Curiosamente la educación no está diseñada para
pensar. Al menos no para pensar por nosotros mismos. Cuando nos adentramos en
las neurociencias, comprendemos que la educación está diseñada para adivinar lo
que piensa el profesor, o en el mejor de los casos, para el aprendizaje
superficial. Aquel que rendida la prueba, deja pocas huellas en la mente del
estudiante.
Necesitamos diseñar una educación para seres
pensantes. Para estudiantes que piensen por si mismos, que puedan reflexionar, incluso cuestionando las premisas que propone el profesor o las que acepta la sociedad. Una educación para el
aprendizaje profundo, para la reflexión. Necesitamos una educación que nos
obligue a usar los dos hemisferios en forma equilibrada. Razón y emoción deben
interactuar para aprovechar el enorme potencial de nuestras mentes. Las pruebas
de alternativas sugieren el resultado correcto y descartan la posibilidad de
que el estudiante, desde un paradigma más evolucionado, proponga otra opción.
¡Qué soberbia!
Cada día que pasa, es más probable que encontremos
estudiantes que maduran precozmente. Son, al decir de Noemí Paymal, una nueva
especie, con un potencial insospechado. Son genios y requieren ser tratados
como tales. Necesitan espacio para despegar.
Por otra parte, desde que Howard Gardner comenzó a
hablar de las inteligencias múltiples, hemos distinguido numerosas nuevas
dimensiones de la inteligencia, que la educación tradicional simplemente
ignora. Establecer evaluaciones que contemplen la variedad de estrategias
cognitivas nos llevará a descartar las pruebas estandarizadas. ¡Enhorabuena!
Pero donde estamos más atrasados es en reconocer el
pensamiento colectivo y darle la importancia que merece. Las ideas tienen
historia y energía. Se nutren de nuestra curiosidad. En poco tiempo, comprenderemos
que muy pocos tienen derechos de autor en el campo de las ideas. La mayoría de
las veces estamos pensando sobre ideas previas. Nuestra curiosidad y las nuevas
conexiones que establecemos pueden darle vitalidad a ciertos conceptos. Continuamente
amasamos ideas previas enriqueciéndonos con ellas y mirándolas desde nuestra
experiencia. Y a veces, encontramos relaciones que las enriquecen a ellas. Estamos
inmersos en una cultura que hemos construido colectivamente. Nuestra educación
debe acostumbrarnos a reflexionar grupalmente. Las lluvias de ideas son
ejercicios en la dirección correcta, pero todas las conversaciones y los
diálogos en el ámbito educacional deberían aportar al enriquecimiento del pensar
colectivo.
Lo que es incluso más relevante es que la inteligencia
artificial superará la capacidad de procesamiento de información del cerebro humano.
Y será en un futuro muy próximo. Desde allí obtendremos respuestas a nuestra
inquietudes. Esto generará un cambio radical en nuestras actividades. Entonces
será incluso más evidente la necesidad de que el ser humano se concentre en las
habilidades socio-emocionales, los valores universales y en hacer las preguntas
adecuadas. Nuestra relación con la tecnología se modificará. Nuestras
definiciones de lo que es la inteligencia y la educación también cambiarán.
Mientras antes comencemos, mejor.
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