Somos seres humanos. Todos conformamos una especie que convive y habita en el planeta Tierra. Terrícolas, que mas temprano que tarde, tropezaremos con la vida extraterrestre y comenzaremos a mirarnos de otra forma. En esta reflexión, nace la pregunta: ¿Qué es lo que nos hace seres humanos?
Somos homo sapiens sapiens. Más parecidos de lo que pensamos. Mucho más.
Una familia desde dentro, distingue claramente las diferencias entre cada uno de sus miembros. Unos introvertidos, otros no. Cada personalidad y cada rol aporta variedad a la convivencia. Algunos más pálidos otros más oscuros. Cada rasgo es especial. Todos en la familia son diferentes.
Vista desde afuera, cada familia tiene semejanzas físicas y culturales, que la hacen distinguible para un observador imparcial. Hay patrones biológicos que se comparten y comportamientos similares. Cada miembro de la familia pertenece a un linaje. Todos en la familia son parecidos.
Con una comunidad o una raza, pasa lo mismo. Desde dentro, la comunidad parece diversa. Desde fuera, la comunidad es homogénea.
La humanidad es para nosotros, tremendamente heterogénea. Pero para un observador imparcial, somos una especie. Somos una unidad. Quise observar esta unidad que somos los seres humanos, o mejor dicho, quise experimentar la unidad.
Sentí que yo era parte de todos. Que en cada persona había algo mío. Más aun, que cada persona reflejaba también lo que yo era. Todo lo que yo apreciaba en los demás, era un reflejo de lo que me gustaba de mi mismo. Y reconocí que todo lo que me molestaba en los demás, también era reflejo de mis defectos, limitaciones y especialmente de mi inmadurez e ingenuidad.
Si bien esto me hacía sentido, luché por no aceptarlo. Tuve que reconocer que no quería reconocerme en ciertos roles, ni con algunas actitudes. Pero sin embargo, allí estaba yo. En cada uno de los políticos y también en cada sacerdote. En los empresarios y en los obreros. En los otros. En todos, en los admirables y especialmente en aquellos en quienes me parecían despreciables.
Cuando uno se reconoce en los demás, todo cambia. Todo acto, por extraño e inapropiado que parezca, es realizado por mi, desde otra corporalidad y particularmente, desde otro nivel de consciencia. Esta es la clave del vivir en armonía con nuestros semejantes. Comprender que cada humano actúa en función de las condiciones en que vive. Somos uno, en distintos cuerpos y en distintos estados de desarrollo. Nuestro comportamiento depende de nuestra biología (que esencialmente compartimos), de nuestra historia y de nuestro nivel de consciencia (que nos diferencia). Entender al ser humano como un equipo intentando encontrar una respuesta correcta para vivir en armonía, es la clave. Todos somos parte de esta aventura. Todos somos responsables de encontrar la respuesta correcta. Todos somos parte de una única Humanidad.
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