En
el sistema educacional algo huele definitivamente mal. Lamentablemente nadie
parece saber cual es el origen del hedor.
Muchos
culpan injustamente a los profesores. A ellos, a quienes verdaderamente les
importa la educación. A quienes inocentemente pensaron dejar sus huellas en las
aulas e influir en la juventud para entregarles valores y conocimientos. Pero
si bien están atrapados en un sistema que les paga mal, que no reconoce su
importancia, que no les da autonomía ni libertad, siguen yendo a clases
resignados e intentando enseñar lo mejor que pueden. Se refugian en ese viejo
mundo de los libros donde aprendieron a vivir, que hoy parece estar pasado de
moda.
¡No
es raro que estén frustrados!
Algunos
culpan a los estudiantes. Pero ellos pertenecen a una nueva generación, son nativos
digitales, viven híper-conectados, ultra-comunicados… Están acostumbrados a la acción
y satisfacción inmediata. Son multitaskers que no aceptan las normas sociales
de los mayores. Porque viven en un mundo completamente diferente: un mundo con
internet. Un mundo anárquico, plano, diverso, cooperativo y donde todo ocurre a
un par de clicks de distancia.
¡No
es raro que estén aburridos!
Otros
en cambio, culpan a los padres. Porque
la mayoría de ellos son dependientes de un trabajo, que los exige y los
estresa… Un trabajo que les permite darles a sus hijos muchas de las
comodidades que ellos no tuvieron. Padres que viven en el mundo de la
televisión, ese mundo que sistemática y repetidamente nos incita a consumir sin
restricciones. Son padres hipotecados y con la agenda colmada de compromisos…
¡Sencillamente
no tienen tiempo!
Nosotros
sospechamos que lo que huele mal no es la calidad de los profesores, ni la
capacidad de aprendizaje de nuestros jóvenes, ni la dedicación de los padres.
Es un sistema educacional rígido, que no reconoce el extraordinario cambio que
ha experimentado el mundo ahora que tenemos internet. Un mundo que funciona de
otra forma. Creemos que el sistema educacional industrializado, uniforme,
jerarquizado, fragmentado y desconectado del mundo actual, está
descomponiéndose a pasos agigantados. Hemos
convertido a nuestros profesores en máquinas, que exponen la misma materia año
tras año; y a nuestros alumnos en
productos estandarizados que aprenden lo mismo, al mismo ritmo y tiempo, sin
considerar sus talentos, condiciones o intereses.
Hemos
deshumanizado a la educación. Una consecuencia no prevista de una buena
intención. Buscando ser eficientes e intentando masificar el acceso al
conocimiento, hemos perdido de vista el sentido original de la educación:
preparar a las nuevas generaciones para vivir en armonía con el mundo real.
Necesitamos
una nueva pedagogía, que incluya pero trascienda la actual. Necesitamos diseñar
una educación orientada a aprovechar la principal característica del ser
humano: su capacidad de reflexionar. ¡Necesitamos enseñarles a nuestros jóvenes
a pensar! Ni más, ni menos.
Desde
la biología, podemos rescatar el concepto de evolución, para diseñar una
educación dinámica y flexible, que entienda el desarrollo humano como un
proceso en etapas, dependiente de las condiciones de vida, que nos permita
enseñar a pensar contextualmente. También podemos recoger el concepto de
sustentabilidad para enseñar a pensar a largo plazo.
Con
los conocimientos que recientemente hemos adquirido de las neurociencias,
tenemos una mejor comprensión de cómo funciona el cerebro humano y el sistema
nervioso. Esto nos permitiría diseñar una educación que ayude a optimizar el pensamiento,
al construir arquitecturas neuronales plásticas. A aprovechar el sueño y
optimizar la memoria, entre otras tantas cosas.
Con
las herramientas tecnológicas que hemos desarrollado, estamos en condiciones de
aprovechar la ubicuidad del conocimiento para hacerlo accesible a los
estudiantes cuando, como y donde ellos lo necesiten. Esto permitiría una rápida
consulta y retroalimentación.
Con
los avances en comunicaciones, podemos generar redes de trabajo y un ambiente
colaborativo, que ayudarán a aprender colectivamente y a usar las buenas ideas
de otros para alimentarlas y trascenderlas.
Con
el encuentro de la ciencia clásica con la complejidad, advertimos de que todo
está intrínsecamente conectado y encontramos una nueva forma de pensar, que nos
ayudará a explicar de mejor forma la realidad del mundo actual.
Con
todas estas extraordinarias herramientas, podemos preparar a nuestros jóvenes a
enfrentar al mundo real, apoyándose en nuestro legado (pero enriqueciéndolo con
innovación, creatividad y pensamiento independiente), con optimismo y
entusiasmo. No solo podemos, debemos.
Y
sin embargo, seguimos aplicando las viejas prácticas pedagógicas que a estas
alturas, no solo huelen mal, están francamente podridas. Pero no menos rancias
que la visión de aquellos que se oponen al cambio y pretenden seguir usando un
modelo perverso. ¡Miedosos! Sus miedos, inseguridades y sus propios intereses los tienen aferrados
a malas prácticas. Debieran estar demoliendo y sin embargo tratan de aprovechar
sus últimos minutos. A ustedes, que están de rodillas y que esconden la cabeza como el avestruz, ¡a ustedes les estoy hablando! ¿Porqué, pregúntense, no quieren enfrentar el problema? Cualquier respuesta que se hayan dado, está equivocada, terriblemente equivocada.
Porque
cuando los estudiantes despierten, no tendrán compasión. Sencillamente los mirarán
con lástima y los despreciarán aun más. Al que le quede el sayo, que se lo ponga.
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