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lunes, 1 de junio de 2015

Recuperemos la democracia

Cuando hablamos de la democracia que queremos recuperar, hacemos referencia a aquellos “buenos viejos tiempos” que mencionan nuestro abuelos. Cuando en Chile existía una convivencia basada en el mutuo respeto, la ética social, la justicia y la equidad, la honestidad y la colaboración. Una convivencia consensuada por todos los chilenos, con el Estado garante del respeto no solo de la ley sino también de su espíritu. Con una institucionalidad autorregulada con profesionalismo e integridad, con políticos orientados al bienestar general y con visión de largo plazo y con una sociedad que elige representantes fieles solamente a sus electores.
¿Habrá existido verdaderamente ese país?
Ciertamente, no reconocemos un modo de vivir auténticamente democrático en el Chile de hoy, por mucho que los políticos quieran convencernos de ello. Todavía vemos que sus posturas ideológicas tienden a ser fundamentalistas, partiendo de premisas que se consideran certezas incuestionables, lo que impide la reflexión y la toma de consciencia. Por otra parte, creemos que el poder inhibe la empatía y que el fuero otorga cierta impunidad, dificultando más aun, el comportamiento ético y respetuoso. Así, los tratamientos especiales y el aprovechamiento de información privilegiada resultan tentaciones difíciles de controlar. A mayor abundamiento, cuando las campañas electorales son financiadas por empresarios y/o grupos de interés, no resulta sencillo ser imparcial al legislar. En consecuencia, el ambiente político actualmente en Chile, aun no es propicio para la reflexión profunda ni para el comportamiento ético. Pensamos que la política necesita reflexión sin certezas, poder sin fuero, comportamiento ético, políticos sin privilegios, campañas austeras financiadas por el Estado, integridad a toda prueba y más humildad en todos los estamentos. No es extraño que la actividad política esté desprestigiada. Sólo cuando las autoridades sean respetuosas, se ganarán el respeto de la sociedad y recién entonces podrán sentirse representantes de una verdadera democracia.

Tampoco es extraño que la educación también esté desacreditada. Ha fracasado en su principal misión: enseñarnos a vivir y convivir con respeto, a actuar con responsabilidad y a desarrollar nuestro pleno potencial para aportarlo a un proyecto de convivencia empática. Sólo cuando los profesores luchen más por sus estudiantes que por sus propios intereses, se avanzará hacia una educación de calidad. Y tal vez lo más importante, sólo cuando en nuestras aulas se formen servidores públicos probos, flexibles y reflexivos, se avanzará hacia un país de calidad.

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