La delincuencia es uno de los síntomas más “incómodos” del
gran problema de convivencia en que estamos sumergidos. Hemos intentado
resolverla erróneamente, aislándola como si fuese una enfermedad y tratándola
con métodos arcaicos e inhumanos. La privación de la libertad en condiciones
miserables solo aumenta el problema. Las cárceles son la universidad del
delito.
La delincuencia es la conducta de quien está viviendo
en la “era psíquica del apoderamiento”. Una etapa de desarrollo humano por la
que todos transitamos. Surge en el deseo de tener lo que otros tienen y se
transforma en una adicción y en un comportamiento justificable (para mi) cuando
dejan de importarme los demás, cuando pierdo la confianza en el sistema social
y cuando logro apoderarme de un poder que antes parecía inalcanzable. Puedo superar esa etapa, cuando recupero la confianza
en mis habilidades y encuentro un camino de desarrollo hacia el bienestar.
La agresión es una conducta de supervivencia ante la
desesperación. Ya he propuesto las “Escuelas de Resilencia” para ayudar a los
niños en ambientes vulnerables a recuperar la esperanza. Hoy, quiero sugerir el
cambio de las cárceles por internados educativos.
Los delincuentes se sienten discriminados y consideran
que la sociedad ha sido injusta con ellos. Tal vez tengan razón. Tal vez
necesiten otra oportunidad para tomar conciencia de que pertenecen a un mundo
más amplio, donde las reglas de convivencia exigen una conducta menos egoísta y
más respetuosa. Tal vez debamos devolverles la esperanza.
¿Cómo?
Propongo la inmersión total del delincuente en un
ambiente educativo apropiado para la toma de conciencia. Internados que los
eduquen para la convivencia respetuosa y los preparen para vida social moderna.
Lugares de retiro orientados al aprendizaje, a la reflexión y a la convivencia.
Condenar a los delincuentes a aprender a ganarse la
vida éticamente y prepararlos para desarrollar una actividad – para la cual
tengan talento – que los motive, les interese y además les dé bienestar… es la
única condena aceptable para seres humanos.
Tenemos que reconocer que el ser humano es un animal
social, que tiene sombras agresivas y arrogantes. Las agresivas son las conductas
de los delincuentes; las arrogantes son las conductas que tienen los que se
consideran superiores y que los encierran en cárceles para “eliminarlos” y no
hacerse cargo del problema.
Todos los seres humanos necesitamos transitar por un
proceso de expansión de conciencia que nos haga comprender que somos parte de
un Universo profundamente interconectado. La responsabilidad de quien se queda
atrapado en un estado de conciencia estrecho, no es personal, es colectiva.
No será fácil, ni tendremos resultados inmediatos,
pero creo que vale la pena intentarlo. ¿No le parece?
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