Los seres humanos estamos usando
estrategias que parecen inadecuadas para resolver los problemas que enfrentamos
en el siglo XXI. Nuestros desafíos son de carácter sistémico; los fenómenos
ambientales, sociales, económicos, educacionales y políticos son fenómenos complejos,
es decir, son sistemas donde interactúan muchísimas variables mutuamente
dependientes, con alguna capacidad de autorregulación y dado que son
hipersensibles a cualquier cambio en las condiciones, resultan esencialmente
impredecibles.
Estamos intentando resolver estos
problemas sistémicos dividiéndolos en partes; fundamentalmente porque estamos
ciegos a la profunda interconectividad en que evoluciona la vida. Sencillamente
no vemos lo que Fritjof Capra llama la “trama de la vida”, la interdependencia
característica de la naturaleza. Estamos inmersos en una profunda crisis de
percepción. La fragmentación ilusoria en que vivimos nos impide solucionar los
grandes desafíos de nuestra propia sustentabilidad.
Esta forma lineal de pensar, heredada
culturalmente e reforzada en nuestras escuelas, debe evolucionar. Necesitamos
tomar conciencia de que todo está interconectado y en continuo y perpetuo movimiento.
Debemos distinguir las sutiles relaciones entre las cosas, porque nada de lo
que ocurre es inocuo. Esto requiere que desarrollemos una nueva cosmovisión, un
nuevo mapa para explicar el territorio. Requerimos desarrollar el pensamiento
sistémico (o complejo como lo llama Edgar Morín) para comprender la verdadera
urgencia que tiene el superar la toxicidad de la postmodernidad. No
sobreviviremos en este medio ambiente. No sabemos vivir con la naturaleza, ni
convivir con otros seres humanos.
Necesitamos una nueva era psíquica.
Necesitamos superar no solo la modernidad, también la postmodernidad. Este desafío
global nos obligará a cambiar nuestro modo de vida, orientándolo hacia la
sustentabilidad, la reflexión y el comportamiento ético.
Antes pensaba que el cambio sólo se podía
lograr cambiando la educación (la forma en que educamos), pero ahora sospecho
que ese camino requiere más tiempo del que realmente tenemos. Por mucho que me
pese, la urgencia del cambio de rumbo me obliga a pensar en líderes de opinión,
con suficiente liderazgo para convencer y motivar. ¿Los políticos? Podría ser.
En la actual contingencia están dadas todas las condiciones para que aparezca
un nuevo tipo de liderazgo, inclusivo y empático, que remueva los cimientos del
Congreso (metafóricamente, no con retroexcavadoras) y que consiga articular una
propuesta atractiva que aglutine a la mayoría de los ciudadanos. Tal vez allí,
donde menos lo esperamos, existen personas conscientes e íntegras, con visión
sistémica, dispuestas a aceptar el desafío de reorientar nuestro destino. Tal vez allí, encontremos una luz de
esperanza.
Reconocer a aquellos pioneros de una política genuinamente integradora y rescatarlos de las ideologías fundamentalistas para darles pleno reconocimiento y respaldo ciudadano es un imperativo evolutivo para nuestra sociedad. ¡A buscarlos!
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