Nadie
duda que Chile necesita un cambio profundo en la educación. La mayoría sin
embargo, espera cambios orientados hacia la calidad. Casi todas las señales que
ha dado el ministro Eyzaguirre hasta el momento, apuntan en otra dirección.
Creemos que tiene sus razones, pero estamos confundidos.
Una
reciente señal, nos da cierta esperanza. El dictamen de Contraloría que prohíbe
a los IP dictar carreras de pedagogía, a nuestro juicio apunta en la dirección
correcta: la docencia del siglo XXI es una profesión en extremo compleja y su importancia
debe ser reconocida. Estamos hablando de formar profesionales que moldean la sociedad
del futuro. Si queremos prestigiar al docente, si queremos atraer a los mejores,
si queremos “calidad” dentro del aula, debemos ser rigurosos y lo mínimo que
podemos exigir es que los profesores sean profesionales universitarios.
Primero,
porque la profesión ha cambiado drásticamente: hoy la formación docente, va más
allá de su disciplina y debe incorporar temas como la neurociencia, las ciencias de la complejidad, el desarrollo
de la personalidad, las habilidades socio-emocionales, la biología cultural, la
negociación y resolución pacífica de conflictos, la globalización, internet y redes sociales, la biomímesis y la teoría de sistemas, entre otras materias. Todas, especialidades que sólo se
estudian a fondo en universidades complejas.
Además,
porque la oferta de programas de pedagogía ha crecido indiscriminadamente y es
razonable limitarla: la formación inicial docente de “tiza y pizarrón” propia
del siglo pasado, es barata y genera ingresos atractivos, transformándose en un
incentivo perverso para algunas instituciones. El título de profesor debe
garantizar una formación acorde con la enorme complejidad de la tarea a
desarrollar y el futuro profesor debe conocer los avances de la ciencia y
tecnología, empaparse del capital académico de una universidad y relacionarse
con la elite intelectual del país.
La
señal también afecta a las universidades. Deberán modernizar y perfeccionar sus
programas y comprometerse con la calidad, porque sólo las que formen profesores
de excelencia se acreditarán y mantendrán sus facultades de educación.
El
hecho de que tengamos una señal que apunta hacia la calidad, nos da una luz de
esperanza: si el proyecto de carrera docente también se orienta a ella,
podríamos transformar a nuestros profesores en verdaderos maestros para
nuestros hijos. ¡Ojalá sigamos hablando de calidad!
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