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domingo, 4 de junio de 2017

Somos una fuerza poderosa

Acabo de terminar un taller titulado “Desde la Ciencia a la Conciencia” conducido por Cecilia Montero. Se trató de una búsqueda íntima entre 5 personas desconocidas, que querían encontrarse consigo mismas. Fue una linda experiencia. Como habitualmente sucede, a medida que vas conociendo más a esas almas desconocidas, primero las vas aceptando, luego las comienzas a querer y finalmente terminas admirándolas.
Eso también ocurrió esta vez, porque en aquella búsqueda nos dimos cuenta de que todos vivíamos en una especie de sueño. Una ilusión. Juntos descubrimos que la realidad era tan solo una fantasía. Una narrativa escabrosa que habíamos construido para darle sentido a nuestras creencias, para justificar nuestras conductas y para alimentar a ese ambicioso charlatán, el ego.
Estábamos allí porque queríamos despertar. Recuperar nuestro libre albedrío. Todos pretendíamos evitar que nuestra voluntad fuese raptada por algún villano. Creo que todos ansiábamos ser felices y éramos suficientemente honestos como para reconocer que alguno de esos impostores, estaba tomando nuestras decisiones, incluso haciéndose pasar por nosotros. Si queríamos despertar del hipnótico trance en que vivíamos y desenmascarar a esos embusteros, tendríamos que conocer nuestra verdadera identidad.
En primer lugar, aceptamos que no éramos nuestro cuerpo y por ende, que las necesidades biológicas no debían dirigir el rumbo de nuestras vidas. Nunca se sacian. Había que satisfacerlas, qué duda cabe, pero no como fin, sino como medio para seguir viviendo. Es que a veces confundimos nuestro cuerpo con nuestra esencia, pero descubrimos que es verdad que somos más que biología.
Otras veces confundimos nuestra trayectoria con nosotros mismos. Pero tampoco somos nuestras historias, nuestras experiencias, ni nuestras actividades. Ni nuestro genero, ni nuestras responsabilidades. Ni nuestro estatus, nuestro patrimonio o nuestro poder. Esos rótulos eran apenas unos cuentos que nos contaba nuestra mente. Etiquetas que quería ponernos.
Luego, desarticulando otra confusión muy habitual, reconocimos que tampoco éramos nuestros pensamientos, nuestras creencias o nuestra imaginación. Ese es apenas un perpetuo ruido que habita en nuestra mente y que nos distrae continuamente. Es más, nuestros pensamientos no son hijos nuestros. Flotan por ahí y los sintonizamos si vibramos en su misma frecuencia. Como programas de radio que están al aire. Pero no nacen de nosotros. Y nuestra mente es como un detector de ideas. Como aquella radio que transmite en diversas frecuencias y que siempre está funcionando. Pero, ¿quién opera esa radio? Eso andábamos buscando. Y muy pronto concluimos que no somos nuestras mentes ni nuestras ideas o pensamientos.
Tal vez éramos algo incluso más profundo. Más etéreo. Algo como nuestra alma. Ese espíritu que arrienda nuestro cuerpo para existir. Parecía que estábamos cerca, pero descubrimos que tampoco se trataba de eso. Nuestras almas, en el sentido clásico, existen, puesto que es energía que se alimenta de amor pero son diferentes. Independientes una de la otra. Y eso también era una sensación de separación ilusoria. Otro espejismo.
¿Quién soy yo, entonces?, pensábamos entre todos…

Somos lo mismo. Nuestra verdadera esencia es idéntica. Por eso nos fuimos aceptando, queriendo y admirando. Nos fuimos reconociendo en otra versión humana. Allí en esas “otras” personas estábamos “nosotros” mismos. Somos la fuerza que nos anima. Esa fuerza que hace llorar a los bebés, florecer las primaveras, que hace volar a las aves, nadar a los peces, lactar a los mamíferos y cazar a los predadores. La fuerza poderosa que hace crecer a los árboles y que impulsa los vientos, agitando la superficie del océano. Somos la fuerza que mueve el cosmos. Porque el universo está preñado. Somos vida.


Somos manifestaciones de una única e infinita Conciencia. Todo lo que existe es esa gran Conciencia que vive y se experimenta desde diferentes puntos de vista. Desde el tuyo y desde el mío. Somos esa Conciencia manifestándose y cuando la reconozco en ti, te acepto, te quiero y te admiro. Percibir esa Conciencia en mi realidad es lo que me hace feliz. Me regala plenitud. Me ilumina. Ese fue nuestro gran aprendizaje. Y no solo valió la pena, sino que fue un hermoso regalo de amor que ahora quiero compartir contigo. 

A ti, que lees estas palabras, te quiero contar que están escritas sobre una hoja en blanco de puro amor. Acéptalo y disfrútalo. Te lo mereces por estar vivo.

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