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sábado, 31 de agosto de 2013

Educar para expandir la conciencia


Cuando era muy niño, pensaba que la vida era un combate. Que los buenos, nosotros, luchábamos por sobrevivir y que los malos, eran nuestros enemigos. Mientras habité en ese mundo, donde solo sobrevivía el más fuerte, yo quería ser un héroe. El principal protagonista. Porque cada uno de nosotros es único y por lo tanto extraordinario.

Durante mi infancia, me di cuenta de que la vida era un juego. Que no estamos solos, vivimos en comunidad y en realidad luchábamos por ganar. Advertí que pertenecía a un grupo donde yo tenía un rol y que debía obedecer ciertas reglas si queríamos derrotar a nuestros adversarios. El mundo era absoluto, blanco o negro. Quería hacer lo correcto.

Ya en la adolescencia, mi vida se transformó en una competencia. Entendí que debía esforzarme para tener éxito, porque todos competirían para ganar. Somos responsables del resultado del desafío de vivir. Aprendí a superarme. Quería ser un triunfador y recolectaba medallas como símbolo de mis logros.

Siendo aun joven, descubrí que la vida era una aventura y que alcanzar la meta es un trabajo en equipo. Si bien era una aventura individual, también era parte de un equipo y el resultado de nuestra expedición dependía del grupo. Aprendí el significado de la sinergia. El todo es más que la suma de las partes. Quería ser parte de un equipo diverso y comprometido.

Al llegar a ser adulto, la experiencia me hizo comprender que la vida era un rompecabezas. Toda nuestra historia, todo lo que nos sucede nos entrega información: señales que nos ayudan a descifrar la imagen de fondo. Estamos inmersos en un océano de información que necesitamos analizar y sintetizar. Quería resolver el enigma de la vida.

Ahora, más experimentado, pienso que la vida es una idea. Una idea colectiva que construimos entre todos con nuestras historias, experiencias y pensamientos. Nuestra vida es apenas un párrafo en el gran libro de la humanidad, donde están escritas las lecciones aprendidas por el homo sapiens. Hoy quiero que la lección que estoy aprendiendo sea relevante para el proyecto humano. Y estoy consciente de que esta idea también es transitoria...

Mi vida ha sido un aprendizaje permanente. He vivido en diferentes mundos. Los he explorado usando mapas construidos por mi historia y mis creencias. He aprendido de los errores que he cometido por usar mapas incompletos. Cada vez que me atreví a cuestionar mis creencias y a cambiar el mapa, expandí mi consciencia, maduré y eso transformó mi mundo, en un territorio más interesante y más complejo.

Si volviera a vivir, cometería los mismos errores (porque son la fuente del aprendizaje), aunque intentaría equivocarme antes, para alcanzar a deshacerme rápidamente de todas mis certezas. Volvería a recorrer aquellos viejos mundos con una nueva mirada e intentaría explorar otros mundos, más evolucionados, insólitos y desafiantes.

Educarnos no significa acumular conocimientos, sino  expandir nuestra conciencia para recorrer territorios desconocidos.

sábado, 24 de agosto de 2013

Licencia para enseñar


Cuando nuestras autoridades exigen la prueba Inicia como licencia para enseñar en los colegios públicos, tienen buenas intenciones. Pretenden establecer barreras de entrada de carácter académico para evitar que tengamos malos profesores en las escuelas.
Cuando establecen un puntaje mínimo en la PSU para otorgar la beca vocación de profesor, apuntan en la misma dirección.
Ambas pruebas, además, están íntimamente correlacionadas. La mejor predicción para los resultados Inicia son los resultados PSU.
Los criterios que usa el sistema educacional para formar profesores son preponderantemente de carácter académico: la PSU, las notas de enseñanza media y el ranking académico como criterios para ingresar a las carreras de pedagogía y el titulo de profesor al egresar de la universidad, habiendo cumplido los requisitos establecidos por la malla curricular.
Esta es una mirada parcial, síntoma del cáncer que padece el sistema educacional: la fragmentación. La profesión docente es muchísimo más compleja. Para ser un profesor de excelencia se requiere más que tener conocimientos.
Queremos contribuir a ampliar la perspectiva. Queremos proponer que para dar licencia para enseñar, se consideren otros aspectos esenciales, como el potencial aprendizaje de sus estudiantes (y que lamentablemente por ahora están ausentes de la discusión acerca de la calidad educacional).
En primer lugar,  proponemos que se midan las habilidades socio-emocionales del futuro profesor. El profesor debe ser, ante todo un profesor de personas,  equilibrado psicológica y emocionalmente, un gran comunicador y demostrar sólidos valores universales. En segundo lugar, pensamos que se deben medir las competencias en la práctica docente. Los recientes avances de la neurociencia demuestran que el rendimiento escolar depende significativamente del clima emocional en el aula. Creemos que un profesor que puede establecer un clima de confianza en el aula, que sabe captar la atención de sus alumnos, que tiene entusiasmo por lo que enseña, que puede generar una dinámica entretenida se transforma en un verdadero agente de cambio.
En consecuencia, sugerimos que la prueba Inicia, si va a ser obligatoria y habilitante, se complemente con una prueba psicológica y además una prueba práctica. Nuestra facultad está empeñada en formar profesores integrales e intentaremos elaborar las bases de estas 2 pruebas complementarias a Inicia para asegurarnos que aquellos que estén en las aulas sean los mejores.
¡La competencia académica, puede ser necesaria, pero no es suficiente para un ser profesor de excelencia!
Si para otorgar la licencia de conducir, tenemos que pasar un examen teórico, un examen psicotécnico y un examen práctico, ¿no será necesario hacer lo mismo con quienes conducen a nuestra juventud?

lunes, 19 de agosto de 2013

Políticas públicas y educación


En la misma orientación con la que nuestros legisladores quieren mejorar la calidad de la educación (evaluando los conocimientos de los egresados de pedagogía con la prueba Inicia, que mide conocimientos y pretende ser habilitante y obligatoria), quisiera proponer una mejoría en la calidad de nuestros políticos exigiendo que también pasen una prueba, después de elegidos pero antes de ejercer como legisladores. Una prueba de coherencia podría ser una ambiciosa posibilidad. Y por supuesto, me conformo con que además tengan al menos los 550 puntos que le exigen al futuro profesor.
No me opongo a mejorar la calidad de nuestros profesores. Todo lo contrario. Apruebo la idea de subir las exigencias a quienes estudien pedagogía. Necesitamos atraer a los mejores a la educación.
Lo que me parece injusto es que una vez que esos futuros profesores decidan estudiar pedagogía, a pesar del sacrificio económico y de status social que implica la decisión, deban esperar a terminar sus estudios (5 años), para saber si podrán ejercer en una escuela pública.
Egresados de sus carreras, acreditadas por el estado y titulados por universidades también acreditadas; igual dependen del resultado de una prueba estandarizada de conocimientos para ejercer su profesión. Entonces, ¿de qué sirven esas acreditaciones? ¿Acaso el estado no debe asumir la responsabilidad de haber acreditado esas carreras? ¿Qué tipo de garantía nos da la acreditación de una universidad? Parece que ninguna.
Poner los mejores años de nuestras vidas en juego en una prueba de dudosa reputación, no parece una decisión racional. La obligación de la universidad de entregar un semestre adicional a esos egresados, es peor. Si no pudo en 5 años remunerados entregar una formación de calidad, menos lo podrá hacer en 6 meses gratis.
En estas condiciones, no vale la pena estudiar pedagogía. Si alguien tiene vocación de servicio, existen alternativas sin tantos riesgos, más reconocidas y mejor remuneradas por la sociedad.
No señores políticos, no están atrayendo a los mejores. ¡Están ahuyentando a los valientes!

Pónganse ustedes en el caso de que después de obtener la nominación, de desplegar una onerosa campaña y después de ganar la votación, tengan que dar además una prueba de conocimientos que demuestre que pueden legislar. ¿Estarían dispuestos?

Si les parece ridículo, consideren que la gran mayoría de los chilenos desean mejorar la calidad de los políticos, tanto como mejorar la calidad de los profesores. Y probablemente si lo sometemos a votación, mejorar los políticos sería prioritario. ¿Preguntemos?

domingo, 18 de agosto de 2013

Algo anda terriblemente mal


En el sistema educacional algo huele definitivamente mal. Lamentablemente nadie parece saber cual es el origen del hedor.

Muchos culpan injustamente a los profesores. A ellos, a quienes verdaderamente les importa la educación. A quienes inocentemente pensaron dejar sus huellas en las aulas e influir en la juventud para entregarles valores y conocimientos. Pero si bien están atrapados en un sistema que les paga mal, que no reconoce su importancia, que no les da autonomía ni libertad, siguen yendo a clases resignados e intentando enseñar lo mejor que pueden. Se refugian en ese viejo mundo de los libros donde aprendieron a vivir, que hoy parece estar pasado de moda.
¡No es raro que estén frustrados!

Algunos culpan a los estudiantes. Pero ellos pertenecen a una nueva generación, son nativos digitales, viven híper-conectados, ultra-comunicados… Están acostumbrados a la acción y satisfacción inmediata. Son multitaskers que no aceptan las normas sociales de los mayores. Porque viven en un mundo completamente diferente: un mundo con internet. Un mundo anárquico, plano, diverso, cooperativo y donde todo ocurre a un par de clicks de distancia.
¡No es raro que estén aburridos!

Otros en cambio, culpan a los padres.  Porque la mayoría de ellos son dependientes de un trabajo, que los exige y los estresa… Un trabajo que les permite darles a sus hijos muchas de las comodidades que ellos no tuvieron. Padres que viven en el mundo de la televisión, ese mundo que sistemática y repetidamente nos incita a consumir sin restricciones. Son padres hipotecados y con la agenda colmada de compromisos…
¡Sencillamente no tienen tiempo!

Nosotros sospechamos que lo que huele mal no es la calidad de los profesores, ni la capacidad de aprendizaje de nuestros jóvenes, ni la dedicación de los padres. Es un sistema educacional rígido, que no reconoce el extraordinario cambio que ha experimentado el mundo ahora que tenemos internet. Un mundo que funciona de otra forma. Creemos que el sistema educacional industrializado, uniforme, jerarquizado, fragmentado y desconectado del mundo actual, está descomponiéndose a pasos agigantados. Hemos convertido a nuestros profesores en máquinas, que exponen la misma materia año tras año;  y a nuestros alumnos en productos estandarizados que aprenden lo mismo, al mismo ritmo y tiempo, sin considerar sus talentos, condiciones o intereses.

Hemos deshumanizado a la educación. Una consecuencia no prevista de una buena intención. Buscando ser eficientes e intentando masificar el acceso al conocimiento, hemos perdido de vista el sentido original de la educación: preparar a las nuevas generaciones para vivir en armonía con el mundo real.

Necesitamos una nueva pedagogía, que incluya pero trascienda la actual. Necesitamos diseñar una educación orientada a aprovechar la principal característica del ser humano: su capacidad de reflexionar. ¡Necesitamos enseñarles a nuestros jóvenes a pensar! Ni más, ni menos.

Desde la biología, podemos rescatar el concepto de evolución, para diseñar una educación dinámica y flexible, que entienda el desarrollo humano como un proceso en etapas, dependiente de las condiciones de vida, que nos permita enseñar a pensar contextualmente. También podemos recoger el concepto de sustentabilidad para enseñar a pensar a largo plazo.

Con los conocimientos que recientemente hemos adquirido de las neurociencias, tenemos una mejor comprensión de cómo funciona el cerebro humano y el sistema nervioso. Esto nos permitiría diseñar una educación que ayude a optimizar el pensamiento, al construir arquitecturas neuronales plásticas. A aprovechar el sueño y optimizar la memoria, entre otras tantas cosas.

Con las herramientas tecnológicas que hemos desarrollado, estamos en condiciones de aprovechar la ubicuidad del conocimiento para hacerlo accesible a los estudiantes cuando, como y donde ellos lo necesiten. Esto permitiría una rápida consulta y retroalimentación.

Con los avances en comunicaciones, podemos generar redes de trabajo y un ambiente colaborativo, que ayudarán a aprender colectivamente y a usar las buenas ideas de otros para alimentarlas y trascenderlas.

Con el encuentro de la ciencia clásica con la complejidad, advertimos de que todo está intrínsecamente conectado y encontramos una nueva forma de pensar, que nos ayudará a explicar de mejor forma la realidad del mundo actual.

Con todas estas extraordinarias herramientas, podemos preparar a nuestros jóvenes a enfrentar al mundo real, apoyándose en nuestro legado (pero enriqueciéndolo con innovación, creatividad y pensamiento independiente), con optimismo y entusiasmo. No solo podemos, debemos.

Y sin embargo, seguimos aplicando las viejas prácticas pedagógicas que a estas alturas, no solo huelen mal, están francamente podridas. Pero no menos rancias que la visión de aquellos que se oponen al cambio y pretenden seguir usando un modelo perverso. ¡Miedosos! Sus miedos, inseguridades  y sus propios intereses los tienen aferrados a malas prácticas. Debieran estar demoliendo y sin embargo tratan de aprovechar sus últimos minutos. A ustedes, que están de rodillas y que esconden la cabeza como el avestruz, ¡a ustedes les estoy hablando! ¿Porqué, pregúntense, no quieren enfrentar el problema? Cualquier respuesta que se hayan dado, está equivocada, terriblemente equivocada.

Porque cuando los estudiantes despierten, no tendrán compasión. Sencillamente los mirarán con lástima y los despreciarán aun más. Al que le quede el sayo, que se lo ponga.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Aprendizaje profundo


El sistema educacional está diseñado para el aprendizaje superficial. Al buscar eficiencia, hemos concedido lo más preciado para el aprendizaje: tiempo para madurar. El espejismo de la eficiencia nos hace traicionar la esencia de la educación. Hoy en día, los estudiantes estudian simplemente para pasar las pruebas. No los culpo, estamos viviendo tan aceleradamente que lo único que parece importar son los resultados de las mediciones que hacemos. Repasan la materia a última hora y resuelven mecánicamente los ejercicios, para apenas aprobar. Pasar una asignatura con este método de estudio, no tiene ningún mérito. Las mismas pruebas que contestaron con éxito, serían probablemente reprobadas si se las repitieran en unos pocos días y con seguridad si la repetición fuese en un par de meses.
Los profesores son cómplices. Algunos ni siquiera tienen tiempo para darse cuenta de lo frágil que es el aprendizaje de sus alumnos. Otros, sospechan que algo anda mal, pero se rinden ante las exigencias del sistema. Los menos, comprenden que la mayoría de sus estudiantes no han logrado madurar los contenidos y secreta e inocentemente esperan que repasen los conceptos importantes más adelante.
Los métodos de evaluación tampoco ayudan. Las pruebas de alternativas son un invento eficazmente perverso. En general las pruebas exigen que los estudiantes respondan lo que el profesor piensa. Lo que necesariamente los despoja gradualmente de inocencia y autenticidad. A mayor abundamiento, la insólita simultaneidad de las pruebas y exámenes, obliga a los estudiantes a distribuir su escaso tiempo para estudiar entre diversas disciplinas desconectadas. Resulta complicado medir la claridad conceptual o la asimilación profunda con varias evaluaciones durante el trimestre o semestre.
Necesitamos aprendizaje profundo. Necesitamos darle tiempo a nuestra mente para procesar las nuevas ideas y modificar nuestras antiguas interpretaciones. Solo cuando el nuevo conocimiento consigue expandir nuestra consciencia, cuando rehacemos el mapa de la realidad o ajustamos nuestras perspectivas, se logra aprendizaje verdadero. Aprender no es contestar correctamente una prueba. Aprender es comprender integralmente. Aprender es cambiar de forma de pensar, cambiar de comportamiento; aceptar que ese aprendizaje es efímero y que está basado en premisas que sistemáticamente resultarán falsas. Aprender es encontrar una explicación acorde con nuestra madurez psicológica y emocional. Aprender es agregar información al mapa con que interpretamos la realidad. Aprender es permitir que el nuevo conocimiento penetre y se procese en nuestra mente,  baje hasta nuestros corazones y desde allí amplíe la sensibilidad de nuestros sentidos, para traducirse en acciones coherentes con nuestra historia y experiencias. Aprender desde el presente con la mente, con las emociones, con nuestro sentidos, con nuestras acciones, para que nuestro inconsciente asimile la lección, requiere más tiempo del que estamos dándole a nuestros estudiantes. Eso necesitamos, aprendizaje lento, profundo.
El aprendizaje profundo cambia nuestras creencias y expande nuestra consciencia. Y estaremos defraudando a nuestros jóvenes mientras no construyamos una educación para el aprendizaje profundo. Una educación auténtica, más parecida a la vida real. Porque la vida es nuestra mejor universidad. Tiene paciencia, posee ingenio y plantea sus problemas desde numerosas aristas. La vida es nuestro mejor maestro. No se apura y nos da tiempo para madurar aquellas lecciones que nos harán crecer. 

domingo, 11 de agosto de 2013

El profesor ha muerto


La educación tradicional o industrializada está condenada a muerte. Y con ella, la noble tarea del profesor. Este declaración simple y sencilla, puede parecernos una exageración. Pero la evidencia está en todas partes. No la queremos ver. El reclamo global de los estudiantes es apenas un indicador reciente, pero la poca valoración social del profesor y la reticencia por estudiar pedagogía son fenómenos de larga data.  Son anuncios de los problemas graves de salud en el sistema educacional que no quisimos advertir a tiempo.

En “Meaning”, un interesante libro acerca de los ciclos de vida de los sistemas sociales, Cliff Havener define 3 fases en la evolución de todas las organizaciones sociales:

  • La etapa formativa, que comienza con una idea que gradualmente se va materializando para satisfacer un determinado propósito y que se sostiene en el impulso emprendedor, creativo e innovador del grupo que se entusiasma con el desafío hasta que logra darle estabilidad e identidad propia la nueva organización.  
  • La etapa normativa, que comienza cuando el crecimiento de la organización, requiere de reglamentos, procedimientos y sistemas de control para maximizar su eficiencia.  Con la implementación de estos procesos burocráticos, mecánicos y repetitivos, se fragmenta y se rigidiza la organización impidiéndole adaptarse al cambio social.
      Y aquí hay dos alternativas: la sociedad condena a muerte a la organización por ser un sub-sistema discordante y este deja de existir o, la organización logra flexibilizar a tiempo sus estructuras para evolucionar a…
  • La etapa integral, que recupera el verdadero sentido de esa organización e integra sus partes fragmentadas de modo que las diferentes áreas generen sinergía y todos sus empleados comprendan que trabajan juntos como un equipo hacia un objetivo común.

Sostenemos que el sistema educacional actual está condenado a muerte porque ha perdido contacto con su objetivo original. La idea detrás de la institución educacional era preparar a las nuevas generaciones para enfrentar los desafíos de la vida. Detrás de esa gran idea, estaba la sustentabilidad del experimento humano. Enseñando a nuestros jóvenes las lecciones que habíamos aprendido en el pasado, logramos  progresos asombrosos. Avanzamos tanto, que hemos adquirido enorme influencia sobre el medioambiente en que vivimos. Con la ciencia y la tecnología creamos un mundo que antes no existía. Un mundo virtual, acelerado, interconectado, inundado de información, complejo e hipersensible. Las actuales condiciones de vida han cambiado tanto, que las estrategias del pasado no les aportan competencias útiles a las nuevas generaciones. 

Recordemos que la educación se industrializó para estandarizar procesos, con el propósito de masificar el acceso a la información, para ilustrar a quienes no podían acceder al conocimiento humano. Era una época de bajo alfabetismo y escasez de información. El profesor era el dueño del conocimiento y habitaba en el sistema educacional. Así formamos muchas generaciones. Y mientras el sistema educacional estaba en su etapa formativa, aquel noble y antiguo profesor que tuvieron otras generaciones desempeñó una extraordinaria labor, con profunda vocación de servicio, paciencia infinita y enorme cariño, entregó todos sus conocimientos y erudición a sus alumnos. Aun escuchamos añoranzas de aquellos viejos tiempos cuando teníamos una verdadera educación de calidad.

Los problemas comenzaron cuando quisimos maximizar la eficiencia de los procesos educativos. La paciencia dentro del aula debía desaparecer. Los procesos se estandarizaron y la especialización, la repetición y la gestión adquirieron cada vez más relevancia. Todo debía planificarse y aquello que fuese impredecible era obviamente molesto. Así fue como desterramos la creatividad y la diversidad del sistema educacional. Las pruebas de alternativas, las mediciones y los rankings empeoraron la situación.

Pero la crisis definitiva llegó con los procesos de acreditación, los estándares orientadores y las limitaciones al ejercicio profesional. Forzando a todas las instituciones a lograr eficiencia en los procesos educacionales, exigiéndoles prácticas y normas fragmentadas y parciales e incluso estableciendo las características del profesor, se perdió de vista todo el sentido de la educación. Los criterios estadísticos de la modernidad fueron la lápida definitiva. La extraordinaria rigidez que estos procesos introdujeron en la educación ya industrializada, la condenaron a una muerte violenta y dolorosa.  Y los pocos maestros que seguían intentando educar a sus estudiantes para los nuevos tiempos, se extinguieron. La noble profesión del profesor fue sepultada bajo toneladas de burocracia, normas, mediciones y números. Así fue como murió el profesor. Así lo extinguimos.

La educación tendrá que reinventarse e integrarse. Volver a su sentido original: preparar a las nuevas generaciones para los desafíos de la vida y alinear a todos los que en ella participan con ese objetivo. Eficiencia si, pero orientada a las condiciones de vida actuales y no a condiciones que ya no existen. Todos nuestros estudiantes vivirán en un mundo de nativos digitales.  Como los desafíos de la vida en un mundo con internet, no pueden ser enseñados por quienes no conocen ese mundo, el oficio de profesor, cual es enseñar, debe transformarse en el oficio de mentor, que consiste en enseñar a aprender.  Aprender a encontrar, a explorar, a filtrar, a correr riesgos, a cometer errores y sacar lecciones. Eficiencia en la exploración. Eso es lo que debemos fomentar. La educación industrial debe transformarse en educación integral, líquida, flexible y orientada a prepararnos para la incertidumbre, la complejidad, el pensamiento independiente, la creatividad y el aprendizaje profundo.

Solo entonces, los jóvenes estudiarán pedagogía porque ser mentor implicará conocer el desarrollo humano, un proceso en etapas progresivas de expansión de consciencia que permitirá aumentar el potencial individual y colectivo del ser humano. Será, literalmente,  la profesión del futuro.