Los seres humanos estamos usando
estrategias que parecen inadecuadas para resolver los problemas que enfrentamos
en el siglo XXI… y tanto la Biología Cultural de Humberto Maturana como la encíclica ambiental del Papa Francisco nos proponen una mirada que podría
ayudarnos a enmendar el rumbo. Una mirada de amor por la vida. Una vida profundamente interconectada. Nuestra propia vida...
La verdad es que nos hemos equivocado de estrategia. Los seres humanos estamos intentando resolver los
problemas sistémicos dividiéndolos en partes; fundamentalmente porque estamos
ciegos a la profunda interconectividad en que evoluciona la vida. Estamos
inmersos en una profunda crisis de percepción. La fragmentación ilusoria en que
vivimos nos impide solucionar los grandes desafíos de nuestra propia
sustentabilidad. No vemos que no vemos.
Esta forma lineal de pensar, inculcada desde
nuestras escuelas, debe evolucionar. Necesitamos tomar conciencia de que todo
está interconectado y eso requiere que desarrollemos una nueva cosmovisión, un
nuevo mapa para explicar el territorio. Requerimos desarrollar el pensamiento
sistémico para comprender la verdadera urgencia que tiene el superar la
toxicidad de la postmodernidad. No sobreviviremos en este medio ambiente.
Y ciertamente llama la atención que desde la cabeza de la iglesia católica, una institución extremadamente conservadora, nos adviertan de la urgencia del cambio de rumbo. El peligro es demasiado evidente. La lentitud exasperante en descarbonizar y desfosilizar nuestras economías pone en peligro nuestra propia casa, advierte el Papa. E insiste en que la Tierra se está convirtiendo en un basurero, "un depósito de porquería".
Concordamos en que la justicia ambiental está profundamente ligada a la justicia social. El respeto por la naturaleza y por los semejantes, es la base de una convivencia sana. Hay que aprender a amar, a empatizar, a convivir y a vivir en armonía.
Este es un desafío global que pretende cambiar
nuestro modo de vida, orientándolo hacia la sustentabilidad, la reflexión y el
comportamiento ético.
Pensamos que ese cambio se puede lograr cambiando
la educación (la forma en que educamos) y sospechamos que en los proyectos
educativos dirigidos por personas con rasgos de post-postmodernidad, existen
pistas para reorientar nuestro destino. Creemos que allí, en esas escuelas
diferentes, se encuentra la esperanza de la aventura humana.
Aprender a reconocer a los pioneros de la
post-postmodernidad, a rescatar y promover sus obras, a comprender sus ideas y
a distinguir el rumbo de sus pasos, es a nuestro juicio, un imperativo
evolutivo para nuestra especie. Humberto Maturana es uno de ellos. Su gran discípulo y colaborador Francisco Varela, es otro gigante, aunque ya nos dejó. Pero afortunadamente hay muchos más: Ervin Laszlo, Fritjof Capra, Edgar Morín, Lynn Margulis, Claudio Naranjo, Ilya Prigorine, Barbara Marx Hubbard, Stanlislaf Grof, Jacques Fresco, Buckminster Fuller, Rupert Sheldrake, Clare Graves y Gregory Bateson son algunos de los científicos que han explorado nuevos rumbos para la Humanidad. La ciencia está consciente de la necesidad del cambio.
Y si consideramos los mensajes de Titch Nhat Hanh, el mismo Dalai lama y ahora del Papa Francisco, está claro que la religión también propone un cambio de dirección. Ciencia y religión, se están uniendo para luchar por la sustentabilidad del ser humano.
¿Y la educación? El rol de la educación está claro: En medio de estas crisis sistémicas, debemos eliminar las cegueras del conocimiento y abrir las mentes de todos para comenzar a vivir en armonía. Necesitamos sumar mentes preparadas para el cambio de
era psíquica, y así poder alcanzar la masa crítica que permita a la humanidad
avanzar hacia la post-postmodernidad.
Tenemos que enmendar el rumbo…
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