Vivimos convencidos de que lo que percibimos es la realidad. Pero, como ha señalado Humberto Maturana, la vida es un proceso interno que está determinado por nuestra estructura. La realidad es una invención explicativa del observador. No existe a priori.
Lo que llamamos "realidad", no es algo que existe afuera. Es un mapa mental, que en parte heredamos y en parte construimos con nuestras experiencias. Se materializa físicamente como una red neuronal que nos gatilla emociones y nos impulsa a la acción. Estamos hablando de nuestra arquitectura neuronal. Allí, en nuestro sistema nervioso, en las incontables neuronas y sus intrincadas conexiones, está escrita toda nuestra historia y se explica todo nuestro comportamiento. Esa compleja estructura biológica, refleja quienes somos.
Porque siempre hacemos lo que queremos hacer. Pero lo hacemos en función del mapa que tenemos de la realidad. Y como el mapa no es el territorio, a veces nos equivocamos y lo que hacemos produce un resultado inesperado. Mientras más completo sea el mapa que usamos, más coherente es nuestro comportamiento.
Veamos porqué... Nuestra mente procesa la información que nos entregan nuestros sentidos e inmediatamente se generan emociones. Estas emociones (que son mecanismos de sobrevivencia que han evolucionado durante miles de años), nos permiten evaluar, razonar e inferir para actuar adecuadamente frente al cambio que detectamos en el entorno. Por ejemplo, cuando sentimos miedo, debemos decidir si arrancar o enfrentar el peligro. Y esa decisión, que puede ser de vida o muerte, dependerá del mapa que hayamos construido de la realidad. Si en el pasado, hemos sido temerarios, enfrentando el peligro con éxito, tenderemos a sobre-evaluar nuestras capacidades y evitar la huída ante batallas cada vez más difíciles de ganar. Y esto claramente tiene un límite.
Tener un buen mapa de la realidad generará emociones adecuadas y nos permitirá decidir correctamente. Por eso, la educación debiera ayudarnos a mejorar nuestro mapa de la realidad, agregándole información relevante para optimizar las emociones que experimentemos y así, actuar en coherencia con el entorno. Desde esta perspectiva, la misión de la educación es ayudarnos progresivamente a actualizar nuestro mapa mental para que podamos procesar más y mejor información y vivamos bien.
Hoy en día, la pedagogía debiera ser "neurociencia aplicada". Hoy en día la ciencia permite ver como cambia la arquitectura neuronal con el aprendizaje. Comprender bien como la mente procesa la información, como cambia la configuración de la red neuronal y qué emociones se provocan, es fundamental para generar prácticas pedagógicas que garanticen aprendizajes conceptuales profundos. Un profesor debe saber como funciona el cerebro, como se reorganiza la red neuronal ante nueva información y como se traduce en conocimiento relevante. Pero sobre todo, debe saber que está trabajando con mapas que traen información histórica y cultural distinta y que, por lo tanto, son mapas que gatillan emociones diversas. Un profesor debe ayudar a sus estudiantes a tener el mapa adecuado para su contexto. Un mapa único, individual e irrepetible. Un mapa que genera la emoción más adecuada para la situación.
El mapa que usa el profesor, no le sirve a su estudiante. El suyo es un mapa que fue construido con premisas que ya mostraron ser falsas y que el vigoroso avance de la ciencia ha corregido. No puede imponérselo al alumno porque tiene muchas correcciones. Pero el mapa que está construyendo su estudiante, es un mapa más nuevo, más plástico, que si le sirve al profesor. Un mapa actualizado que está siempre evolucionando.
El profesor debe aprender de los mapas que usan sus estudiantes.
El profesor debe aprender de los mapas que usan sus estudiantes.
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