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martes, 1 de octubre de 2013

El cómplice activo


Nuestro presidente es un notable personaje. Tiene un sentido de urgencia que constituye una gran ventaja en el mundo competitivo de los negocios, donde la capacidad de lograr resultados inmediatos es una extraordinaria cualidad para un emprendedor. Ese mismo sentido de urgencia, en el mundo político, le ha jugado en contra. Sin desconocer los logros del gobierno, sus propios partidarios conceden que se han cometido demasiados errores al actuar precipitadamente.

Ahora, que enfrentamos los últimos meses de su gobierno, existe el peligro de que ese sentido de urgencia, exacerbado por la falta de tiempo, se transforme en una desbocada carrera por aprobar proyectos sin la debida maduración. En ninguna parte es más evidente ese peligro que en la educación. La nueva institucionalidad que se pretende implementar tiene buenas intenciones, pero poca profundidad. Nada raro después de la rotación de ministros en el área.

Hoy se encuentra en trámite legislativo una ley de carrera docente que puede ser una lápida no solo para nuestra juventud, sino también para su legado como presidente y con seguridad para sus futuras aspiraciones en el servicio público. Lo curioso es que siendo una persona con pensamiento independiente, esté ciego a las señales que su propio Dios, el mercado, le grita con desesperación.

El primer error está en la medición: Evaluar a los profesores de acuerdo a los resultados que ellos logran en pruebas estandarizadas es una medición con error del tipo 3: evaluar a la persona equivocada. Cae de cajón que lo que importa no es el aprendizaje del profesor, sino el aprendizaje de sus estudiantes. Esto es equivalente a elegir al entrenador de un equipo de futbol en función de sus características como jugador.

Los colegios están conscientes de este espejismo. Al contratar a sus profesores, cualquier sostenedor prioriza la calidad humana, la solidez valórica y las habilidades socio-emocionales antes que sus resultados académicos. Este es el segundo error, no considerar el comportamiento del empleador.

El tercer error es no considerar al usuario: Los estudiantes saben cuando están frente a un buen profesor. Y no necesitan Inicia.

El cuarto error es obviar la opinión del financista. Los padres y apoderados, consideran al buen ejemplo, la empatía y la integridad, características esenciales en el profesor de sus hijos.

Como si esto fuese poco, el quinto error es pretender que Inicia (la evaluación de competencias y conocimientos pedagógicos y disciplinarios) es un criterio razonable para calificar a cualquier profesor. Desde la educadora de párvulos hasta el profesor de matemáticas. Los párvulos necesitan mucho cariño durante la transición desde su familia al jardín infantil; los niños en la escuela necesitan aprender a relacionarse, a jugar y compartir. Pero sobretodo, necesitan aprender a comportarse, orientación para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Los adolescentes, por su parte, son casos especiales y necesitan encontrar su identidad. Para esto, es ideal contar con un buen orientador.

Puede que para el profesor de educación media, que prioriza su propia disciplina por sobre la mirada de conjunto, la prueba Inicia sea un indicador, pero a mi juicio, no es indicador de calidad docente.

Nuestro presidente no tiene la culpa. Tampoco la presidenta anterior, en cuyo gobierno se implementó esta prueba. Lo verdaderamente vergonzoso es que hoy existe consenso respecto de las enormes limitaciones de esta prueba y sin embargo, ante la presión de la urgencia, todos callan. Los actuales funcionarios del ministerio y los de la Agencia de Calidad no solo sospechan, saben. Y sin embargo continúan usando los mismos argumentos e intentando aprobar la ley, solo para mostrar resultados antes de que termine el partido.  ¿Acaso no tienen consciencia?

Todos ellos son cobardes que por miedo están dispuestos a condenar a una generación de jóvenes a sufrir con profesores autómatas y fundamentalistas. Son ellos los responsables de dirigir la educación y por tanto los verdaderos culpables. Pero juran que nadie los juzgará, porque están siguiendo instrucciones. Se equivocan. La historia los condenará.

Tienen cómplices, algunos parlamentarios que quieren dar señales de que algo hacen por la educación, no resistirán la tentación y aprobarán la ley pretendiendo erróneamente que están mejorando la educación. Son cómplices ingenuos.

La mayoría, somos cómplices pasivos,  porque no hemos sacado la voz y tampoco tenido el coraje para protestar por nuestros hijos y nietos. Pero nuestro presidente, se está convirtiendo, sin querer queriendo, en un cómplice activo. Y aunque no sabe lo que hace, me temo que este error no se lo perdonará Chile.

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