Chile
está empeñado en mejorar la educación. El actual gobierno está apostando todo
su capital político en una reforma estructural de la educación pública. Nuestra
sociedad no está satisfecha con el progreso logrado y ansía con cierta
urgencia, nivelar la cancha de las oportunidades con una educación pública de
calidad. Somos ambiciosos y exigentes.
Pero (y este es un gran pero), nos hemos acostumbrado a culpar a los profesores… al tamaño de las clases, a
los textos, al contexto e incluso a los apoderados… También culpamos a los colegios
y universidades, a las facultades de educación, al financiamiento y hasta a los
políticos. En fin, parecen haber demasiados culpables. Y hemos comenzado una
cacería de brujas que terminará por alejar a aquellos con vocación, a aquellos
que soñaron con cambiar al mundo educando. La estrategia que hemos escogido victimiza
a los estudiantes y los exime de toda responsabilidad. Se culpa a la situación
y no al actor principal. La reforma entonces (aceptando el diagnóstico
equivocado) se ha concentrado en intervenciones que buscan mejorar el contexto educacional
y eso requiere mucho dinero. Tanto, que nunca será suficiente.
Liberar
a los estudiantes de toda responsabilidad en sus resultados educacionales puede
parecer políticamente correcto, pero es estratégicamente desastroso. ¿Cómo
pueden entonces los profesores exigir a sus estudiantes? ¿Acaso se esforzarán
por aprender, si tienen tantas excusas? El aprendizaje requiere esfuerzo,
concentración y hambre de conocimientos. Conociendo la naturaleza humana y mis
propias luchas internas en los estudios, sé que se necesita mucha fuerza de voluntad,
perseverancia y carácter para lograr aprendizajes profundos y entender el mundo
en que vivimos. Luchar contra cierta adversidad, aprender a superar nuestras
limitaciones y pagar un precio nos hace valorar el logro y en el largo plazo lo
que inicialmente parecía un obstáculo, puede transformarse en una bendición.
Si
les regalamos la educación y además los eximimos de su responsabilidad, los
estudiantes no se esforzarán. Y sin esfuerzo no habrá aprendizaje. Y sin
aprendizaje no hay educación de calidad.
¿Donde está el compromiso de los estudiantes? Es
el principal ingrediente que necesita la reforma educacional. Y nadie, nadie se
atreve a pedirlo.
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