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sábado, 21 de mayo de 2022

Los Secretos del Escarabajo 1.5

Previamente:

    –Tienes la marca del jaguar –dijo AkhaaSha, señalando la cicatriz que Gaspar tenía en la frente–. Esa es una señal. Todos los chamanes la tenemos.


Episodio 5: El aprendiz de Chamán ♣

“Aunque no lo sepas, puedes entrar en las dimensiones invisibles. Tú eres un chamán y tienes el poder de la magia”

    Tan abruptamente como se desvanecieron sus esperanzas de retorno, desapareció el cuerpo del misterioso visitante armado. Gaspar no pudo disimular su desilusión. Quedó ofuscado por una muerte innecesaria. Pronto amaneció, y se percató de que todos los hombres de la tribu también se habían esfumado. No fueron en busca de alimentos como acostumbraban, sino que esta vez su misión era proteger a su pequeña familia del encuentro con la peligrosa civilización. Esa noche probablemente algunos de ellos perecieron, pero todos estaban más que dispuestos a morir para proteger a sus mujeres y niños de la contaminación disfrazada de progreso. Los sobrevivientes fueron a borrar las huellas del fatal enfrentamiento y a buscar otro lugar para establecerse. 

    Las mujeres prestamente asumieron el rol de proveedoras y por un tiempo la tribu solo se alimentó de los frutos, hongos y semillas que ellas recolectaban. AkhaaSha, la gran intérprete de aquel mundo animista, fortaleció su indiscutida autoridad reforzando su liderazgo matriarcal basado en el amor y la colaboración, aumentando la frecuencia de los rituales de comunicación.  En las noches, cuando todos se disponían a dormir, ella conversaba en voz baja con seres invisibles y les transmitía los mensajes que las almas que habitaban la selva les enviaban de sus seres queridos. 

    Cuando después de un par de semanas, finalmente los hombres regresaron, todo pareció volver a la normalidad. Al parecer no había necesidad de huir a otro lugar. El peligro del encuentro con los “otros” había disminuido. La jungla aun les pertenecía. A Gaspar le quedó muy claro que sus anfitriones pensaban que las leyes de la selva no eran compatibles con las leyes de la civilización.

    Durante varias semanas Gaspar Lamarc fue observador pasivo del modo de vivir de esta tribu matriarcal, cuyo nivel de conciencia se centraba en la supervivencia. Y, sin más alternativa, tuvo que aprender de su modo de vida. Aprendió que el amor, el cariño y la protección eran valores muy respetados. Que para sobrevivir había que colaborar, adaptarse al tiempo y respetar a todos los seres vivientes. Comprendió que para la familia de AkhaaSha la selva estaba literalmente viva y que todos los organismos que existían en ella tenían emociones. Sentían. Esa sensibilidad, esa capacidad de percibir las emociones del ecosistema y de todos sus miembros, era la característica que distinguía a este grupo y también era su mejor herramienta para sobrevivir en aquella jungla. En esa capacidad residía el poder de liderazgo de AkhaaSha. Ella les enseñaba a entender a los árboles, a comunicarse con las plantas y a comprender la dinámica de la selva. Les enseñaba a reconocer la energía que habitaba en ella y su inteligencia natural, que por diferente que fuese a la inteligencia humana, era una inteligencia orgánica que les permitía adaptarse al clima, comunicarse entre ellos y percibir las verdaderas intenciones de los animales, humanos incluidos. El reconocimiento de las emociones en los otros organismos fue el principal aprendizaje del maltrecho rector. Observando y viviendo con la chamana matriarca aprendió a desentrañar e interpretar las emociones de muchos animales, insectos y plantas. En poco menos de un año se sentía un miembro pleno de la tribu amazónica. Se había integrado. 

    Un buen día AkhaaSha demoró más tiempo del habitual en su trance matutino. Se vistió con una piel de jaguar y se colgó varios amuletos. Gaspar intuyó que sería un día especial. No se equivocó. Unas jóvenes lo lavaron con prolijidad y lo vistieron con atuendos propios de una ceremonia. A continuación le dieron un brebaje en ayunas, una droga poderosísima, que de inmediato trastocó su percepción de la realidad. Todo comenzó a distorsionarse, a cambiar de sólido a líquido. En cuestión de minutos, Gaspar estaba en un estado de conciencia sumamente alterado. Los colores se hicieron más intensos, los sonidos más prístinos, las sensaciones más profundas. Cuando el tiempo se ralentizó y todo transcurría lánguidamente, ocurrió lo impensable. Si bien AkhaaSha no hablaba español, ahora Gaspar podía comprenderla perfectamente. Su familiar voz era inteligible. Como si se comunicara con él a través de subtítulos invisibles. Sus gestos y lenguaje corporal muy coherentes, reforzaban el mensaje, cuyo significado su mente fue capaz de traducir de manera espontánea.  

    –Nuestra familia está muriendo –dijo-. -Nuestros conocimientos se perderán-. Y luego de un momento interminable, AkhaaSha continuó: 

    –Estamos siendo exterminados por otros humanos, soberbios y agresivos, que desprecian nuestras creencias. Tú puedes preservarlas. Aunque no lo sepas, puedes entrar en las dimensiones invisibles. Tú eres un chamán y tienes el poder de la magia. 

    –¿Magia?

   –Te regalaré conocimientos secretos para que los lleves a tu mundo. Debes usarlos para modificar el comportamiento humano. Para orientarlos hacia la amistad y guiarlos hacia el amor. Para que enseñes a tu gente a entenderse con la naturaleza y los animales. A reconocer sus emociones. Porque el hombre civilizado está ciego y sordo, y eso lo condenará. 

    AkhaaSha lo contemplaba con una mezcla de solemnidad y cariño. Ella usaba su lenguaje habitual, él interpretaba sin dificultades aquellas palabras traduciéndolas misteriosa e instantáneamente en su mente. ¿Magia? Tal vez. De lo que estaba completamente seguro era que ella hablaba muy en serio:

    –Este hongo expande la conciencia mostrándote la realidad invisible. Te permite ver las emociones de las plantas y los animales.  Y también distinguir tus propias intenciones ocultas, aquellas que no deseas reconocer. La toma de conciencia puede ser incómoda, pero siempre es saludable. 

    AkhaaSha se detuvo y esperó a que Gaspar reaccionara.

    –¿Es una medicación?

   –Puede que sí. Es una cura para la persona atascada. Un tratamiento universal, puesto que todos estamos atrapados en la red de nuestras certezas. ¿Comprendes?

    –Creo que sí. 

    –Después de ingerirlo, la persona se transformará. El ser humano aprende más de sus ilusiones que de sus experiencias.

    –Entiendo –dijo Gaspar.

    –Esta es la magia que hace que nuestro pueblo viva feliz –dijo AkhaaSha con cierta sorna.

    –¿Las drogas? –preguntó el rector, arrepintiéndose de inmediato de su impertinencia. AkhaaSha, sin inmutarse, continuó imperturbable con su explicación. 

    –Los ayudo a vivir el momento y a estar más conscientes. A comprender la jungla y apreciar la vida. Ellos sospechan que su destino está escrito y saben que la muerte está cerca.

    –Comprendo…

   –Hay otra forma de sanación -aclaró AkhaaSha-. Pon atención. Este otro hongo te permitirá percibir las emociones dominantes de cada organismo. Son emociones heredadas de aprendizajes ancestrales. Son estrategias del organismo para acomodarse al entorno. Ninguna emoción es mala, aunque cualquier emoción que acompañe a un ser humano por un tiempo se le impregnará. Y si no es coherente con el entorno, puede dañarte. Por eso las familias y los amigos son tan importantes. Porque en los grupos las emociones individuales se diluyen en favor del sentir colectivo. 

   –Dices que los grupos… ¿Tienen emociones? –interpeló Gaspar.

 –Obviamente. La vida entera es un proceso emocional. Las emociones determinan nuestro comportamiento. Otro día te mostraré. Por ahora concéntrate en el tema de fondo: las emociones son contagiosas. Cuando dos criaturas se acompañan, sus emociones se mezclan como cuando mezclas colores. La emoción resultante de esa convivencia puede ser muy distinta a las emociones individuales. 

    Fue entonces cuando AkhaaSha lo miró fijamente a los ojos. Se acercó y le puso sus manos sobre la cabeza diciendo algo que el rector jamás olvidaría:

  –No estás aquí por casualidad. Estás aquí para conocer nuestros secretos y reconocer tu origen chamánico. Para convertirte en un educador mágico. Mis antepasados y los tuyos se han unido en una misión extraordinaria: transformar al hombre en un ser más responsable. Regresarás a tu mundo para modificar la emoción educativa. Desde el miedo al respeto. Volverás a cambiar la cultura individualista por una basada en la empatía. Nuestros antepasados piensan que es la única esperanza para que continúe nuestra vida en la tierra. El hombre se ha vuelto demasiado peligroso para él mismo. Una nueva manera de educar, podría expandir la conciencia de la especie hasta volver a conectarla con la conciencia de la naturaleza. Sólo así evitaríamos el desastre ecológico que se aproxima. La evolución es una danza sagrada de la vida y el ser humano así lo debe comprender.

    Preocupado por la intensidad del momento, Gaspar tomó a AkhaaSha de las manos y se estremeció. Nunca la había sentido así. Tenía una energía desbordante. Era casi eléctrica.

    –Tranquila…

   –¡Es que no queda mucho tiempo! –dijo ella–. El ser humano no percibe bien. Está ciego. Debes entregarles nuevos anteojos. Debes enseñarles a usar su imaginación. Convierte a tus alumnos en seres creativos y conscientes. Hazlos responsables y respetuosos. Tu colegio puede conseguir que la vida humana en la Tierra sea sustentable. Porque allí, se incubará la mutación humana que generará una nueva especie, más responsable, más empática, más compasiva ¡Esa es tu misión!

    Ahora AkhaaSha no parecía ser la mujer más poderosa de la tribu. Tiritaba y gimoteaba como si estuviese poseída. Gaspar la acogió, la abrazó y la besó y, tras acomodarla en su lecho, poco a poco se fue calmando. 

    –¿Estás bien?

  –Te quedan pocos días de entrenamiento conmigo. Aprovéchalos. Luego regresarás para recuperar tu trabajo, convertido en chamán educador. 

    Gaspar nunca supo si esta experiencia fue real o un viaje psicodélico producto del poderoso brebaje. Sin embargo, quedó tan impresionado con el mensaje que no olvidó detalle alguno del encuentro. Incluso, continuó durante varios días procesando aquella experiencia. Paulatinamente comprendió que las piezas del puzzle comenzaban a encajar.  

    Su educación chamánica continuó al día siguiente sometiéndolo a largos ayunos y períodos de aislamiento total. En algunos casos bajo el  efecto de fuertes alucinógenos. El hambre y la soledad fueron sus maestros. Semanas después trajeron a una joven con fiebre muy alta, que tiritaba y transpiraba. La depositaron delante de Gaspar. Era su primer paciente.

    Haciendo uso de su olfato decidió darle una hierba que comúnmente usaba AkhaaSha.  A continuación, para bajarle la temperatura, la roció durante un rato con agua helada mientras la abanicaba con unas ramas de hoja verde y cantaba imitando la entonación gutural de la maestra. Se le unieron dos de las jóvenes cuidadoras. La melodía ya la conocían todos. Más que un canto era un sollozo. Una verdadera queja a la naturaleza. AkhaaSha se sentó y entró en trance. Las cuidadoras hicieron lo mismo. Gaspar debió unirse sin comprender exactamente qué tenía que hacer pero, al cabo de unos minutos, estaba orando por la recuperación de la muchacha. 

    ¿La energía de varias mentes meditando, el poder de la oración o el efecto placebo? Quién sabe, pero la joven mejoró muy rápido. Así fue cómo Gaspar se fue convirtiendo, poco a poco, en un respetado chamán de la tribu.

    Algunas veces, a la aurora y cuando no había luna, lo sacaban a ver las estrellas. Entonces, disfrutaba viendo el majestuoso despliegue del universo, con toda su inmensidad sobre él, cohabitado por la voz de AkhaaSha susurrando una canción melancólica al cosmos. Mientras Gaspar observaba este espectáculo sobrecogedor, la chamana miraba con emoción a un par de estrellas luminosas que brillaban con intensidad en el firmamento. Según creía, eran los espíritus de sus ancestros que habitaban ahora el espacio infinito. Para AkhaaSha y su familia el cielo estrellado tenía vida e influencia en los acontecimientos cotidianos. 

    Una de esas mañanas AkhaaSha le dio una clase de economía circular de la naturaleza. Le mostró como unos escarabajos hacían una bola con los desechos de otros mamíferos y la llevaban rodando con sus patas traseras hasta su hogar. Era alimento. Todo se aprovecha, pensó Gaspar. Aunque tampoco dejó pasar el hecho de que su colegio se llamaba El Escarabajo ¿Estaría haciendo alusión a su escuela? En realidad AkhaaSha quería mostrarle algo muy diferente. El efecto de la luz en la conducta del escarabajo. Cuando les tapaba la luz del firmamento, se detenían. Sólo reanudaban su marcha cuando veían nuevamente la luz estelar ¡Las estrellas eran su brújula! El cosmos ordenaba el accionar de aquellos escarabajos. Es probable que AkhaaSha pensara que los humanos también deberían seguir sus indicaciones. O tal vez quería sugerir que sus alumnos deberían aceptar los destinos sugeridos por el firmamento ¿Quién sabe? Lo cierto es que todas las mañanas los nativos escrutaban las constelaciones buscando orientación astral. El aprendiz de brujo quedó sumido en la duda respecto de la real influencia de los astros en la vida terrestre. Pronto se decidió a mirar al cielo con nuevos ojos. Como si leyera el horóscopo del día. Y así comprendió porqué su tribu aseguraba que las estrellas eran mágicas. 

    A veces sus enseñanzas provenían de seres muy diminutos. Las hormigas eran visitas habituales a su lecho. Seguramente había un hormiguero cerca de la aldea. Eran bastante molestas por lo demás. Comenzó a observarlas con gran curiosidad. Según descubrió, algunas hormigas eran exploradoras, cazadoras o recolectoras. Se aventuraban audazmente hacia cualquier rincón buscando comida. Cuando encontraban algo interesante, de alguna manera se lo comunicaban a las demás de manera muy eficiente. Las recolectoras formaban una hilera para acarrear la comida hacia la despensa que tenían en el hormiguero. Sus vías eran de doble sentido. Algunas iban en busca de alimento y otras regresaban cargadas por el mismo recorrido. Cuando Gaspar interrumpía su camino, el caos cundía rápidamente entre todas y no sólo en el lugar afectado. Encontraban soluciones muy ingeniosas para resolver los problemas. Para unir las rutas que Gaspar había interrumpido, hacían puentes sorprendentes con sus propios cuerpos. Más extraordinaria aun resultó su reacción cuando se vieron rodeadas por agua. Aprovechando la gran cantidad acumulada en el piso producto de una lluvia persistente, Gaspar les tendió una trampa: dejó un enorme grupo de hormigas encerradas, sin salida. Si la lluvia seguía, o aprendían a nadar o morirían ahogadas. Presintiendo el peligro, algunas hicieron una especie de pirámide heroica con sus cuerpos que las demás comenzaron a usar como escalera para alcanzar las hojas más cercanas. Así con sus propios cuerpos lograron conectar el suelo con la vegetación circundante, permitiendo que muchas pudieran sobrevivir y escapar. Las que formaron la pirámide, en cambio, estaban dispuestas a sacrificarse por las demás. Colectivamente actuaban con una coordinación asombrosa. Juntas poseían una inteligencia sinérgica y exponencial ¡Eran otra maravilla más de la selva! 

    Una noche después de haber jugado largo rato con ellas, soñó que una pequeñísima hormiga entraba en su oreja, para confesarle allí mismo que ellas también tenían su propia internet: La inteligencia solidaria. Para probárselo, la diminuta intrusa se internó por el laberinto de su oído interno avanzando dificultosamente por intrincadas cavernas hasta llegar a su destino: el cerebro del anfitrión. Allí, saludó afectuosamente a las millones de neuronas como si fuesen familiares que no se habían visto jamás y con una batuta que salió de quién sabe donde, comenzó a dirigir sus pensamientos. Sintió que comenzaba a transformarse en insecto. Despertó sobresaltado. Nunca olvidó aquel sueño y tampoco volvió a hacer experimentos con hormigas. 


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