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lunes, 30 de mayo de 2022

Los Secretos del Escarabajo 1.7

Previamente: 

    –…la educación actúa como la cicuta. …puede paralizarnos antes de que fallezcamos casi sin darnos cuenta. Es una engañosa toxina disfrazada de información. Acabará con nosotros. No estoy exagerando.

    –Usa tus sentidos. Piensa… ¡Nada es lo que parece!

    –Nada de lo que has vivido aquí es casualidad.



Episodio 7: La tortuosa deriva ♣

“…sabía que la vida en la selva era frágil, muy frágil. Más aún la vida de un parapléjico como él sobre una balsa a la deriva, navegando río abajo por algún afluente del amazonas.”  

    La última imagen que recordaba de AkhaaSha, fue impactante. Parecía estar llorando sangre. Su rostro albo, surcado por manchas rojizo-púrpuras, le pareció muy familiar y justo cuando estaba por recordar donde lo había visto, se despertó sobresaltado ¿Había sido una pesadilla? Debía serlo. Nada le hacía sentido. No tenía lógica. Era imposible que aquello hubiese ocurrido. Pero, su palma izquierda tenía un corte y en su lecho había mucha sangre. Un rayo de luz lo cegó momentáneamente. El sol de esa mañana auguraba un gran cambio para Gaspar. Entre varios adultos lo sacaron ceremoniosamente de su albergue, cuidadosamente lo llevaron al río y lo pusieron, con bastante dificultad, sobre una balsa. Una embarcación de troncos, amarrados firmemente con lianas construida especialmente para él. Le dejaron algo de comida y un morral con setas, semillas y hierbas que seguramente le envió AkhaaSha para el viaje. Eso era todo el equipaje que llevaba Gaspar en la vacilante embarcación que desataron para dejarla a merced del río y así devolverlo a la civilización. 

    Llovía copiosamente. Dos jóvenes escoltaron su peligrosa travesía en sendas piraguas, dejándose llevar lentamente por la corriente a pocos metros de la balsa. Sonreían alegres de participar en aquella aventura. Por lo que se veía, era claro que los nativos pensaban que naturalmente el agua lo haría llegar a su destino, cualquiera que este fuese, sano y salvo. También estaba claro que confiaban en que no iba a surgir ningún inconveniente en el trayecto. Supuesto que Gaspar obviamente cuestionaba. Se sentía inseguro. Lamarc sabía que la vida en la selva era frágil, muy frágil. Más aun la vida de un parapléjico como él sobre una balsa a la deriva, navegando río abajo por algún afluente del amazonas.  

    El rector había escrito un episodio bastante extraño en la historia de esa pequeña tribu, que luchaba denodadamente por conservar su modo de vida respetando las leyes de la naturaleza. Y Gaspar debía ser alguien especial, porque lo habían resucitado, protegido y preparado para ser chamán. Prueba de ello es que algunos indígenas aparecieron en la orilla del río para verlo partir. Los saludó en señal de agradecimiento y despedida. Ellos devolvieron el gesto con algarabía. Sabían que no volverían a verse. 

    La balsa era bastante estable y la corriente, tranquila. El viaje hasta podía haber sido placentero, si Gaspar no hubiese estado plenamente consciente de que si su embarcación volcaba por algún motivo, sus acompañantes tendrían mucha dificultad para rescatarlo, si acaso siquiera lo intentaban. Se sentía vulnerable y con razón, porque su condición era muy precaria y en ese sentimiento incluso pecaba de optimista. Sus reales posibilidades de sobrevivir eran mínimas. 

    A pesar de todo, estaba contento. Dejaba atrás una prisión que lo estaba asfixiando. Vivir así, le pareció una tortura impropia de su espíritu aventurero. Durante meses su parálisis lo había confinado a la choza de AkhaaSha y, en ciertas ocasiones esporádicas, a sus alrededores. La pequeña aldea y el sector ceremonial, a una decena de pasos de su lugar de residencia, fue el único paisaje selvático que vio durante casi un año en cautiverio. 

    Estaba confundido por algunos acontecimientos, puesto que habían cosas que le hacían sentido y otras, tal vez la mayoría, seguían siendo misteriosas o francamente mágicas. Su mente aun no lograba procesar aquellas experiencias, pero su corazón estaba profundamente agradecido. Había sido totalmente dependiente de la tribu. En especial de AkhaaSha y de las jóvenes que lo habían alimentado, aseado, cuidado y despiojado periódicamente. Aunque sabía que ninguna de ellas ya lo veía, agitó nuevamente su brazo en señal de despedida. Quería despedirse de la jungla y tal vez, de la vida. Para el sobreviviente del fatal accidente aéreo, este paseo, aunque arriesgado, era una peligrosa bendición e intentó disfrutarlo. Podía ser el último.

    La vegetación era frondosa y desde el ancho cauce del río, pudo apreciar el amplio panorama por primera vez. Las aguas más bien turbias, la exuberancia de la naturaleza, la extraordinaria variedad de sonidos y la copiosa lluvia le mostraban una cara de la selva que hasta entonces jamás había conocido. La jungla era un universo cambiante, que tenía una energía vital asombrosa. Tal vez era ese espíritu de la naturaleza el que sus salvadores reverenciaban. Allí nada parecía fuera de lugar. Ni la vida, ni la muerte. 

    En lo más profundo de la selva amazónica, todos los días, ambas, vida y muerte, jugaban a las escondidas, disfrazándose de distintas criaturas que participaban con toda su energía en un letal carnaval de intensas emociones. Allí ningún animal era más importante que otro. Y si el ser humano era el más débil, también era el más ingenioso. Todas las criaturas que compartían la selva eran cómplices en una aventura de transformación permanente. Como si fuese un juego donde todos debían ganar.

    El esplendor de la selva amazónica se le apareció a Gaspar con igual intensidad que los rostros ancestrales del sueño de la noche anterior. En ese ambiente las costumbres y rituales de sus hermanos tribales no parecían fuera de lugar. La adaptación al entorno explicaba el comportamiento de casi todos los organismos, incluyendo a los nativos. La exuberancia vegetal estaba adornada con asombrosa diversidad biológica. ¡Era un ecosistema maravilloso! Digno de un documental. Todo el paisaje se revelaba ante Gaspar como un mapa de símbolos y metáforas de un proceso evolutivo atávico.

    Mientras avanzaban suavemente por el cauce, monos, caimanes, mariposas, tortugas, aves de plumaje llamativo y estridente canto,  y algunos extraños insectos gigantes, fueron llamando la atención del curioso visitante lisiado. Otros, animales más tímidos, se mantenían escondidos en la espesura del bosque y sólo se notaban por la agitación de las hojas que producían sus movimientos. Qué admirable era que todos ellos intercambiaran roles entre presa y depredador, manteniendo el frágil equilibrio ecológico. 

    Gaspar, divagando acerca del movimiento perezoso de su desplazamiento, se permitió reconocer un extraordinario milagro natural: que el agua sublime, portadora de vida y esperanza, fluía a través de la naturaleza, por la ondulante avenida de la menor resistencia, creando río y selva en su recorrido. La deriva natural era el proceso que generaba el río y lo trasladaba hacia la inmensidad líquida del océano, donde se diluía y purificaba, para después elevarse hacia el cielo. Ya entre las nubes, decidía disfrazarse de lluvia para volver a alimentar a la selva, buscando otro cauce para fluir en un ciclo eterno de buscarse a si misma. Estaba surcando una metáfora de la vida, la evolución y la muerte.

    Sus cavilaciones fueron interrumpidas por un ruido que se hizo notar recién al terminar la lluvia. El río aceleraba aguas abajo, el cauce se había estrechado y las turbulencias aumentaron. Un murmullo apagado le anunciaba que se aproximaban a cascadas o unos rápidos. La balsa se bamboleaba peligrosamente. Sus dos compañeros escoltas se le acercaron para protegerlo. Obviamente conocían el lugar y estaban inquietos. Algún peligro acechaba. El ruido aumentó progresivamente. Una cascada se les acercaba, acelerando.

    Con algunas hábiles maniobras sus escoltas lograron llevarlo a un recodo más calmo y allí, una vez que lograron detener la balsa, lo sacaron de la embarcación. Llevándolo en andas, siguieron una pequeña senda con gran dificultad. Apenas lograron avanzar unos diez metros y debieron descansar. Sin recuperarse del todo, volvieron a cargarlo. Gaspar intentaba ayudarlos con unos bastones improvisados, pero progresaban lastimosamente. Repitieron el ejercicio varias veces, hasta quedar visiblemente extenuados. Finalmente lo deslizaron por una especie de tobogán natural y consiguieron depositarlo en un recoveco donde se formaba un pequeña playa. Desde ese lugar se podía apreciar la cascada. La humedad era asfixiante. Lo dejaron solo y por señas le indicaron que regresarían por la balsa y sus canoas. Estaban tan agotados que temió que sencillamente lo abandonaran a su suerte allí mismo. Mientras esperaba y sus temores crecían, Gaspar apreció la tremenda fuerza del río. Aunque la caída no era tan alta, la potencia del caudal se reconocía por un estruendo ensordecedor. Un arcoíris terminaba por convertir el lugar de refugio en una postal. Sabía que estaban intentando regresarlo a su mundo pero si tenía que morir, ese era un lugar digno. 

    Para alivio del precario navegante, después de un buen tiempo regresaron con su balsa. Tampoco debió ser fácil, porque lucían desencajados por el esfuerzo. Pronto sus temores volvieron, atizados por la fragilidad de la vapuleada embarcación, que debió sufrir algunos potentes impactos en el traslado. Descansaron un momento y apenas recuperaron la respiración, volvieron a buscar los pocos enseres que cargaban. Retornaron cuando ya anochecía ¡Qué rápido había pasado el día! ¡Qué lejos parecía la aldea! Sus acompañantes ahora estaban sigilosos. No hablaban. No prendieron fuego, ni se alimentaron. La noche los envolvió rápidamente con su música natural. Gaspar también estaba extenuado y sabía con certeza que sus compañeros también, pero ninguno de los dos hizo amago de dormir. Por el contrario. Se mantuvieron expectantes. Un par de veces uno de ellos se ausentó por breves minutos. Era evidente que el miedo vencía al cansancio y que esa noche tenebrosa sería interminable ya que no iban a dormir. 

    Antes que despuntara el alba y sin mucho trámite, lo pusieron en la maltrecha balsa con sus bártulos y lo abandonaron a merced de la corriente. Sus escoltas sencillamente desaparecieron. Esperó en vano volver a verlos e intentó afirmar las lianas y amarrar los maltrechos troncos mientras sus esperanzas de compañía se desvanecían. Sabía que la vida útil de su nave se extinguía rápidamente y que su situación era desesperada. A la deriva, la embarcación avanzó en círculos arrastrada por las “surgencias” del río. Serpenteando, la balsa se atascó en la vegetación de la orilla un par de veces y en una oportunidad, Gaspar debió luchar tanto para zafarla que se desestabilizó y cayó al agua. Si no hubiese sido un eximio nadador en su juventud, allí mismo se habría hundido. Sus reflejos apenas le permitieron alcanzar la balsa y después de un agotador esfuerzo, logró subirse a ella. A parte de ella, ya que algunos troncos se soltaron en la batahola. Fue una batalla muy desgastante. Ya no tenía energías para continuar luchando. Desplomado sobre los pocos troncos que se mantenían unidos, siguió flotando río abajo y entonces el sol comenzó a castigarlo hasta convertirse en un verdadero suplicio. La sed y el hambre se hicieron presentes. Los insectos también. Atraídos por los desechos del sucio y moribundo navegante, una increíble cantidad de bichos lo atormentaron en su arriesgada deriva. La fragilidad de su situación era conmovedora. El castigo que estaba soportando era brutal. Quería rendirse.

    No tuvo conciencia del paso del tiempo hasta que comenzó a anochecer. Había viajado solo y abandonado durante un día. Siguió avanzando en penumbras. Tras evaluar su situación consideró peligroso seguir avanzando de noche y aprovechó la lentitud de la corriente en un amplio remanso para tomarse de unas ramas y amarrar la embarcación con las cuerdas del morral.

    Sin darse cuenta, durante la noche mientras dormía, la insegura balsa se soltó y navegó sola río abajo durante horas. Cuando Gaspar despertó tenía fiebre y deliraba. Semiinconsciente reflexionó que no le hacía sentido haber sobrevivido al accidente y estar en condiciones tan miserables durante tantos meses para terminar ahogado. Tal vez el sentido de su vida era reconocer lo desconectado que está el hombre moderno de la sabiduría de la naturaleza y de su historia evolutiva. Recordó las lágrimas de sangre de AkhaaSha y lamentó haberle fallado. Decidió rendirse y acaso volver a nacer como un conservacionista. Su energía vital ahora tendría que diluirse y purificarse. Clamó por piedad y se entregó a la muerte.

    
–¿Donde estás ahora que te necesito? –murmuró, y su pregunta quedó flotando en la suave brisa que lo acompañaba, como para que alguien respondiera.


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