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jueves, 5 de mayo de 2022

Los Secretos del Escarabajo 1.1

Capítulo 1: La Vida

“La vida es una aventura educativa, impecablemente concebida por un maestro divino que opera las fuerzas invisibles del destino, esperanzado en que recorramos aquel camino sagrado que nos conduce hacia Él. Su benevolencia, sin embargo, no impide que sus recursivas lecciones se tornen progresivamente severas cuando desatendemos sus enseñanzas.”



Episodio 1: Premio a la Excelencia

“¡Se estaba honrando al mejor colegio del planeta!”

Ciudad de México, 20 de diciembre, 2015
Es el momento culmine de la Conferencia Anual de Rectores de Colegios Secundarios de los países de la OCDE y un hombre que duda está “ad portas” de recibir el premio a la excelencia pedagógica. Se trata de una ceremonia solemne en la que se reconoce públicamente a los establecimientos educacionales que han conseguido los mejores puntajes en las pruebas PISA. Los resultados de este examen -que debutan desagregados por institución-, distinguen por primera vez a la mejor institución educativa: un colegio chileno llamado “El Escarabajo”. ¡Se estaba honrando al mejor colegio secundario del planeta! El auditorio está repleto de autoridades elegantemente vestidos para la magnífica ocasión. 

    México es un país moderno. Lo refleja la decoración minimalista del recinto: paredes revestidas de madera que combinan bien con el rojo vinagre del piso alfombrado y de las cortinas del escenario; butacas azules aterciopeladas que le imprimen un sabor tradicional al ambiente. Arriba, en la oscuridad profunda del cielo falso, está la impronta de los tiempos: la iluminación inteligente que incorpora los adelantos más recientes de la vanguardia tecnológica; miles de pequeños haces de luces que se concentran donde hay más actividad, simulando una danza en el firmamento especialmente coreografiada para el ser humano. Sentados bajo esas asombrosas estrellas artificiales, en un entorno solemne pero distendido, los asistentes intercambian sus mejores sonrisas. Algunas cámaras dispersas y varios micrófonos en la testera dan cuenta de que diversos medios de comunicación están cubriendo el magno evento. 

    Cuando mencionaron al colegio ganador y el nombre de su rector, Gaspar Lamarc, aquel personaje vacilante caminó hacia el estrado mostrando cierta incomodidad, en medio de aplausos bastante más entusiastas que su andar nervioso. Se aprestaba a recibir la principal distinción a la que podía aspirar un educador: el premio equivalente al “Oscar” pedagógico para un colegio secundario. En el podio, sólo debía cumplir con la formalidad de hacer un pequeño discurso de agradecimiento. Aunque lo disimulaba bien, el galardonado no estaba contento. 

    A pesar de sus cincuenta años y algunas canas que entonces ya peinaba, Lamarc era un hombre atlético y su figura, alta y esbelta, casi quijotesca, resultaba imponente. La manifiesta palidez de su blanca piel acentuaba el intenso azul de sus formidables ojos, sin afectar su enigmático atractivo, aunque evidentemente sugería cierta contrariedad. Tenía preparadas algunas palabras para agradecer a sus colaboradores y señalar de qué forma, tanto él como su equipo, continuarían trabajando para mejorar aún más la calidad de la educación que impartían. Todo aquello, excepto sus sentimientos más profundos, de acuerdo a las directrices que recibió y a lo que la distinguida audiencia y sus propios colegas esperaban de él.  

    Mirándolo desde lejos, allá arriba del escenario se veía aparentemente tranquilo, muy bien plantado en su rol de homenajeado, vestido con un traje formal negro, zapatos relucientes, camisa blanca con colleras de plata y una versión elegante de la corbata roja con puntos negros de su colegio. Sin embargo, por dentro estaba dando una batalla moral  ¿Se atrevería a decir lo que realmente pensaba? ¿Sería políticamente correcto? ¿Debía ser diplomático o debía arriesgarse y decir lo que verdaderamente opinaba? ¿Ser o no ser consecuente? Sus dudas lo tenían agobiado. Siempre había sido una persona de principios y en esta ocasión sentía que su coherencia y honestidad estaban en juego. Mas, qué diablos, si quería ser pragmático en esta ocasión tendría que mostrarse especialmente sutil. Mal que mal, estaba representando a todos sus alumnos, a todos sus profesores y a la educación de Chile, un país que recién comenzaba a entender que podía obtener algo más que triunfos morales. Además, aceptar aquella distinción internacional entrañaba un futuro más que promisorio para él, su pequeña familia y su comunidad escolar. En caso contrario, si su temperamento, impredecible y rebelde, se imponía e incurría en alguna de sus ya célebres salidas de libreto, no sólo desafiaría todos los códigos de comportamiento de la jerarquía académica, sino que se ganaría muchos enemigos. Si bien era cierto que allí podía aprovechar el escenario para hacer activismo educacional y clamar por un cambio urgente en los valores del sistema educativo, aparte de seguir mirándose al espejo con cierto respeto, no tenía claro si algún cambio real era posible. Su decisión, finalmente, estaba tomada. Carraspeó, sacó del bolsillo interior de su chaqueta, el papel con las notas que había preparado para que no se le escapara agradecerle a alguien y lo puso sobre el estrado, convencido de que lo mejor era seguir el libreto a pesar de sus escrúpulos. Se acercó al micrófono, acomodándolo a su altura, y comenzó a leer:

    –Estimado anfitrión, distinguidísimo Ministro de Educación de México; estimado Presidente de la Asociación de Colegios Secundarios; estimados miembros del Directorio de la Asociación de Colegios Secundarios; estimadas autoridades educativas de los diversos países de la OCDE; estimados rectores; estimados educadores…

    Arrastraba cada palabra que leía, como si pronunciarlas dejara un sabor agrio en su boca. Le costaba seguir pautas y ser tan meloso. Alzó sus ojos para mirar al auditorio y respirar profundo. Necesitaba aire fresco. En ese preciso instante notó que un minúsculo escarabajo se posó sobre el discurso y lo recorrió de izquierda a derecha, como si lo estuviese leyendo. Cuando Gaspar quiso espantarlo con una cachetada instintiva, el insecto literalmente defecó sobre el papel y manchó el discurso. Luego salió volando. El orador, tras un manifiesto titubeo al reconocer aquella extraña pero significativa sincronicidad, se disculpó, dobló los apuntes y allí, frente a todos sus colegas, mostró su verdadera naturaleza: dolorosamente honesto, impredecible, escéptico, tácito, misterioso e irreverente: 

    –Un bicho acaba de cagarse en mi discurso –dijo–. No lo culpo porque ¡Era una mierda! –Tragó saliva y continuó hablando, aunque ahora estaba completamente decidido– Estas extrañas coincidencias son simbólicas. Sospecho que esta fue una recomendación de mi colegio para hablarles con honestidad. Pues bien, Lo haré… No me siento orgulloso de recibir esta distinción… Me da vergüenza… Lo reconozco hidalgamente…

    Sus pausas, que se hacían eternas, daban cuenta de que intentaba ordenar sus pensamientos.

    –Porque si nuestro objetivo como educadores es preparar mejores personas, quiere decir que estamos fracasando miserablemente. La sociedad que hemos construido está llena de personas desconfiadas, egoístas, superficiales y poco éticas ¡La humanidad está enferma! Y aunque nos cueste reconocerlo, somos los principales responsables. Todos los que somos educadores lo sabemos muy bien.

    Dejó que los oyentes asimilaran sus palabras y continuó.

    –Ahora, si nuestra misión es preparar a los jóvenes para enfrentar el futuro con éxito, entonces nuestro fracaso es más evidente aun ¡El modelo educativo que usamos está obsoleto, añejo, oxidado! El avance de la ciencia y la tecnología es demasiado vertiginoso ¡El futuro es inimaginable! Estamos en un punto de inflexión. Debiéramos preparar a esta generación para el cambio acelerado, para evolucionar, para reinventarse permanentemente, para aceptar la incertidumbre como una oportunidad, sin llenarlos de rancias certezas que obstaculicen su desarrollo.

    Recorrió el auditorio con la mirada y reconoció el asombro –esa encantadora emoción que le placía provocar– dibujado en los rostros de sus colegas. 

    –Hace tiempo que sospecho que la educación actúa como la cicuta, el veneno socrático. Administrada superficialmente distorsiona la realidad. En pequeñísimas dosis puede quitarnos el dolor. Incluso hasta puede paralizarnos antes de que fallezcamos casi sin darnos cuenta. Es una engañosa toxina disfrazada de información. Acabará con nosotros. No estoy exagerando. 

    El asombro en el auditorio se había transformado en cierta incredulidad. Las palabras que pronunciaba el rector eran disonantes con la situación. El ambiente de celebración que prevalecía apenas unos minutos antes, se había enrarecido abruptamente. 

    –Porque ya nos convirtió en seres ingenuos e irresponsables, anestesiados y paralogizados. Mientras tanto, nuestro planeta se queja con toda razón de un abuso inaceptable. La Tierra, mas temprano que tarde, nos va a castigar por habernos trasformado en depredadores insaciables. Y puesto que el respeto por la naturaleza se inculca desde la infancia, obviamente en esta materia también estamos reprobando. Francamente, así como vamos, no somos sustentables.

    El cambio climático era un tema que ya se había tocado en la conferencia. Había poco que agregar, de modo que Gaspar prosiguió con otra arista más relevante para él:

    –Por otra parte, mientras el mundo se hace cada vez más pequeño, las comunicaciones se aceleran y la conectividad aumenta, el encuentro intercultural es cada vez mayor. A diario nos encontramos con gente muy distinta de lugares remotos y extraños. De credos que nos parecen extravagantes ¿Y entonces? Pues ¡Tenemos que aprender a convivir! ¡A respetar la diversidad, para no terminar aniquilándonos! Hay que ampliar el concepto de familia, acogiendo e incluyendo al que es diferente. Incorporando a todos porque… en la diversidad está nuestra fuerza ¿Y qué hace la educación? ¡Todo lo contrario! Homogeniza; uniforma; estandariza ¡Vaya contradicción! 

    Algunas de las autoridades en primera fila se movían nerviosas y cuchicheaban entre ellos intentando decidir cómo reaccionar. Alguien desde atrás se acercó al ministro mexicano, que se veía notoriamente contrariado, suplicando una intervención. El organizador de la conferencia, se levantó de su asiento y lo miró desafiante, como exigiéndole que se detuviera. Gaspar supo que lo interrumpirían en breve y por eso se apuró.

    –Y no menos importante. Hoy, en pleno siglo XXI, cuando tenemos acceso instantáneo a una descomunal cantidad de información, en gran medida, al conocimiento acumulado por toda la civilización humana en su historia reciente; cuando tenemos la posibilidad, como nunca antes, de utilizar métodos colectivos de aprendizaje y modelos colaborativos, el egoísmo se impone astutamente, atrincherándose en nuestros contenidos, camuflado por las sombras de nuestra educación. Hablo del individualismo que hemos exacerbado en nuestros colegios. 

    Gaspar entendía que se le agotaba el tiempo. Tenía tantas otras razones para explicar por qué la educación estaba confundida, que literalmente se atragantaba. En las caras del auditorio advirtió que no había sorpresa alguna; nada de lo que él dijo era en realidad algo novedoso. En aquellas facciones percibió ansiedad. Especialmente en los profesores. En una ocasión que debía ser impecable, Gaspar se había atrevido a levantar la alfombra y la inmundicia acumulada estaba a la vista. Parecían dinosaurios que, embelesados con el espectáculo de un meteorito cursando el cielo, repentinamente toman conciencia de que el impacto con la Tierra es inminente. Seres que se saben condenados a la extinción. Entonces el orador se conmovió e intentó suavizar sus palabras.

    –No debiera hablar por los demás, aunque sospecho que a muchos educadores les pasa lo mismo que a mí. Me siento frustrado y desengañado. Sé que no estamos educando bien y penosamente tampoco tengo la solución. Antes formábamos jóvenes obedientes y muy luego vimos que eso era peligroso cuando sus líderes carecían de autoridad moral. Ahora, formamos jóvenes eficientes que pronto serán superados por la tecnología. Debemos cambiar la forma de educar y la gran pregunta es: ¿Cómo hacerlo? Quién sabe… Pues bien, al menos yo rogaré por intervención divina para conseguir inspiración.

    En un gesto histriónico, juntó sus manos y miró hacia aquel firmamento artificial de luces inteligentes en el techo, como si estuviese rezando. Un silencio curioso envolvió el ambiente y las luces titilaron. Esta última frase y el gesto místico le pesarían al rector. Después, mucho tiempo después, la reconocería como una potente plegaria que lamentablemente fue escuchada por el Universo y que torció abruptamente su destino.  En ese instante mágico, no le dio mucha importancia. Sólo pretendía que sus colegas lo comprendieran. 

    –Confieso que he sido bastante hipócrita. Comencé, como la mayoría de los profesores, educando entusiasmado, sintiéndome privilegiado y realizado. Reconozco que al cabo de muy pocos años de ejercicio profesional traicioné mi genuina vocación y renuncié a la idea de mejorar el mundo. El sistema me obnubiló y pronto sólo anhelé que a mis estudiantes les fuera bien en sus exámenes. Los preparé para conseguir buenas evaluaciones y, en ese acto irreverente, considero que dejé de educarlos. Creo que mi culpa amainó gracias a resultados académicos que parecían prometedores y especialmente por el reconocimiento transversal que esas cifras provocaban. Ahora comprendo que los guarismos pueden ser eximios embusteros. Además, conseguir que los alumnos obtuvieran mejores calificaciones era más fácil que educarlos bien. Mi sentimiento de culpabilidad debía estar equivocado, razoné. Mi ego estaba satisfecho y los apoderados también. Así fue como al dejar el aula y comenzar a dirigir, exigí que todos los profesores prepararan a sus estudiantes para que aprendieran a distinguir las respuestas correctas, sin comprender que estábamos haciendo preguntas capciosas. Mientras tanto, yo sentía que mi corazón y, lo que es peor, la mente de mis estudiantes, se encogía.

    A estas alturas, Gaspar Lamarc, que estaba visiblemente atormentado por las obvias consecuencias de su inconveniente incontinencia verbal, sólo quería marcharse y desaparecer. Extrañamente, algo se lo impedía. Tal vez le quedaban aún destellos de honestidad intelectual que prefería articular. 

    –Los resultados que han otorgado al colegio que represento, el primer lugar en aprendizaje, son mi peor pecado. Demuestran que dejé de educarlos y por eso pido perdón. No puedo aceptar el premio ¡Discúlpenme!

    Las luces de los flashes lo trajeron de vuelta a la realidad ¿Qué había hecho? ¿Cómo se había atrevido? ¿Lo perdonarían sus estudiantes? ¿Y la institución? Sin respuestas satisfactorias, Gaspar supo en ese instante que volvería a su colegio sólo para renunciar a su cargo. A pesar de eso, quiso dejar un último mensaje: 

    –¡Muera la educación fragmentada e industrializada! –sentenció. Y comenzó a bajar del escenario, justo cuando el organizador seguido de algunas autoridades subían a interrumpirlo. Por eso casi nadie pudo escuchar sus últimas palabras, literalmente masculladas. 

    Su voz ya no alcanzaba el micrófono, aunque la última frase que dijo pareció otra invocación dirigida al cosmos.

    –Confío en la fuerza del amor para ayudarnos a reinventar la educación.

    Un silencioso auditorio, atónito y semi-aturdido por la bofetada que les había propinado el insólito protagonista, no sabía cómo reaccionar. Se escucharon algunos silbidos y rechiflas. Y también algunos descoordinados aplausos. Tímidos al principio, aunque pronto comenzaron a aumentar. El ambiente se volvió caótico. Confusión total. Gaspar aprovechó el desconcierto para escabullirse, aunque oyó que más de alguien gritó su nombre. Sin mirar atrás se apuró para intentar llegar al hotel, sacar sus maletas y pagar las cuentas antes de que volvieran sus colegas. Quién sabe qué pasaría con el cóctel que seguía después de la premiación. Estaba seguro de que no duraría mucho, así es que tendría que apurarse.

    El hotel en que se alojaba estaba a la vuelta de la esquina. Cubrió el trecho con zancadas apresuradas y subió a su habitación usando el ascensor. Empacó inmediatamente y bajó a hacer el “checkout”. Apenas estuvo listo se percató de que un periodista lo buscaba en el mesón de recepción del hotel. 

    Justo a tiempo –pensó- y subrepticiamente, decidió salir por la puerta de servicio, subió a un taxi y se dirigió al aeropuerto para tomar el primer vuelo comercial hacia Santiago de Chile. Allí se dio cuenta que tendría que esperar demasiado y en su impaciencia sacó un pasaje a Lima con escala en Bogotá, en un vuelo “bajo costo” que partía en unos minutos. Prefería hacer un par de pequeñas escalas antes que seguir esperando allí. Aunque su futuro era incierto, curiosamente ya se sentía mejor. Más aliviado. Se había sacado un enorme peso de encima. Había cometido un exabrupto, pero era lo correcto. Y su cuerpo lo agradecía. Hacía bastante tiempo que le costaba respirar en momentos de tensión. Ahora sus pulmones funcionaban a plena capacidad. Lo único que deseaba era llegar pronto a Chile para renunciar al cargo de rector, dejar la educación y comenzar otra actividad. Ni siquiera le importaba su edad. Quería dar vuelta la página y comenzar de nuevo. Todavía ese educador fugitivo no comprendía que no se podía huir del destino que él mismo había fraguado. Y el suyo quedó forjado por esa plegaria salida del corazón. Aquel instante mágico cuando juntó sus manos, miró al cielo y conmovido, rogó por encontrar inspiración divina para mejorar la educación.

21 comentarios:

  1. Se ve muy entretenido e interesante. Felicitaciones.

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 8:52

      Gracias. Y si me permites una pequeña sugerencia, publica tus comentarios con tu cuenta Google de modo que no seas "Anónimo" y así podamos interactuar mejor.

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  2. María del Pilar Sierra5 de mayo de 2022, 12:03

    Genial!!. Me encantó!.

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    1. Cornelio Westenenk6 de mayo de 2022, 15:53

      ¡Ya está publicado el episodio 2!

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  3. Muchas gracias por compartirlo, un abrazo

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 8:54

      De nada estimado Adrián. Para eso estamos..., supongo.

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  4. Cada día me sorprendes mas..! Te felicito querido amigo..!

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 8:58

      Nada debiera sorprender a un amigo tan presente como entrañable.

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  5. Más que una historia de ciencia ficción,es una historia real de nuestro tiempo de incertidumbre. Una aventura que todos debieran no sólo leer sino meditar.

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 9:02

      Tu comentario me llena de orgullo, viniendo de un extraordinario escritor.

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  6. Me encanto, Cornelio. Quiero seguir leyendo el libro. Gracias por acordarte de mí en este release

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  7. Cornelio Westenenk6 de mayo de 2022, 15:47

    Muchas gracias por sus comentarios. Seguiré publicando episodios para enriquecerlos con sus aportes. La novela es metafórica y tiene profundas implicaciones que se apreciarán más adelante.

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  8. Querido vecino, no sabía que escribías. Me gustó mucho lo que leí. Quedo a la espera de lo que sigue (mj)

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 9:04

      Qué bueno que pusiste tus iniciales para identificarte y poder enviarte lo que sigue. ¡Ojalá lo disfrutes!

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  9. Jose Manuel Bustos7 de mayo de 2022, 6:20

    Buena amigo.Me entretuve un montón!!

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    1. Gracias José Manuel, espero que te sigas entreteniendo con el resto. ¡Un gran abrazo!

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  10. En el fondo de sus secretos.....estaba el escritor ......nos envolverá con sus relatos....sólo nos liberamos en la última página de su última novela.

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  11. Un escritor de audacia sin límites!!
    Una novela provocadora para reflexionar que invita a trascender en consciencia.

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  12. Muchas gracias Cornelio, me gustó mucho que generes conciencia desde la metáfora. Todo cambio profundo externo requiere un cambio interior.
    Felicitaciones
    Paula Harnecker

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    1. Cornelio Westenenk10 de mayo de 2022, 9:11

      De nada Paula, sé que estamos en lo mismo: intentando ayudar a la humanidad a despertar.

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  13. César Momares Atala12 de junio de 2022, 5:23

    Muchas gracias don Cornelio. Muy entretenido y espero me lleguen más capítulos.

    Muy interesante!!!!!

    Muchos saludos y gracias por acordarse de mí.

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