El
sistema educacional está diseñado para el aprendizaje superficial. Al buscar
eficiencia, hemos concedido lo más preciado para el aprendizaje: tiempo para
madurar. El espejismo de la eficiencia nos hace traicionar la esencia de la educación. Hoy en día, los estudiantes estudian simplemente para pasar las pruebas.
No los culpo, estamos viviendo tan aceleradamente que lo único que parece
importar son los resultados de las mediciones que hacemos. Repasan la materia a
última hora y resuelven mecánicamente los ejercicios, para apenas aprobar.
Pasar una asignatura con este método de estudio, no tiene ningún mérito. Las
mismas pruebas que contestaron con éxito, serían probablemente reprobadas si se
las repitieran en unos pocos días y con seguridad si la repetición fuese en un
par de meses.
Los
profesores son cómplices. Algunos ni siquiera tienen tiempo para darse cuenta
de lo frágil que es el aprendizaje de sus alumnos. Otros, sospechan que algo
anda mal, pero se rinden ante las exigencias del sistema. Los menos, comprenden
que la mayoría de sus estudiantes no han logrado madurar los contenidos y
secreta e inocentemente esperan que repasen los conceptos importantes más adelante.
Los
métodos de evaluación tampoco ayudan. Las pruebas de alternativas son un
invento eficazmente perverso. En general las pruebas exigen que los estudiantes
respondan lo que el profesor piensa. Lo que necesariamente los despoja
gradualmente de inocencia y autenticidad. A mayor abundamiento, la insólita
simultaneidad de las pruebas y exámenes, obliga a los estudiantes a distribuir
su escaso tiempo para estudiar entre diversas disciplinas desconectadas.
Resulta complicado medir la claridad conceptual o la asimilación profunda con
varias evaluaciones durante el trimestre o semestre.
Necesitamos
aprendizaje profundo. Necesitamos darle tiempo a nuestra mente para procesar
las nuevas ideas y modificar nuestras antiguas interpretaciones. Solo cuando el
nuevo conocimiento consigue expandir nuestra consciencia, cuando rehacemos el
mapa de la realidad o ajustamos nuestras perspectivas, se logra aprendizaje
verdadero. Aprender no es contestar correctamente una prueba. Aprender es
comprender integralmente. Aprender es cambiar de forma de pensar, cambiar de
comportamiento; aceptar que ese aprendizaje es efímero y que está basado en
premisas que sistemáticamente resultarán falsas. Aprender es encontrar una
explicación acorde con nuestra madurez psicológica y emocional. Aprender es
agregar información al mapa con que interpretamos la realidad. Aprender es
permitir que el nuevo conocimiento penetre y se procese en nuestra mente, baje hasta nuestros corazones y desde allí
amplíe la sensibilidad de nuestros sentidos, para traducirse en acciones
coherentes con nuestra historia y experiencias. Aprender desde el presente con
la mente, con las emociones, con nuestro sentidos, con nuestras acciones, para
que nuestro inconsciente asimile la lección, requiere más tiempo del que
estamos dándole a nuestros estudiantes. Eso necesitamos, aprendizaje lento,
profundo.
El aprendizaje profundo cambia nuestras creencias y expande nuestra consciencia. Y estaremos defraudando a nuestros jóvenes mientras no construyamos una educación para el aprendizaje profundo. Una educación auténtica, más parecida a la vida real. Porque la
vida es nuestra mejor universidad. Tiene paciencia, posee ingenio y plantea sus
problemas desde numerosas aristas. La vida es nuestro mejor maestro. No se
apura y nos da tiempo para madurar aquellas lecciones que nos harán crecer.
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