Esa fuerza poderosa que genera el cambio continuo y
nos impulsa a la acción, esa fuerza que llamamos vida, pretende que seamos
felices, que vivamos en el bienestar. Lo único que se interpone entre nuestra
realidad y nuestra felicidad son nuestras creencias. Porque todo lo que sucede
está perfectamente alineado con nuestro destino. Todo, absolutamente todo, sucede
por una buena razón. Es perfecto para nuestro aprendizaje.
Sin embargo si nos resistimos a los acontecimientos,
sufriremos. La vida es un juego para disfrutar, no una lucha para sobrevivir. Si
intentamos ser alguien distinto de quien somos; si pretendemos ocultar nuestras
debilidades y mostrar tan solo nuestras virtudes, siempre tendremos que hacer
un esfuerzo agotador. Sólo siendo verdaderamente auténticos, la vida se hace
fácil, fluye.
Y para ser auténticos, hay que comenzar por aceptarnos
tal cual somos. Esa aceptación, es el comienzo de la aceptación de cualquier
otro… Ya no intentaremos cambiarnos nosotros mismos ni tampoco cambiar a nadie
más. Nos respetamos y comenzamos a respetar a los demás. Aceptarnos significa
valorar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma tal como son. Es rendirnos
ante nuestra realidad y reconocer que en realidad somos perfectos. Es dejar de resistirnos.
Vivir sin oponer resistencia hace que la vida sea más
agradable y también implica vivir siguiendo los dictados del corazón.
Expresando aprecio y cariño. Asombrándonos y evolucionando. Aprendiendo y
madurando. Tomando conciencia de que somos vida. Somos una versión de la vida
que ha decidido mirarse desde nuestro punto de vista, aceptar nuestros
ancestros y nuestra historia, usar nuestro cuerpo como vehículo y nuestra mente
como brújula. Somos vida experimentándose como nosotros.
Cuando aceptamos esto, recién entonces, caemos en
cuenta que los demás, también son vida, expresándose desde otras perspectivas. Tan
válidas como la nuestra. Somos esencialmente lo mismo. Debemos pues, aceptarlos
como son. Son personas viviendo un proceso que espera hacernos felices y que lamentablemente
boicoteamos cuando nos aferramos a creencias que nos hacen sufrir. Todos
estamos acá, buscando la felicidad. Los que no logran ser felices, simplemente
tienen creencias limitantes. Que son
falsas, por lo demás. Basta cambiarlas, para que despierten del infierno en que
viven y comiencen a experimentar el bienestar natural que nos pertenece por derecho.
La primera responsabilidad de la educación, por lo
tanto, debiera ser motivarnos a ser auténticos. Únicos. Aceptarnos tal como somos y ayudarnos
a moldear nuestras creencias para que no obstruyan nuestro feliz destino.
Descubrir nuestros talentos, transformarlos en pasiones e inspirarnos a
convertir nuestras vidas en obras de arte. Es obvio que necesitamos
personalizar la educación. Como proponen los colegios Waldorf o Montessori, por
ejemplo.
Una educación que aspire a tener alumnos felices,
también requiere profesores satisfechos, motivados y realizados. Y por esta
razón, la transformación educacional debe comenzar por los docentes. La mayoría
de ellos, tiene buenas intenciones, pero se apoyan en creencias limitantes que
deben ser examinadas y disueltas. Hay que ayudarlos a despertar. A aceptarse y
quererse. A respetarse e identificarse con la vida. Postulo que hay que
ofrecerles talleres de autoestima, de autoayuda y de autoconocimiento.
Refrescarles sus miradas para que cuestionen aquellas creencias sospechosas.
Ayudarlos a fluir por la vida.
En vez de gratuidad universal, yo hubiese
preferido invertir esos recursos en “felicidad docente”. En lugar de destinar
el 10% de los ingresos de Codelco a renovar armas, yo hubiese optado por
potenciar el arsenal cognitivo de nuestra juventud. En la era del conocimiento,
allí se darán las grandes batallas del siglo XXI. Nuestro país debe imponerse
en la guerra de ideas. Por eso, sostengo que tener profesores auténticos y
realizados, es el ingrediente más importante de la nueva educación y la
inversión más rentable para la economía del país.
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