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domingo, 28 de enero de 2024

El acuerdo

Aun no amanecía. Esa madrugada en la larga playa de Santo Domingo no había nadie. Ni siquiera los pescadores. La oscuridad anunciaba su pronta retirada con un entusiasta concierto de aves marinas. A pesar de que era verano, el frío y la humedad calaban los huesos. «Afortunadamente estoy solo», pensé ya que me sentía fuera de lugar. Sentado en un tronco harto navegado, junto a mi bolso de golf, esperaba al Maestro embargado por una mezcla de emociones donde predominaba la curiosidad.

 

«¿Por qué me habrá citado aquí?» ponderé mientras asimilaba la poderosa energía del parto cotidiano. «Nace otro día, otra oportunidad de aprendizaje, un nuevo comienzo…». Las olas del mar arrullaron mi mente con su ritmo cansino y hurgué en mi memoria mientras tanto.

 

Lo conocí cuando ya era un renombrado jugador de golf profesional. De origen humilde, como la mayoría de sus colegas en ese entonces, lo distinguía su pasión por la lectura y la filosofía. Se consideraba un ratón de biblioteca condenado a jugar golf para subsistir. De vez en cuando nos juntábamos a filosofar sobre la vida. A “vacunar lombrices y afeitar calaveras”, como solía describir nuestras conversaciones. No alcanzamos a consolidar nuestra amistad. Sus éxitos lo llevaron al Tour Asiático donde lamentablemente tuvo un accidente en moto que truncó su carrera. Una de sus piernas quedó tan dañada que debió retirarse del golf competitivo. 

 

Entonces simplemente desapareció. No regresó a Chile por mucho tiempo. Nadie supo que hizo durante esos largos años en el Oriente. Se rumoreaba que se había recluido en un monasterio taoísta, que se había enamorado y hasta que estuvo en prisión. Su estadía en Asia era un enigma que él tampoco ha querido revelar. Pero volvió transformado. Representaba más edad. No solo por las canas. Ni porque caminaba ayudado por un curioso bastón. Ahora, usaba una frondosa barba y recogía su cabello con una pequeña cola de caballo. Tenía pinta de hippie con clase. Su cambio era más evidente en la profundidad de su mirada y en su templada presencia. Allí se traslucía una extravagante sabiduría. Irradiaba paz y provocaba una fascinación difícil de explicar. Vivía con sencillez dando clases. A veces acompañaba a sus discípulos al campo de golf donde solía reflexionar acerca de la vida. Se había convertido en una especie de gurú. Tanto así, que lo llamaban: el Maestro. 


Una figura rengueante se aproximó por la arena recién mojada, haciéndole el quite a la espuma del mar. Puntualmente, cuando los primeros rayos de sol luchaban por traspasar la densa vaguada costera, el Maestro vino a mi encuentro. Sin apuro. Parecía traer la luz. Al amanecer nos encontramos después de 25 años. Me examinó con ojos penetrantes, clavó su bastón en la arena y me dio un abrazo perezoso, como si estuviese dándole tiempo a nuestros recuerdos para reencontrarse. El contacto físico fue mágico. Intercambiamos energía sin palabras y de inmediato recobramos esa incipiente amistad que dejamos pendiente. 

 

      Estamos más viejos…– Balbuceé impresionado por su transformación.

      Y más sabios –. Agregó sonriendo.

 

No había mucho que añadir. Si el tiempo había dejado sus huellas en nuestros cuerpos, nuestras mentes se habían enriquecido. En la mía seguían revoloteando algunas preguntas, que el Maestro procedió a contestar como si leyera mis pensamientos. 

 

      Gracias por venir. Supe que sigues intentado mejorar tu golf… y si me lo permites quiero ayudarte –. Comentó mientras recogía su bastón. 

      Gracias a ti. Ahora que eres una leyenda urbana, me honra que te des tiempo para ayudar a un veterano golfista, lleno de mañas a corregir.

      Mejorarás si cambias tu forma de pensar. El golf es un desafío mental. Igual que la vida. 

      ¿Y a qué debo el privilegio de ser escogido como alumno? 

      Aclaremos algo. No vengo a enseñarte golf. Quiero enseñarte a disfrutarlo – sonrió y luego murmuró en voz casi imperceptible–…, y de paso a mejorar tu vida.  

      ¿No es un poco tarde para eso? Ya estamos viejos…

      Nunca es tarde para saldar tu karma–. Hizo una pausa mirando al horizonte como si estuviese inquieto por algo. Sacudió su cabeza para volver al presente y agregó–. Eso me recuerda que hay algo que debo pedirte a cambio. No te pongas nervioso, simplemente quiero que registres todo lo que aprendas conmigo y cuando terminemos, me lo entregues convertido en un relato que pueda darles a mis nietos. 

 

Sacó una pequeña libreta del bolsillo interior de su parca y me la entregó, sugiriendo que la tuviese siempre en el bolso para anotar mis aprendizajes mientras estén frescos. 

            

      No confíes en tu memoria. Los humanos olvidamos con facilidad –. Insistió.

      Seré tu discípulo, escritor y personaje del “regalo del tata” entonces–, rezongué sonriendo mientras guardaba la libreta. 

      Así es. ¿Tenemos un trato?

      Hecho –. Le confirmé extendiendo la mano y en lugar de estrechármela, me entregó la madera 3 que había sacado de mi bolso. 

      Comencemos entonces. 

Así es como llegue al acuerdo con el Maestro. Es lo que anoté ese mismo día. Así me convertí en su discípulo y comenzó mi desafío de cambiar mi forma de pensar para disfrutar el golf. O como diría él, de aprender a vivir en función de las enseñanzas que transmite el golf. Así es como adquirí la responsabilidad de relatar esta aventura pedagógica, sin sospechar sus misteriosas repercusiones ni las verdaderas razones que motivaron esta extraña petición. 


Aclaro que esta es una historia basada en la realidad. Por respeto a los personajes, no usaremos sus verdaderos nombre y mantendremos reservada su identidad. Además reconozco que las imágenes son apenas ilustrativas y que algunos detalles del relato se han modificado para evitar que sean reconocidos. Sin embargo confío que las siguientes publicaciones puedan transmitir fielmente la sabiduría que este misterioso filósofo heredó a sus nietos. 

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