Recién inauguramos un ciclo de conversaciones acerca
de la calidad en la educación. Estamos intentando construir una serie de
criterios que nos ayuden a definir mejor acerca de qué hablamos cuando nos referimos a la calidad educacional. Ya en nuestra primera
entrevista, se advierte que será necesario un cambio de lenguaje. Nuestro
primer entrevistado, Camilo Herrera, de la Fundación Caserta, nos sugirió
que la noción de calidad educativa se irá abandonando paulatinamente debido a
que tiene su origen en procesos industriales estandarizados y fragmentados que
son propios del modelo de educación tradicional. Estamos de acuerdo.
El cambio que necesita la educación requiere antes que nada, un cambio de lenguaje. Solo así, veremos evolucionar a la educación. Debemos emanciparnos de cualquier
concepto industrial, tomando consciencia de la incongruencia que implica tratar
la educación con una mirada productiva. La educación es un proceso evolutivo
más natural. Según Camilo, hay que hablar de buena educación.
Por el momento usaremos el término (calidad) con
paréntesis, cuando hablemos de esa buena educación, para "una educación apropiada
para desarrollar una actividad íntegra y competente en un contexto dado". Destacamos que la integridad se refiere al
comportamiento ético requerido de un profesional que se desempeña en una
sociedad global respetuosa de la diversidad de cosmovisiones que la constituyen
y de valores universales. La verdadera competencia educacional entonces queda
supeditada a la conducta ética en la vida real.
Quisiéramos advertir que pretender medir la (calidad)
en la educación es una aventura al menos osada, sin considerar los resultados
finales de los procesos formativos. Es decir, el desempeño de los adultos
educados. Desde esta perspectiva, tenemos que reconocer que
nuestra educación ha fracasado. Nuestra sociedad no sabe convivir.
La forma de medir calidad, tampoco es adecuada. Los procesos de acreditación de la educación superior
y las pruebas estandarizadas tipo SIMCE o PISA, son controles de calidad, que
miden apenas algunos indicadores muy básico de procesos multidimensionales de gran complejidad y también pecan de tener una génesis industrial. No se puede medir calidad educacional como si midiésemos una serie de procesos productivos.
Esperamos que se desarrollen propuestas innovadoras para identificar las buenas prácticas educacionales y lo que constituye (calidad). Quisiéramos que esas propuestas, consideren la transformación de nuestros estudiantes, reconociendo que son seres humanos en
un camino progresivo de desarrollo y toma de consciencia. En el futuro, creemos que el requisito primordial
para la buena educación será la conducta correcta y competente, evaluada por la
sociedad. Pero hay otros
aspectos deseables que podríamos pedirle a esa educación de (calidad):
Aprendizaje:
debe estar orientada al aprendizaje profundo y a la autogestión del
conocimiento incorporando los avances en neurociencias, psicología y
tecnología.
Transformativa:
debe perseguir ampliar las capacidades (cognitivas, sociales y personales) y la
toma de conciencia del estudiante, transformando su mente, su alma y su cuerpo.
Personalizada:
debe permitir el desarrollo pleno del talento individual convirtiéndolo en
una persona única, acrecentando gradualmente su valor para la sociedad.
Integral:
debe equilibrar el desarrollo cognitivo, emocional, social y espiritual del
estudiante, aumentando progresivamente su capacidad para usar su conocimiento.
Colaborativa:
debe promover el trabajo en equipo y la sinergia como estrategia para resolver
problemas.
Resiliente:
debe preparar para aceptar el error y para levantarnos con la lección
aprendida.
Saludable:
debe ayudar a mantener la salud, fomentando la actividad lúdica, física y los
hábitos saludables.
Social:
debe preparar para la vida en comunidad, para cultivar más y mejores relaciones
y para tejer redes de amistades en diversos ámbitos.
Sin perjuicio de todas estas dimensiones, sostenemos
que la característica más distintiva de una buena educación es el grado de
bienestar y felicidad de sus educandos. Si el ambiente educacional es positivo,
energético y lleno de curiosidad, estamos bien encaminados. Si las sonrisas de
profesores y alumnos abundan, avanzamos en la dirección correcta. Si en ese
ambiente, se irradia felicidad, entonces allí hay buena educación. El resultado final de esa educación es una sociedad
armónica, con muchas personas felices. Si hay que medir, midamos sonrisas.
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