Cuando era muy niño, pensaba que la vida era un combate. Que los buenos, nosotros,
luchábamos por sobrevivir y que los malos, eran nuestros enemigos. Mientras
habité en ese mundo, donde solo sobrevivía el más fuerte, yo quería ser un
héroe. El principal protagonista. Porque cada uno de nosotros es único y por lo
tanto extraordinario.
Durante mi infancia, me di cuenta de que la vida era
un juego. Que no estamos solos,
vivimos en comunidad y en realidad luchábamos por ganar. Advertí que pertenecía
a un grupo donde yo tenía un rol y que debía obedecer ciertas reglas si
queríamos derrotar a nuestros adversarios. El mundo era absoluto, blanco o
negro. Quería hacer lo correcto.
Ya en la adolescencia, mi vida se transformó en una competencia. Entendí que debía
esforzarme para tener éxito, porque todos competirían para ganar. Somos
responsables del resultado del desafío de vivir. Aprendí a superarme. Quería
ser un triunfador y recolectaba medallas como símbolo de mis logros.
Siendo aun joven, descubrí que la vida era una aventura y que alcanzar la meta es un
trabajo en equipo. Si bien era una aventura individual, también era parte de un
equipo y el resultado de nuestra expedición dependía del grupo. Aprendí el
significado de la sinergia. El todo es más que la suma de las partes. Quería
ser parte de un equipo diverso y comprometido.
Al llegar a ser adulto, la experiencia me hizo
comprender que la vida era un rompecabezas.
Toda nuestra historia, todo lo que nos sucede nos entrega información: señales
que nos ayudan a descifrar la imagen de fondo. Estamos inmersos en un océano de
información que necesitamos analizar y sintetizar. Quería resolver el enigma de
la vida.
Ahora, más experimentado, pienso que la vida es una idea. Una idea colectiva que
construimos entre todos con nuestras historias, experiencias y pensamientos. Nuestra
vida es apenas un párrafo en el gran libro de la humanidad, donde están
escritas las lecciones aprendidas por el homo sapiens. Hoy quiero que la
lección que estoy aprendiendo sea relevante para el proyecto humano. Y estoy consciente de que esta idea también es transitoria...
Mi vida ha sido un aprendizaje permanente. He vivido
en diferentes mundos. Los he explorado usando mapas construidos por mi historia
y mis creencias. He aprendido de los errores que he cometido por usar mapas
incompletos. Cada vez que me atreví a cuestionar mis creencias y a cambiar el
mapa, expandí mi consciencia, maduré y
eso transformó mi mundo, en un territorio más interesante y más complejo.
Si volviera a vivir, cometería los mismos errores (porque son la fuente del aprendizaje),
aunque intentaría equivocarme antes, para alcanzar a deshacerme rápidamente de
todas mis certezas. Volvería a recorrer aquellos viejos mundos con una nueva mirada e intentaría explorar otros mundos, más evolucionados, insólitos y desafiantes.
Educarnos no
significa acumular conocimientos, sino expandir
nuestra conciencia para recorrer territorios desconocidos.