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viernes, 6 de mayo de 2022

Los Secretos del Escarabajo 1.2

Previamente:
    —Debemos cambiar la forma de educar…¿Cómo hacerlo? Quién sabe… Pues bien, al menos yo rogaré por intervención divina para conseguir inspiración.



Episodio 2: El abrazo de la luz ♣

Una enorme luz envolvió a Gaspar Lamarc tierna y dulcemente, acogiéndolo y disolviéndolo en un abrazo infinito e inconmensurable de amor y paz. Súbitamente supo que volvía a su verdadero hogar.”
El avión era más pequeño y antiguo de lo que Gaspar había imaginado. Su capacidad bordeaba los cuarenta pasajeros y, de acuerdo a lo que observó al subirse, ni siquiera la mitad de los asientos estaban ocupados. Tanto mejor, pensó, y se deslizó hacia el final del pasillo. Ya sentado en la última fila pidió un trago para relajarse un poco. Estaba preocupado por las repercusiones familiares que tendría su rechazo al premio. La única azafata presente le sonrió mecánicamente cuando le entregó un whisky en las rocas con una porción de maní salado. Después de pagarlo, se lo tomó de un trago, apurándolo para sentir su efecto de inmediato. Poco acostumbrado al alcohol, su cuerpo se estremeció.

    – ¡Gracias! Muy amable de su parte –, le dijo a la azafata, que seguía mirándolo como si intentara acordarse de algo–. ¿Podría decirme cuánto demorará el vuelo a Bogotá? 

    –Debiéramos llegar en cuatro horas –respondió ella, con la característica cortesía de una tripulante con experiencia, sin atreverse a preguntar por qué ese pasajero le parecía tan familiar–. ¿Necesita algo más?

    –Sólo dormir un poco. Descansar. Le agradecería no despertarme hasta que lleguemos a destino. 

    –Con mucho gusto-, dijo ella con un sonsonete típicamente colombiano y desapareció de su vista. 

    A pesar de que el vuelo transcurrió sin ningún inconveniente hasta aterrizar en Bogotá, sus intentos por conciliar el sueño no tuvieron éxito.  Ya en Colombia, mientras cargaban combustible, notó que un par de pasajeros se bajó del avión. Ninguno subió. Pocas personas lo acompañarían a Lima. Lentamente, los acontecimientos previos comenzaron a quedar atrás, lo mismo su ansiedad. Intentó leer algunas revistas sin lograr concentrarse y luego trató en vano de ordenar sus ideas.

    El avión despegó hacia Lima con plena normalidad y en cuestión de minutos, Gaspar estaba durmiendo profundamente. Toda la tensión de México se había disipado y su cuerpo ahora estaba completamente relajado. Roncaba apaciblemente. No tuvo conciencia de cuánto tiempo había transcurrido cuando un timbre lo despertó. Se prendieron las señales de abrocharse el cinturón y se escuchó la voz del piloto advirtiendo:

    –Señoras y señores, les habla el capitán. Desviaremos nuestro rumbo para evitar una tormenta y pasaremos por una zona de turbulencias, por lo que hemos encendido la señal de abrocharse los cinturones. Por precaución les recomendamos mantenerlos abrochados hasta que apaguemos la señal. Es posible el avión se sacuda un poco en los próximos minutos. Muchas gracias por su atención.

    Malhumorado, Gaspar no consiguió volver a dormir. Las turbulencias aumentaron gradualmente y eso lo incomodaba. El avión crujía tras cada brusco movimiento. A pesar de todo, la azafata no se notaba nerviosa e intentaba tranquilizar a los pasajeros, a estas alturas, bastante inquietos. Avanzaron a tumbos durante largos minutos. Era evidente que las condiciones de vuelo no estaban mejorando y que el avión, por alguna razón, estaba volando demasiado cerca de la tormenta para la tranquilidad de sus pocos ocupantes.

    Lamarc miró por la ventana. Si bien la noche era oscura, los rayos iluminaban las alas del avión y entonces en forma intermitente, se podía apreciar la gran intensidad de aquella torrencial lluvia. Desde ahí atrás, el espectáculo era alarmante. La tormenta era feroz. Las frecuentes sacudidas de la aeronave hicieron cundir el nerviosismo entre los pasajeros que de pronto se transformó en pánico. 

    Se sintió un estruendo adelante. Un golpe seco e inesperado. Algo grave había ocurrido. En cuestión de segundos, la cabina del piloto se despresurizó. Todas las cosas sueltas fueron succionadas violentamente hacia delante. Almohadas, frazadas, vasos, papeles, bolsos y carteras volaban, arrastrados por la poderosa ráfaga de viento.  La pobre azafata que no estaba amarrada al cinturón, perdió el equilibrio y la compostura gritando desesperadamente, mientras era aspirada violentamente por el chiflón. Su cuerpo rebotó sucesivamente en varias butacas hasta detenerse bruscamente contra un compartimiento delantero. En ese preciso momento el avión perdió sustento y tanto Gaspar como sus compañeros de vuelo, supieron que caerían estrepitosamente. ¡Irremediablemente iban a estrellarse! Se acurrucó por instinto, preparándose para el impacto mortal. Un poderoso flujo de adrenalina le recorrió todo el cuerpo. El tiempo se ralentizó y la vertiginosa caída del avión comenzó a  transcurrir en cámara lenta, permitiéndole recordar, con todo detalle, algunos pasajes importantes de su vida. Como si fuesen lecciones que debía recordar durante su próxima reencarnación. 

    Visualizó a su madre, amorosa y abnegada, cuando en las noches de tormenta para aplacar sus miedos, le contaba a él y a su hermano historias de misterio a la luz de la chimenea. Los dos, arropados bajo una misma frazada, escuchaban con atención. ¡Oh…cuanto la necesitaba ahora!

    Recordó también a su perra “Sombra” -una labrador negro que él consideraba su mejor amiga-. Tenían una comunicación especial. Ella se sentaba frente a la ventana del porche y movía su cola preparándose para saltarle encima, anticipando precisa y telepáticamente su llegada a la casa. Era la expresión perfecta del afecto incondicional. ¿Estaría ella presintiendo su accidente?

    Percibió después a Esperanza, su primer amor. Esa chica pecosa y traviesa que lo cautivó muy temprano en su adolescencia. Corría descalza en la playa, etérea, como si flotara. Su largo cabello rubio ondeando al viento. Toda la belleza de la juventud plasmada en ella, disfrutando la plenitud del instante. ¡Cuánto la quiso entonces!

    Emergió luego, en ese instantáneo resumen vivencial, el momento más emocionante de su propio matrimonio, cuando en el altar frente a sus familiares y amigos, él y su novia prometieron amarse hasta que la muerte los separase. Sintió que volvía a reiterar ese compromiso: ¡Si, prometo! Ella, ahora convertida en su esposa, tal vez mereció mucho más amor de lo que él supo darle. ¡Efectivamente estaba en deuda!

    Reconoció que parte del amor que legítimamente le correspondía a su amada señora, se lo entregó a un absorbente colegio con nombre de coleóptero, que ahora no parecía nada de relevante. Igual recapituló ese día en que dirigió su primera asamblea como rector. Cuando siendo un joven profesor lleno de energía, prometió que daría larga vida al “Escarabajo”. ¡Cuanta energía desperdiciada en un trabajo que recién había desechado!

    En ese fugaz momento atemporal, se asomó la inolvidable figura de su autoritario padre, como advirtiéndole lo que en verdad estaba ocurriendo. Siempre riguroso y exigente e invitándolo continuamente a poner los pies en la tierra. Ahora eso le parecía un mal chiste. ¡Nunca comprendió bien ese amor severo de su querido viejo!
Entonces se precipitó el encuentro con el presente. Un impacto fuerte y seco, un tirón desgarrador, gritos desesperados y un duro golpe en la cabeza que lo dejó sumido en la oscuridad.

    Desde arriba el espectáculo era dantesco. Aún no amanecía del todo pero entre las alargadas sombras del alba y bajo los árboles se escondía un drama sin precedentes. El avión siniestrado estaba hecho mil pedazos. Fragmentos y piezas por doquier. Apenas se podía distinguir un ala quebrada y algo que podría haber sido la parte trasera del fuselaje. Había cuerpos y miembros humanos diseminados por todas partes. Escombros de todo tipo se asomaban entre la espesura de la selva. Algunas llamas, material incandescente, algo de humo y un intenso olor a combustible resaltaban en aquella frondosa y umbría vegetación. Todo aquello demostraba que allí, en la mitad de la selva amazónica, había ocurrido un trágico accidente aéreo. 

    Un quejido inubicable que parecía ser la señal de alguien con vida, se escuchó a lo lejos. ¿Quién había logrado sobrevivir al furioso choque contra la selva? Colgando de unas ramas había un cuerpo humano sangriento y destrozado. Penosamente pudo reconocerla, su rostro estaba incólume. Aún parecía sonreír. Era la gentil azafata colombiana. Inerte, fallecida. Y lamentablemente no era la única víctima.

    Sigilosamente, desde la frondosa espesura, aparecieron unos nativos semidesnudos que se acercaron con una mezcla de temor y curiosidad. Indios amazónicos bastante primitivos a juzgar por sus atuendos mínimos. Mujeres y niños principalmente. Aunque también habían algunos pocos adultos, distinguibles porque portaban lanzas, arcos y flechas. Afanosos comenzaron a registrarlo todo. Buscaban sin mucho éxito, sobrevivientes. 

    De pronto se produjo un alboroto. Los adultos habían encontrado el origen del quejido. Varios de ellos se acercaron a un asiento volcado que escondía un cuerpo aun amarrado al cinturón de seguridad. ¡Un herido! El daño físico parecía enorme pero su voluntad de vivir era superior. Respiraba con dificultad aunque intensamente. Cuando lo dieron vuelta, pudieron ver su rostro, aunque desencajado, atractivo, misterioso e inconfundible: ¡Gaspar Lamarc! ¡Era él! Malherido e inconsciente, aun estaba con vida. Allí abajo, entre el barro, los escombros y la vegetación, rodeado por nativos tribales, probablemente cazadores-recolectores, estaba su cuerpo, maltrecho, golpeado y sangrante pero inequívocamente vivo, palpitando. Arriba, entre las copas de los árboles más frondosos, como si fuese un primate observando desde las alturas, estaba su conciencia, contemplando el lugar del accidente, donde tantos ya habían muerto y su propio organismo luchaba por sobrevivir. Su cuerpo y su alma se habían separado.

    Desde aquella elevación pudo apreciar un paisaje inquietante: la tupida vegetación se extendía como un interminable océano verde. Su dañado cuerpo estaba en medio de la selva, lejos de cualquier vestigio de civilización. Solo en ese instante comprendió que para todos los efectos prácticos, el avión había sido tragado por la selva y desde el aire nadie lograría encontrarlo. Intentó distinguir algún camino o carretera en los alrededores. Sólo pudo reconocer un pequeño poblado de chozas primitivas en las cercanías. Seguramente desde ahí venían los aborígenes que intentaban reanimarlo, pensó. Cuando volvió su atención a su cuerpo agonizante, advirtió que sus heridas eran muy serias y recién se percató de su precaria situación.  Su vida pendía de un hilo a punto de cortarse. Ya no tenía esperanzas y los esfuerzos que hacían los nativos para reanimarlo parecían inútiles. Sabía que se había separado casi por completo de su cuerpo y que estaba experimentando su muerte lo que le pareció, por los demás, algo muy natural. No sentía dolor, ni temor.

    Una luz maravillosa lo llamaba. No se resistió. No podía. Era intensamente atrayente. Un magneto benevolente. Más que luminosidad, irradiaba amor. Un tipo de amor incondicional que por una parte lo hipnotizaba atrayéndolo y que simultáneamente parecía regocijarse como si estuviese recibiendo al hijo pródigo. Como ese afecto entrañable que los griegos llamaban ágape, pero infinitamente más poderoso. Era una energía indescriptible e inmutable, donde el tiempo no existía, que lo acogía sin juicios. Era una fuerza amorosa y resplandeciente, que lo invitaba a una verdadera fusión cósmica. Un baño para diluirse en un océano de felicidad. Allí no habían límites, ni diferencias. Allí estaba todo concentrado. El Cosmos, la Existencia, el Alma y la Conciencia.

    Avanzó hacia la luminiscencia por un túnel oscuro y frío, añorando la promesa del cariño eterno al final del trayecto. Había un fondo musical de armonías envolventes que subyugaban su propia identidad, atrapándola en una danza primal.  Gaspar ya no sufría, ni siquiera era Gaspar, sino que a medida que se acercaba, comenzaba a comprender y aceptar sus experiencias como parte de un proceso sistémico. Cada experiencia vivida era relevante. Necesaria. Todas ellas tenían un propósito que se aclaraba al avanzar. De hecho, en las umbrías paredes del túnel, relucían algunos recuerdos ya olvidados, teñidos de millares de colores, que condimentaban ese proceso de reunión. Estaba tranquilo, agradecido, asombrado y esperanzado. Porque a medida que se acercaba se volvía más sabio, entendiendo su propia vida desde una nueva perspectiva. Iba disfrutando del camino al cielo, de la experiencia de ser adimensional y de regocijarse con esa música gloriosa. Sabía que estaba falleciendo y se entregó a los brazos de la muerte sin ansiedad y sin culpa. Con la clara sensación de que el acto de rechazar aquel premio académico en México había sido una prueba que había logrado superar con éxito y que ahora sí estaba por recibir un merecido galardón. Reunirse con su esencia. Su vida como profesor de biología estaba terminando de la manera más consecuente: en medio de la naturaleza. Una enorme luz envolvió a Gaspar Lamarc tierna y dulcemente, acogiéndolo y disolviéndolo en un abrazo infinito e inconmensurable de amor y paz. Súbitamente supo que volvía a su verdadero hogar. 

9 comentarios:

  1. Ian Steel Prandi9 de mayo de 2022, 10:01

    Que impresionante, que delicadeza para describir los momentos...! Que entretenido y bien pautado. No se como lo haces, pero lo haces...! Recuerdo tus éxitos como entrenador de rugby donde salieron campeones de Chile, tus éxitos como presidente del Grange School dejando al colegio en un nivel superior y ahora como un brillante escritor. Una vez mas me quito el sombrero para decir: " CHAPEAU MON AMI"

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    1. Eres demasiado subjetivo con tu amigo de siempre. Pero así eres tú. Incondicional!

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  2. Cornelio, que buen lenguaje y vocabulario. Lindo castellano a mis ojos y oídos. Y ansiosa por el 3

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    1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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    2. Eliminé el comentario anterior, porque yo también lo publiqué en forma anónima. Gracias por tus comentarios. No estés ansiosa. Si me dices tu nombre, encantado te envío el 3.

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  3. María del Pilar Sierra10 de mayo de 2022, 18:11

    Muy entretenido se me hizo cortísimo. Gracias.

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  4. Que bueno porque la opinión de una "coach extraordinaria" es importante para mi.

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  5. Genial Cornelio,

    Aún intuyendo lo que sucedería en algunos tramos, y sabiendo algo del tema que nos abres,me mantuviste agarrado a mi silla de lectura como si de pronto todo fuera a estallar.

    Felicitaciones!!

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  6. Excelente Cornelio. Me sumo a las palabras de nuestro amigo Ian . Muy entretenido.

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