hay más compradores. Es el síntoma de una sociedad enferma de individualismo y autonomía. Una sociedad que vive mirándose el ombligo e inflando egos. Y para que no quede duda alguna, me declaro igualmente enfermo. 
Ya ni siquiera necesitamos pedirle a alguien que nos tome una fotografía. Pedir ayuda y/o ayudar a otra persona es una característica humana que podríamos estar perdiendo. Cada uno de nosotros vive en su propio cosmos sin percatarse de los eventos que influyen en el cosmos de los demás. Nos importa sólo lo que afecta nuestro vivir individual. Tal vez porque nos creemos más importantes que los demás. 
La historia de la Humanidad está repleta de guerras en contra de egos sobrealimentados. Muchos se han creído superiores, con derecho a definir el destino del "pueblo ignorante". Los faraones egipcios, los sultanes turcos, los emperadores romanos, los cruzados, los conquistadores, los pontífices… y en épocas más recientes, algunos generales, algunos políticos y empresarios, incluso ciertos doctores y economistas, todos aquellos que se han sentido dueños de la verdad, han cometido pecados atroces en defensa de sus propios intereses. Reconozco que muchos no han estado conscientes de las repercusiones de sus conductas egoístas y que puede no haber existido mala intención. Pero el enorme daño que esos egos con poder han infringido al ser humano, resulta inconmensurable. 
Muchos, pobrecitos, siguen creyéndose superiores. ¡En pleno siglo 21! La soberbia, esa traicionera sombra del poder, infla los egos y trastorna el juicio. La sensación de superioridad no nos permite digerir la vida y cuando advertimos que no somos dignos del poder que hemos acumulado, nos enfermamos. Para curarnos tenemos que desinflar nuestros egos y entregar el poder. Pero nada nos asusta más que mostrar nuestra humanidad. 
La educación debe continuar la batalla contra los egos obesos. La guerra está lejos de ganarse. Esos egos inflados han quitado a muchos su derecho a pertenecer a la comunidad humana. Son como globos aerostáticos, que buscan subir cada vez más alto para tener más perspectiva, pero que en su ascenso pierden contacto con la Tierra y su visión termina nublada por sus certezas.
Cuando vemos la indiferencia generalizada frente al drama de la inmigración africana a Europa, cuando nos percatamos de que nadie quiere hacerse cargo del problema, cuando miles de muertes no son suficientes para despertar nuestra solidaridad, cuando no nos afecta la agonía de niños y mujeres africanos que prefieren arriesgar sus vidas antes que aceptar el hambre, la pobreza y la humillación… entonces es tiempo de desinflar nuestros egos y ampliar nuestro sentido de pertenencia. 
¡Son seres humanos!, como usted y como yo. Aunque muchos se conmueven más por las malas notas de sus hijos, que por el destino de millones de africanos. La educación, sin embargo, debe enseñarnos a sentirnos todos humanos, miembros de una civilización solidaria, de una cultura respetuosa de nuestras diferencias y de una sociedad que se preocupa por el bienestar colectivo.
Lo mismo ocurre con el calentamiento global. La indiferencia frente a la deforestación, a la contaminación, a la sobre-explotación de los recursos naturales, entre otras, nos demuestra que necesitamos una nueva forma de relacionarnos con la naturaleza. Nuevamente debemos ampliar nuestro sentido de pertenencia. Sentirnos parte del milagro de la vida en nuestro planeta.
¡Somos seres vivos! y debemos cuidar nuestro hábitat. Una tarea que tendremos que asumir mas temprano que tarde. La flora y fauna que compone la biosfera está intrínsecamente relacionada. Lo que hagamos con la naturaleza determinará nuestra propia sustentabilidad. Esta es una responsabilidad que la educación debe inculcar a todos los jóvenes. 
Pero si verdaderamente queremos ampliar nuestro sentido de pertenencia, tendremos que sentirnos parte del proceso evolutivo que la vida desarrolla en la Tierra. No somos inmutables. ¡Somos un proceso!  Estamos inmersos en un proceso universal de transformación continua. Hemos heredado ciertas características que debemos cultivar para desarrollar nuestro pleno potencial. Hemos hecho avances notables en ciencia y tecnología. Debemos aprovecharlos. En este proceso evolutivo, la mejor estrategia que podemos identificar para nuestra especie, es la integración de nuestros conocimientos a través de una educación de calidad y el aprovechamiento de la tecnología para usarlos eficientemente. Mejorar nuestras posibilidades evolutivas significa integrarnos mejor: Como seres humanos, como seres vivos y como partes de un proceso cosmológico universal.
La educación mejoraría significativamente si lograra transmitirnos las implicancias más profundas de las verdades más simples: 
¡Somos seres humanos, somos seres vivos y estamos evolucionando!



domingo, 3 de mayo de 2015

Cargado de Amor

Roma es una ciudad de grandes contrastes. Después de visitar el Vaticano, lleno de grandiosidad y símbolos de poder, fuimos esa tarde a la Cripta de los Capuchinos, decorada con los huesos de más de 4000 monjes. Resultó un espectáculo sobrecogedor ver como tantos huesos humanos ordenados artísticamente por algún macabro miembro de la órden, se exponían como decoración. Fieles a su vida ascética y rigurosa y a sus votos de pobreza, ellos si viajaban ligeros de equipaje. Decían que el lujo y la ostentación eran demostraciones de pobreza espiritual. 
Y tal vez lo más memorable de esta visita fue el mensaje de despedida de esos antiguos esqueletos de miles de frailes: "Alguna vez fuimos como ustedes y alguna vez serán como nosotros". Ciertamente un pensamiento que nos recuerda la transitoriedad de la vida y la necesaria humildad con que hay que vivirla. 
Al salir de allí,  necesariamente se debe mirar a la Vía Veneto, con otros ojos. Todas sus elegantes tiendas, fastuosos hoteles  y exclusivos restoranes que me habían impresionado antes, habían cambiado. Eran simple decoración para una gran cantidad de limosneros que apelaban a la generosidad de los turistas ricos. Tenían algo en común, puesto que todos estaban acompañados por un perro. No me pareció entonces que era para inspirar más lástima, puesto que los trataban con mucho cariño. Algunos dormían acurrucados con sus mascotas y otros los besaban sin asco. Tal vez tenían poco, pero igual esos pordioseros tenían necesidad de expresar su cariño. 
Entonces comprendí la lección: Necesitamos poco para vivir, pero lo más importante de ese poco, es una buena dosis de amor.

viernes, 1 de mayo de 2015

Viajar ligero de equipaje

Viajaba desde Madrid a Roma y observaba curioso a un grupo de españoles que tenía un comportamiento bastante desconsiderado. Eran ciegos a la incomodidad que generaba su conducta en los demás. Igual que no nos damos cuenta de nuestros errores hasta después de cometerlos, tampoco nos damos cuenta de las molestias que causamos a los demás con nuestras acciones… y puede que nunca caigamos en cuenta de esos errores. Es muy posible que hayamos molestado a otros sin mala intención, sino con poca conciencia de las consecuencias de nuestra conducta. 
Me hice el propósito de ser más considerado, de cultivar la cortesía y desarrollar la empatía. En las manos, llevaba sólo el libro que leí durante el viaje: "La molécula de la Felicidad". Y nada pudo ser más oportuno para lo que ocurrió después. Mis maletas no llegaron. Se quedaron en Madrid. Haciendo honor al libro, decidí tomármelo con humor, sacar alguna lección del evento y actuar cortésmente con quienes recibían los reclamos, consciente de que ellos no eran responsables. No dejaría de disfrutar el viaje. Mi comportamiento contrastaba con la furia del resto de los afectados, quienes se arruinaron el viaje e hirieron verbalmente a funcionarios que trataban de resolver el problema. Incluso habiendo perdido el transporte hacia el hotel por la demora, mantuve el buen humor y procuré encontrar la lección escondida detrás del incidente. "Por algo pasan las cosas", es una frase que uso habitualmente y que en este caso, tuve que repetirme mentalmente varias veces. 
Llegué tarde y cansado al hotel y salí a comprar un cepillo y pasta de dientes y un desodorante en la farmacia de turno. Después de una reparadora ducha, dormí profundamente. Tenía limpio el cuerpo y también la conciencia. Al día siguiente, salí temprano a comprar lo más básico: 1 pijama, 2 calzoncillos y 2 poleras ¡me hicieron inmensamente felíz! No necesitaba más para estar tranquilo… y decidí continuar como si nada hubiese pasado. Unas maletas perdidas no iban a arruinar mis paisajes ni mi capacidad de asombro.
Mientras recorría y disfrutaba de Roma, me di cuenta de la gran lección que había aprendido: ¡Hay que viajar ligero de equipaje! 
Pues bien, cuando regresé esa noche al hotel y ya me había acostumbrado a la idea de un closet mínimo, descubrí que mis maletas habían llegado. Los funcionarios del aeropuerto consiguieron rescatarlas desde Madrid, subirlas a un vuelo y enviármelas. Nunca sabré si hicieron lo mismo con los demás, pero eso no importa, aunque pensaré que así lo hicieron. Ese es mi privilegio. Lo que debo confesar, es otra cosa… Francamente, mientras ordenaba las cosas en el armario, me sorprendí la cantidad de cosas que había empacado. Llevé mucho más de lo que necesitaba. ¡No sabía qué hacer con tanta ropa!
Y entonces, la lección se hizo más evidente: Cuando perdemos algo, a veces nos damos cuenta de que no lo necesitábamos. Entonces cuando lo recuperamos, a veces eso que recuperamos, nos llega a molestar. Necesitamos bastante poco equipaje para vivir en el bienestar. ¿Cuantos recuerdos inservibles guardamos? Recuerda lo que te hace feliz, olvida el resto. ¿Cuantas heridas acumulamos? Perdonemos más. ¿Cuantas preocupaciones acarreamos? Ocúpate más, preocúpate menos ¡Hay que vivir ligero de equipaje!