Nuestro
presidente es un notable personaje. Tiene un sentido de urgencia que constituye
una gran ventaja en el mundo competitivo de los negocios, donde la capacidad de
lograr resultados inmediatos es una extraordinaria cualidad para un emprendedor.
Ese mismo sentido de urgencia, en el mundo político, le ha jugado en contra.
Sin desconocer los logros del gobierno, sus propios partidarios conceden que se
han cometido demasiados errores al actuar precipitadamente.
Ahora,
que enfrentamos los últimos meses de su gobierno, existe el peligro de que ese
sentido de urgencia, exacerbado por la falta de tiempo, se transforme en una
desbocada carrera por aprobar proyectos sin la debida maduración. En ninguna
parte es más evidente ese peligro que en la educación. La nueva
institucionalidad que se pretende implementar tiene buenas intenciones, pero
poca profundidad. Nada raro después de la rotación de ministros en el área.
Hoy
se encuentra en trámite legislativo una ley de carrera docente que puede ser
una lápida no solo para nuestra juventud, sino también para su legado como
presidente y con seguridad para sus futuras aspiraciones en el servicio
público. Lo curioso es que siendo una persona con pensamiento independiente,
esté ciego a las señales que su propio Dios, el mercado, le grita con
desesperación.
El
primer error está en la medición: Evaluar a los profesores de acuerdo a los
resultados que ellos logran en pruebas estandarizadas es una medición con error
del tipo 3: evaluar a la persona equivocada. Cae de cajón que lo que importa no
es el aprendizaje del profesor, sino el aprendizaje de sus estudiantes. Esto es
equivalente a elegir al entrenador de un equipo de futbol en función de sus
características como jugador.
Los
colegios están conscientes de este espejismo. Al contratar a sus profesores,
cualquier sostenedor prioriza la calidad humana, la solidez valórica y las
habilidades socio-emocionales antes que sus resultados académicos. Este es el
segundo error, no considerar el comportamiento del empleador.
El
tercer error es no considerar al usuario: Los estudiantes saben cuando están
frente a un buen profesor. Y no necesitan Inicia.
El
cuarto error es obviar la opinión del financista. Los padres y apoderados,
consideran al buen ejemplo, la empatía y la integridad, características
esenciales en el profesor de sus hijos.
Como
si esto fuese poco, el quinto error es pretender que Inicia (la evaluación de
competencias y conocimientos pedagógicos y disciplinarios) es un criterio
razonable para calificar a cualquier profesor. Desde la educadora de párvulos
hasta el profesor de matemáticas. Los párvulos necesitan mucho cariño durante
la transición desde su familia al jardín infantil; los niños en la escuela
necesitan aprender a relacionarse, a jugar y compartir. Pero sobretodo,
necesitan aprender a comportarse, orientación para distinguir lo correcto de lo
incorrecto. Los adolescentes, por su parte, son casos especiales y necesitan
encontrar su identidad. Para esto, es ideal contar con un buen orientador.
Puede
que para el profesor de educación media, que prioriza su propia disciplina por
sobre la mirada de conjunto, la prueba Inicia sea un indicador, pero a mi
juicio, no es indicador de calidad docente.
Nuestro
presidente no tiene la culpa. Tampoco la presidenta anterior, en cuyo gobierno
se implementó esta prueba. Lo verdaderamente vergonzoso es que hoy existe
consenso respecto de las enormes limitaciones de esta prueba y sin embargo,
ante la presión de la urgencia, todos callan. Los actuales funcionarios del
ministerio y los de la Agencia de Calidad no solo sospechan, saben. Y sin
embargo continúan usando los mismos argumentos e intentando aprobar la ley, solo
para mostrar resultados antes de que termine el partido. ¿Acaso no tienen consciencia?
Todos
ellos son cobardes que por miedo están dispuestos a condenar a una generación
de jóvenes a sufrir con profesores autómatas y fundamentalistas. Son ellos los
responsables de dirigir la educación y por tanto los verdaderos culpables. Pero
juran que nadie los juzgará, porque están siguiendo instrucciones. Se
equivocan. La historia los condenará.
Tienen
cómplices, algunos parlamentarios que quieren dar señales de que algo hacen por
la educación, no resistirán la tentación y aprobarán la ley pretendiendo
erróneamente que están mejorando la educación. Son cómplices ingenuos.
La
mayoría, somos cómplices pasivos, porque
no hemos sacado la voz y tampoco tenido el coraje para protestar por nuestros
hijos y nietos. Pero nuestro presidente, se está convirtiendo, sin querer
queriendo, en un cómplice activo. Y aunque no sabe lo que hace, me temo que este
error no se lo perdonará Chile.
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