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miércoles, 11 de septiembre de 2013

¿Quien entiende a nuestras autoridades?


Los problemas de la educación son enormes. Ciertamente. Pero tenemos que priorizar. Sobretodo las autoridades que dirigen la educación escolar. Cuando la sociedad se horroriza ante los espantos de la pedofilia en muchos colegios; cuando las consecuencias del bullying despiadado está cobrando víctimas inocentes; cuando los apoderados se indignan por los cierres intempestivos de colegios; cuando mueren infantes a cargo de parvularias irresponsables; cuando una joven madre abandona un bebé en su coche para drogarse; cuando los sostenedores prefieren llenarse los bolsillos antes de mejorar la educación que prometieron…
Mientras todo esto sucede, los diputados se preocupan de los puntajes PSU de los futuros profesores. ¡Qué vergüenza! Francamente no entiendo.
La sociedad grita, reclama e implora que nuestras autoridades tomen consciencia de que el principal problema educacional es valórico. Que ante todo, no queremos niños abusados, agredidos o abandonados. Es entonces cuando nos preguntamos…
¿Porqué no exigen criterio, sólidos valores y exámenes psicológicos a los estudiantes que pretenden hacerse cargo de niños inocentes?
Flojera o incapacidad, probablemente, porque muchos señalan que sería difícil generar instrumentos que midan estas materias.  Irresponsabilidad diría alguien más vehemente, porque no se hacen cargo del problema.
Más que exigir acreditaciones y generar agencias de calidad, debieran preocuparse de los actuales estudiantes. Debieran preocuparse de permitir que los colegios alejen a los profesores con problemas psicológicos de sus alumnos, de eliminar cualquier abuso del ambiente escolar.
Confieso que no entiendo a nuestras autoridades educacionales. Dicen querer atraer a los mejores y sin embargo, solo establecen criterios de carácter académico para permitir ejercer la labor docente.
En mi opinión, debieran iniciar una cruzada para garantizar el derecho del estudiante a un ambiente sin violencia y sin abusos. Disculpen mi desahogo, pero solo me queda exclamar: ¡Hasta cuando!

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