Le pregunté a un dinosaurio qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en ave y aprender a volar". El viejo reptil me sugirió que la felicidad es un estado de conciencia adquirido. Más espiritual y menos material. Más celestial y menos terrenal. Mucho más evolucionado. Un estado de conciencia que se alcanza aprendiendo de las experiencias que vivimos. Y de los cambios físicos que sufrimos. Me aseguró que la mayoría de nosotros necesitamos experimentar muchas vidas para adquirir los aprendizajes que necesitamos para encontrarnos con la felicidad. No es fácil para un dinosaurio ser feliz. La transformación es lenta y dolorosa. Pero se aprende acercándose al cielo...
Le pregunté a una oruga qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en mariposa y surfear el viento". Me sonrió irónicamente señalando que había que despojarse del cuerpo y hacerse más liviano. Me recomendó el desapego. Desprenderse de nuestros vínculos con lo material y conectarse con el aire. No es fácil para una oruga aprender a volar, me confesó. Hay que reinventarse. Y tener fe. Mucha fe...
Le pregunté a un manzano qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en flor y esparcir semillas". El frutal esperaba la primavera con ilusión para ofrecer su bello y delicado néctar a las abejas y la belleza de sus pétalos al atardecer. Entregarse. Eso es felicidad, añadió. Trascenderse. La felicidad es amor que repartimos. Lo más difícil es tener paciencia y mantener la esperanza en el otoño.
Le pregunté a un simio qué era la felicidad. "Convertirse en humano para construir aviones y volar por los cielos", señaló. El mundo de la imaginación del humano es infinito, lleno de posibilidades. Me gusta imaginar que nuestra mente puede liberarnos de la animalidad y acercarnos a la humanidad. La felicidad es poder imaginar. Así nos convertimos en creadores. En dioses...
Le pregunté a un niño qué era la felicidad. "Convertirse en ángel y habitar en el cielo", respondió. Me recordó que todos queremos desprendernos de las limitaciones biológicas y explorar el potencial del alma. Somos animales que queremos convertirnos en ángeles. Agregó que es cierto que perdemos los recuerdos de nuestras existencias previas, pero no es menos cierto que igual recibimos los aprendizajes heredados de nuestros antepasados. Vienen incorporados en nuestra arquitectura neuronal, en nuestra cultura, en nuestros valores familiares. Vienen como un regalo generoso del pasado. Porque todos los seres humanos estamos evolucionando hacia un estado más etéreo, más sutil, más benevolente y más hermoso.
Le pregunté a una mujer qué era la felicidad. Y me dijo: "Ser hermosa para convertirme en la reina del Universo". Y agregó: "La felicidad es bella". No me confundí. No se refería a la belleza externa. Insinuaba que la encontramos en un nivel de conciencia donde dejamos de sufrir y nos identificamos con el Universo. Con todo el Universo. Señaló que encontramos la plenitud en aquella dimensión más profunda de nuestra conciencia donde todo se hace Uno. Ella creía que la belleza es la fuente de la felicidad y que la felicidad es la fuente de la belleza. Que son lo mismo.
Le pregunté a un viejo qué era la felicidad. "Vivir...Vivir sin ataduras, fluyendo en el presente", aseguró. Vivir es una experiencia espiritual buscando trascender lo material. Es madurar y comprender... Algo que todos hacemos en etapas, buscando el tesoro del bienestar. Es tomar conciencia de que podemos elegir ser felices. Porque aunque no lo sepamos, todos poseemos la capacidad de acceder voluntariamente a esa dimensión más sutil donde desaparecen los límites y somos totalmente plenos. Felicidad es estar en esa dimensión donde nos damos cuenta de que simplemente somos. Y que esa es la razón de existir. Somos. Simplemente somos. Y eso basta para ser feliz.
Después de escucharlos a todos, me pregunté: ¿qué es la felicidad?
Y yo mismo me contesté: No lo sé... aún, pero en las palabras de estos maestros se encierra el secreto que debo descifrar. Parece que la felicidad es un enigma a punto de resolverse.
Le pregunté a una oruga qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en mariposa y surfear el viento". Me sonrió irónicamente señalando que había que despojarse del cuerpo y hacerse más liviano. Me recomendó el desapego. Desprenderse de nuestros vínculos con lo material y conectarse con el aire. No es fácil para una oruga aprender a volar, me confesó. Hay que reinventarse. Y tener fe. Mucha fe...
Le pregunté a un manzano qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en flor y esparcir semillas". El frutal esperaba la primavera con ilusión para ofrecer su bello y delicado néctar a las abejas y la belleza de sus pétalos al atardecer. Entregarse. Eso es felicidad, añadió. Trascenderse. La felicidad es amor que repartimos. Lo más difícil es tener paciencia y mantener la esperanza en el otoño.
Le pregunté a un simio qué era la felicidad. "Convertirse en humano para construir aviones y volar por los cielos", señaló. El mundo de la imaginación del humano es infinito, lleno de posibilidades. Me gusta imaginar que nuestra mente puede liberarnos de la animalidad y acercarnos a la humanidad. La felicidad es poder imaginar. Así nos convertimos en creadores. En dioses...
Le pregunté a un niño qué era la felicidad. "Convertirse en ángel y habitar en el cielo", respondió. Me recordó que todos queremos desprendernos de las limitaciones biológicas y explorar el potencial del alma. Somos animales que queremos convertirnos en ángeles. Agregó que es cierto que perdemos los recuerdos de nuestras existencias previas, pero no es menos cierto que igual recibimos los aprendizajes heredados de nuestros antepasados. Vienen incorporados en nuestra arquitectura neuronal, en nuestra cultura, en nuestros valores familiares. Vienen como un regalo generoso del pasado. Porque todos los seres humanos estamos evolucionando hacia un estado más etéreo, más sutil, más benevolente y más hermoso.
Le pregunté a una mujer qué era la felicidad. Y me dijo: "Ser hermosa para convertirme en la reina del Universo". Y agregó: "La felicidad es bella". No me confundí. No se refería a la belleza externa. Insinuaba que la encontramos en un nivel de conciencia donde dejamos de sufrir y nos identificamos con el Universo. Con todo el Universo. Señaló que encontramos la plenitud en aquella dimensión más profunda de nuestra conciencia donde todo se hace Uno. Ella creía que la belleza es la fuente de la felicidad y que la felicidad es la fuente de la belleza. Que son lo mismo.
Le pregunté a un viejo qué era la felicidad. "Vivir...Vivir sin ataduras, fluyendo en el presente", aseguró. Vivir es una experiencia espiritual buscando trascender lo material. Es madurar y comprender... Algo que todos hacemos en etapas, buscando el tesoro del bienestar. Es tomar conciencia de que podemos elegir ser felices. Porque aunque no lo sepamos, todos poseemos la capacidad de acceder voluntariamente a esa dimensión más sutil donde desaparecen los límites y somos totalmente plenos. Felicidad es estar en esa dimensión donde nos damos cuenta de que simplemente somos. Y que esa es la razón de existir. Somos. Simplemente somos. Y eso basta para ser feliz.
Después de escucharlos a todos, me pregunté: ¿qué es la felicidad?
Y yo mismo me contesté: No lo sé... aún, pero en las palabras de estos maestros se encierra el secreto que debo descifrar. Parece que la felicidad es un enigma a punto de resolverse.
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