Esta es la leyenda que
precede a la historia que ustedes conocen desde siempre y que aparece en el
“libro sagrado de los humanos”. Habla de tiempos muy remotos, mucho antes de
que el hombre existiera. Incluso antes del actual Universo...
Todo comenzó con una buena intención. Un plan que armonizó con el
cosmos y que paulatinamente fue adquiriendo coherencia. Suavemente se convirtió en un ritmo que
coordinó al organismo. Un pulso que reverberaba dentro de la caparazón
protectora y que dirigía los acontecimientos. Era el comienzo de una vida.
Dentro del huevo, un nuevo ser comenzaba a vivir. Qué
acontecimiento más intrigante y sin embargo, tan natural. Era poco más que un
grupo de células, multiplicándose, orquestadas, buscando su destino y ya se podía
sentir su pujante impulso por vivir. Tenía un potencial que quería
manifestarse. Y eso era suficiente para darle aliento a la vida.Crecía inexorablemente. Cada instante que transcurría le daba más fuerzas y una progresiva sensación de vacío, que posteriormente le sería particularmente familiar, comenzó a experimentarse en sus entrañas. Tenía hambre. Mucho hambre que no se saciaba, puesto que solo podía alimentarse de su medio circundante.
Esa noche, mientras esperaba el amanecer, soñó con espléndidos
seres alados que vestían disfraces multicolores y vivían felices habitando en
un hermoso y generoso jardín, que habían construido ellos mismas. Orgullosas y
majestuosas criaturas, que volaban de flor en flor, colaborando con el
propósito de la naturaleza y reclutando compañeras para el gran éxodo. Una
aventura tan extraordinaria y peligrosa que solo debía intentarse con la
colaboración de todas ellas.
Cuando despertó, sabía lo que quería ser. Una mariposa. Aspiraba
ser como ellas, suaves, sutiles, delicadas y preciosas pero también intrépidas aventureras;
generosas y cooperadoras pero resueltas a vivir una vida con sentido. Una vida
plena a favor de la vida.Mientras aguardaba el inicio del primer día de su vida, su incomodidad creció. La caparazón del huevo protector se estaba volviendo asfixiante y tendría que atreverse a mudarse de ropas. Entonces, se dio cuenta de algo que le acompañaría el resto de su vida. Si quería ampliar su conciencia tendría también que cambiar su envoltura. Un verdadero cambio interior, se refleja en el exterior.
Entonces, quiso nacer... y venciendo sus miedos, salió con muchas
dificultades del huevo, primero asomó la cabeza y luego de contorsionarse, en
lo que le pareció una eternidad, estirándose hacia un lado y luego hacia el
otro, poco o poco consiguió liberar a su cuerpo y dejar su nido, para encontrarse sola en el mundo...una
dolorosa experiencia.
Así comienza la aventura
extraordinaria de una aspirante a mariposa que tuvo conciencia. Si el cuento
que están a punto de leer les parece conocido, entonces tal vez alguno de sus
átomos vivió en ese universo previo, donde las mariposas reinaban. ¿Quién sabe?
En esta historia, todo es posible.
Es una historia contada
en tercera persona, pero se trata de una experiencia vivida y sentida en
primera persona que fue transmitida oralmente de generación en generación, como
lo demostrará la versión objetiva que transmitió el búho, testigo presencial,
que transcribiremos más adelante.
Esta historia es también
extraordinaria porque no tiene un final. Pueden dejar de leerla donde dejen de
comprender. O dejen de interesarse... o dejen de tener tiempo para continuar
leyendo. No importa. Cualquier alternativa está bien. La historia se extiende solo
hasta donde para ustedes tenga sentido. Como no tiene final, ustedes también
pueden continuarla. Cuando puedan y como quieran...
Hace mucho, mucho tiempo, nació esta oruga tan especial. Era una
en un millón. Por fuera era como todas las orugas, pero por dentro... era
distinta. Su singular voracidad no era fácil de extinguir. Era una oruga hambrienta de conocimiento. “Curiosa
desde la cuna”, le llamaban en aquella región porque salía del huevo mirando
hacia todos lados.
Adolorida por el parto, angustiada por su soledad y decepcionada
por su apariencia -puesto que no se parecía en nada a esas bellas mariposas-
decidió con cierta resignación, olvidar sus sueños utópicos y seguir sus
impulsos. No tuvo alternativas. Su cuerpo grotesco, no tenía siquiera una
mancha de aquellos hermosos colores que adornaban a sus utópicos ángeles
voladores; alargado, esponjoso y peludo, estaba cubierto de piel beige. Nada
más anodino e insípido. De hecho, el mundo entero era beige. No podía volar, ni
caminar. No tenía brazos ni pies. Estaba condenada a arrastrase. Sus esperanzas
quedaron destrozadas bruscamente al nacer. El mundo en que nació era cruel.
Frustrada y temblorosa, inició su aventura hacia un futuro incierto y
peligroso. No sabía porqué, pero a pesar de todo, quería vivir.
Tenía tanto hambre, que devoró hasta el huevo que le dio vida. Y
continuó comiéndose la hoja donde sus padres depositaron el huevo. Y persistió
con las otras hojas de aquel árbol que cobijó su vida (no lo sabía entonces, pero ese era un árbol muy
especial) y luego continuó con las hojas de la planta más próxima. Su
instinto de supervivencia la conminaba a alimentarse con urgencia y
desesperación. Su primer día transcurrió mecánicamente, comiendo todo lo que
encontraba. Si le daba frío, se ponía al sol. Si sentía calor, buscaba las
sombras, pero seguía intentando infructuosamente saciarse y de escapar de los
peligros que posiblemente la acechaban desde cualquier lugar. Sus instintos la
guiaban. Sus reflejos ante perturbaciones externas dictaban su comportamiento. Vivía,
pero no se daba cuenta de que vivía... aunque seguía queriendo vivir.
Durante ese primer atardecer, se estremeció al ver algunas pequeñas
manchas púrpuras en su piel. Una breve esperanza... ¿Serían los colores de las
mariposas? Que sus miedos extinguieron raudamente... ¿Serían señales de alguna
enfermedad? ¡Se asustó mucho! ¿Se habría envenenado? ¿Intoxicado? ¿Sería algún
maleficio? Se sentía incómoda, su piel estaba dura y la apretaba. Pero, a pesar
de todo, continuó comiendo...
Al iniciarse el crepúsculo se encontró con un grillo, que parecía
tocar el violín con sus patas traseras. No lucía peligroso. Su monótona melodía
de una sola nota–un Do profundo–le llamó la atención, porque parecía resonar
con toda la naturaleza. Pero no le dio mucha importancia y continuó buscando
saciarse. Algo que no conseguiría en ese primer día.
Llegó la noche y la soledad y las sombras la llenaron de más dudas.
Cansada de alimentarse sin reflexión, apenas avanzaba. Tuvo miedo. Sintió el
peligro muy cerca. Se detuvo. Paralizada por un terror que no le permitía
moverse, decidió esconderse en su interior para alejar la angustia.
Adentro, se encontró con su una presencia que habitaba en su
interior. ¡No estaba sola! ¡Alguien vivía dentro de ella! No supo distinguirla
bien, pero se parecía al grillo violinista. Hablaba sigilosamente con su misma voz,
interrumpía sus pensamientos y la contemplaba con cierto dejo de desaprobación.
Sorprendida y curiosa, decidió interrogarla...
–¿Quién eres? ¿Qué haces acá? ¿Qué buscas? ¿Porqué estás molesta?–,
preguntó sin pensar.
–Soy tu conciencia–respondió
la presencia y agregó rápidamente,–debo ayudarte a entenderte conmigo, lo que
por lo visto hasta ahora, no será fácil –y siguió murmurándose a si misma,
–¿porqué siempre me tocan casos tan difíciles?– y recobrando la compostura,
sentenció: –busco mostrarte los “anteojos oscuros” que llevas puestos... y
estoy molesta porque ¡eres floja y no piensas!
La oruga curiosa no supo qué decir. Ni como reaccionar. Seguía
inmóvil, esperando que el grillo continuara, cosa que no tardó en ocurrir.
–Escúchame bien y luego trata de pensar, porque no voy a repetirlo– dijo, con una voz
muy seria, y continuó con cierta solemnidad – Eres una oruga curiosa, una
especie que trae desde la cuna un deseo perenne por aprender. Y por eso, tienes
un potencial extraordinario. Pero has vivido el primer día de tu vida
reaccionando instintivamente, reaccionando sin pensar. Traes puestos unos anteojos
equipados para ayudarte a sobrevivir. Oscurecen todo excepto los peligros. El
mundo que ves con esos anteojos oscuros,
es un mundo de necesidades y amenazas urgentes; y para resolverlas debes operar
sin demoras, instantánea e impulsivamente. La realidad es mucho más interesante
de lo que puedes ver hoy, pero no puedes sacarte esos anteojos. Es muy
peligroso. Tienes que aprender a ver lo que te ocultan y eso solo se puede
lograr... ¡aclarando los cristales! Esos anteojos tienen 7 velos que oscurecen
tu vista y tiñen tu mundo de un color. Estos velos se remueven con la ayuda de
tu corazón. Cada vez que corras un velo, y solo puedes correr uno a la vez,
aclararás el cristal con que miras y despertarás a un mundo que antes no veías.
Podrías decir que son anteojos in-foto-cromáticos, puesto que responden a tu
luz interior. Mientras más luz tengas en tu interior, más se aclaran los
cristales. Aclarar tus anteojos oscuros, ¡esa será tu...perdón, nuestra tarea!
Despertó al alba, sobresaltada, sin saber con certeza, si el
encuentro fue un sueño o se quedó dormida después.
La vida en beige le resultó aburrida. Recorrió muchos lugares, sin
darse cuenta de lo que estaba haciendo y pasaron muchas cosas que realmente no
vio. Miró sin ver. Anduvo sin contemplar el camino y comió sin degustar. Eso no
era vida para una oruga “curiosa desde la cuna”. Tendría que desconectar el
piloto automático y experimentar el mundo exterior en el presente.
Sintió como si alguien le palmoteaba la espalda, como
felicitándola, pero no vio a nadie.
No podía respirar, su piel no era elástica y no le permitía
crecer, de modo que decidió desprenderse de ella. Sacó la cabeza y moviéndola
hacia todos lados, como si estuviese buscando algo, logró extraer a su grueso
cuerpo con cierta dificultad, de su viejo y manchado pijama beige. Su nueva
piel era de un púrpura intenso. Una extraña novedad. El mundo se tiñó de un
nuevo color, que hizo las cosas más interesantes. Estaba comenzando su segundo
día y antes de ir a desayunar, intentó pensar...
Su encuentro misterioso no le pareció tan casual. Si no fue un
sueño, tal vez fue un mensaje desde otra dimensión. En su interior pasaban
cosas. Allí también había un mundo extraordinario. Allí habitaba un extraño y
amenazante ser que la vigilaba.
Cuando finalmente salió a alimentarse, se dio cuenta que no estaba
sola. La acompañaban sus hermanas. Feliz, corrió a encontrarlas. Muchas tenían
piel beige y avanzaban y comían por instinto, tal como hacía ella, ayer. No le
hicieron caso. Pero habían otras con pequeñas manchas púrpuras, que se
mostraban inquietas ante su presencia y sin embargo, no sabían como
responderle. Efectivamente, todas ellas tenían puestos los anteojos oscuros.
De pronto, aparecieron algunas orugas púrpuras. Con ellas podría
conversar. Tenía muchas preguntas sin respuestas. Preguntó hasta cansarlas,
pero para su sorpresa, le hablaron de seres voladores multicolores, de jardines
majestuosos y de migraciones fantásticas. Tal vez su sueño gestacional podría
ser cierto. Incluso hubo una hermana púrpura, corpulenta e irónica, que
mencionó la existencia de demonios internos, cosa que la hizo estremecerse.
¿Una broma de mal gusto o una advertencia? No importaba mucho, ella ya estaba
poseída.
Ese día aprovechó la compañía de sus hermanas y recorrió el
camino, asombrándose con cada flor, cada insecto y cada hoja que golosamente
disfrutaron. Gozó con cada nuevo descubrimiento. La brisa, el sol y la
naturaleza escondían maravillas que atraían su curiosidad. La intensidad de
vivir cada momento en el presente y aprender algo nuevo la llenaron de alegría.
Aprovechó de ilustrarse sobre las orugas. Le insistieron que
descendían de ángeles que vivían en el paraíso y que si se portaban bien,
después de morir, allí vivirían. Además le contaron que viajaban juntas hacia
la tierra prometida donde existía el árbol de la vida que les daría la
inmortalidad. Comentaron también acerca de las grandes tentaciones y los
pecados más comunes. Pero también hablaron de cosas terrenales, los peligros
que había que evitar y las hojas más ricas, las orugas más bellas, y ¡la
música!
Efectivamente las orugas púrpura también escuchaban una vibración
más alta, que el profundo Do. Se trataba de un intenso Re que parecía estar en todas partes. En el mundo beige y púrpura convivían
dos notas, el familiar Do y el novedoso Re, que permitían recorrer el camino
casi bailando con cierto ritmo y armonía que las entretenía mucho. Incluso le
enseñaron a pedir ayuda con un canto que llamaría a sus hermanas y que solo
debía usar en casos extremos. Durante el resto del día, comieron, cantaron,
bailaron y disfrutaron con los ritos tradicionales de la tribu.
Lamentablemente las orugas beige -castigadas por los dioses
multicolores- no podían percibir esta nota y solo respondían al Do, cuestión
que siempre las des-coordinaba. El mundo de las orugas era evidentemente
milagroso.
Ese día aprendió a comportarse como oruga. Partió imitando a sus
hermanas púrpura y entendió su cultura. Absorbió sus tradiciones y comprendió
que la conducta de sus hermanas beige obedecía a un accionar sin reflexión. No
sin sentir cierta vergüenza por haber vivido un día completo en ese mundo
impulsivo.
Los extraordinarios eventos del día hicieron que la noche la
sorprendiera y se alejó para dormir sola. Quería pertenecer al grupo pero tenía
miedo al rechazo. No quería que sus amigas la escucharan conversando en sueños.
Tampoco que vieran sus heridas. Tenía algunas manchas de sangre. Probablemente
provocadas desde adentro por el demonio interior, porque no había sentido nada
por fuera. Encontró un lugar para guarecerse y demasiado estimulada aún,
decidió reflexionar sobre los acontecimientos. Tal vez esto apaciguaría al
grillo.
Era cierto lo que su conciencia le dijo. Los anteojos oscuros le
ocultaban un mundo maravilloso. Su corazón se llenó de alegría porque las
orugas púrpuras podían ver con ojos distintos y de compasión porque las beige
estaban ciegas.
–¿Viste las anteojeras? – preguntó una voz interior, sin dejarse
ver. No era la voz de su conciencia, que la había perseguido durante todo el
día. Casi se había acostumbrado a ella.
–¿Quién será?– pensó, sin abrir la boca.
–Soy tu intuición– le
respondió – Habito en lo más profundo de tu ser. Aparezco a veces por estos
lados, para darte pistas que te ayuden a encontrar el tesoro. Pero no te
distraigas, y responde mi pregunta...
–¿Qué tesoro?–murmuró...y la voz desapareció.
Efectivamente todas tenían anteojeras, pero ese era una rasgo
típico de las orugas. ¿qué tenía de especial? Cansada y sin encontrar respuestas,
se quedó dormida. Entre dormida y despierta encontró, una respuesta: “la
verdad”. ¿Será ese el tesoro?, pensó y sintió otra palmada que le hizo abrir
los ojos.
Despertó ahogada e intentó desesperadamente sacarse la ropa
púrpura que le quedaba chica. Ese día, el mundo tenía un nuevo vibrante color. Su
nueva piel resultó llamativa. ¡Durante su tercer
día vestiría de rojo!
Corrió intentando alcanzar a sus hermanas que se habían
adelantado. Pero estaban lejos y con su piel escarlata, no pasaría desapercibida.
Sería una aventura peligrosa. Una oruga beige parecía necesitar ayuda, pero
detenerse y ayudarla solo la retrasaría más. Siguió su camino sin disminuir el
paso, y fue entonces cuando un gigantesco pájaro alado se le acercó, dispuesta
a engullirla. Aterrada y sin saber como defenderse, pidió ayuda, cantando. El
malvado zorzal, giró su cabeza para escuchar mejor... y entonces vio a dos
orugas púrpura que presurosas se acercaron a ayudar. Con un tremendo picotazo,
atrapó a una de ellas y se la llevó volando. Una escapada milagrosa, pensó
nuestra oruga y se fijó en las anteojeras de la sobreviviente. Eso explicaba
porqué no vieron el peligro y se acercaron a ayudarla.
Su alivio aplacó la sensación de culpabilidad y le pidió a la
oruga púrpura que la acompañara. Si el zorzal volvía, ya sabía que hacer. Tenían
que alcanzar a sus hermanas y siguieron avanzando juntas. En el camino
encontraron otra oruga roja que era seguida por varias beige. Cantaba con una voz muy potente. Usaba mucho
una nueva y posesiva nota: Mi. Era
grande y no tenía buenas intenciones. Interrumpiendo al camino, sólo la dejó
pasar a cambio de su pequeña compañera.
Se alejó asustada, dejando atrás la amenaza y a su ex-auxiliadora.
Solo entonces comprendió que para llegar a reunirse con las orugas, tendría que
reclutar seguidoras. La unión hace la fuerza. Convenciéndolas con sus cantos y
promesas, juntó un grupo numeroso de orugas púrpuras y beige para finalmente
lograr reunirse con la tribu completa. Habían varias tribus reunidas,
compuestas de algunas rojas, varias púrpuras y muchas beige. Juntas avanzaban
comiendo todo lo que encontraban hacia el paraíso prometido. Se habían
convertido en una poderosa fuerza que arrasaba con la vegetación. Le gustó el
mundo del Do-Re-Mi, donde sobrevivían sólo los más fuertes. Y las rojas, podían
dirigir a las púrpuras y las beige. Juntas las orugas eran poderosas.
Su tercer día terminó abruptamente. La adrenalina aceleraba el
tiempo. Esta vez descansó acurrucada entre las otras orugas.
En su introspección, no tardó en aparecer su grillo interior y
esta vez, si lucía molesto.
–Pensé que tenías potencial, pero vamos, me has decepcionado.
Veamos el tema de las anteojeras– gruñó y sin esperar le endilgó un discurso
que la dejó anonadada– Las orugas tienen anteojeras que les reducen el campo de
visión. No sólo las anteojeras
culturales que tienen todas las orugas púrpuras. Es bastante obvio que las
orugas ven sólo lo que su propia cultura les permite ver. Es cierto que te
diste cuenta que sus mitos, creencias y valores determinan lo que pueden ver. Pero
no te fijaste bien. Esas anteojeras no son exactamente iguales. Son parecidas,
porque comparten muchos valores y creencias. Pero cada familia usa anteojeras
diferentes porque en cada casa la cultura adquiere matices propios. Cada oruga
ve lo que su cultura le permite. No ven lo que ven-si no calza con el paradigma
dominante de las orugas- y lo peor es que tampoco ven que no ven (no perciben
sus anteojeras). Pero estas anteojeras culturales no son tan peligrosas. Mal
que mal, están diseñadas por generaciones de orugas en busca de adaptarse al
medio en que viven. Las peligrosas, son las que no viste: las anteojeras personales, las que usan los egoístas.
Y antes de que pudiera reaccionar, continuó:
–Nada de comentarios–insistió–Además de las anteojeras culturales,
llevas unas personales, que tiñen todo lo que aprendes del color de tus deseos
e intereses. Esas anteojeras limitan tu visión lateral y sólo te permiten ver
lo que quieres ver. Y si andas por el mundo viendo exclusivamente aquello que
refuerza tus creencias, entonces te conviertes en un ser rígido y egoísta. Y
dejas de crecer. Lo peor que le puede pasar a una oruga curiosa. Ya tienes la
respuesta que tu intuición buscaba. Y para que recuerdes esta lección, te daré
una nota que te saque del Mi...y luego, una vibración extraña sonó: Faaaaaa....
Las notas sonaban distinto en su interior. Eso le pareció
interesante. El eco quedó reverberando en su interior. Cuatro vibraciones que
sonaban muy distinto. Y cada una evocaba un mundo diferente. Recién entonces comprendió
que el conocimiento que había masticado durante el día tenía un sabor demasiado
familiar. Que sus acciones habían sido egoístas. Indiferentes a los demás. Se
dio cuenta que tenía puestas unas anteojeras anti-sociales. Todo lo que había
aprendido ese día resultó ser una ilusión en un espejo. Esas anteojeras
personales, la podían convertir en un ser despreciable. Sin siquiera darse
cuenta.
Esa noche, pensó que todo el conocimiento que consumía, estaba
filtrado por los anteojos de los impulsos y sesgado por sus propias anteojeras
y las de su cultura. Su aprendizaje tenía filtros y sesgos. ¿qué hacer?
Recordó que le hablaron de un lugar donde las orugas
experimentadas compartían sus aprendizajes, contestaban las preguntas de las
jóvenes y si te portabas realmente bien, te enseñaban a volar. Supo qué hacer
al día siguiente: ir al colegio. Allí
lograría satisfacer su curiosidad.
Soñó que buscaba un tesoro, cavando un hoyo con una pala. Excavaba
y excavaba, y el hoyo se iba profundizando. Su sombra iba creciendo y de
pronto, adquirió vida propia y comenzó a hacerle señas.
–¿Porqué no me reconoces? – le preguntó esa sombra independiente– Estuve
contigo todo el día, cuando no quisiste ayudar, cuando tuviste miedo y te
alegraste de la muerte de otra oruga, cuando manipulaste a las débiles de
carácter y cuando pecaste de gula – hizo una pausa, sonrió socarronamente y
agregó– Soy tu sombra interior, lo
que escondes de tu conciencia. Soy egoísta, miedosa, manipuladora y ambiciosa
por aprender, sin medir consecuencias. Aunque no lo quieras, te acompañaré por
siempre para recordarte silenciosamente que en tu sombra guardas tus peores
características.
Despertó transpirando copiosamente y comprendió que sus anteojeras
personales no le dejaban ver su sombra. No era ni tan especial, ni tan bella ni
tan buena como creía.
Se levantó temprano, después de renunciar a su vieja piel roja y
luciendo un bello uniforme azul, llegó despavorida al colegio, con la esperanza
de poder sacarse los filtros y las
anteojeras. El azul le dio más profundidad a su mundo; con 4 diferentes
colores, todo se hacía mucho más nítido. Su cuarto día le regalaría muchas lecciones.
Todo estaba muy ordenado. Existían reglamentos y procedimientos.
Nada quedaba al azar. Habían autoridades ubicadas en una estructura jerárquica.
Unas púrpuras que recordaban los mitos, muchas rojas que exigían respeto y los
hacían competir, otras azules que mantenían la disciplina y algunas de colores
extraños, que no reconocía. El que obedecía las reglas recibía un premio. El
resto era castigado. La principal ofensa era ser creativo. La mayor parte del
día la pasó escuchando profesores (disfrazados de azul), que tenían visiones
diferentes acerca de cómo funcionaba el mundo y hablaban idiomas distintos. Tampoco
respondían preguntas acerca de las otras perspectivas. Actuaban como si entre
ellos no se conocieran. Sin el recreo, construyó amistades, aprendió a jugar, a
compartir con iguales y a encontrar formas de doblar las reglas, la experiencia
escolar hubiese sido un fiasco.
Allí, en la escuela, para
su sorpresa, le pusieron otras anteojeras: las anteojeras de la obediencia. Todo resultó ser una gran competencia
por descubrir a la oruga azul más sumisa y obediente. Algunas que habían sido
intrépidas rojas, fueron domadas y controladas. Aquellas que traían la
curiosidad desde la cuna, eran tratadas por fuerzas especiales. La curiosidad,
si bien aceptada de buena gana inicialmente, no era bien vista cuando no se
aplacaba con la respuesta del profesor. Les enseñaron a aceptar respuestas sin
pensar. Afianzaron sus anteojos oscuros y ajustaron sus anteojeras. El sistema
suponía que la generación antecesora sabía donde estaba el conocimiento. Pero
cuando se les recordaba que las respuestas que esa generación dio, no eran
satisfactorias, entonces el debate se interrumpía. Fue obligación aceptar las
viejas conclusiones y así, la verdadera curiosidad quedó irremediablemente limitada.
El mundo necesitaba estabilidad y el colegio imponía las respuestas...aunque las
daba en idiomas distintos y esto generaba una enorme confusión.
Regresó del colegio decepcionada, con los anteojos oscuros y sus
tres anteojeras recién ajustadas.
Esa noche tuvo una terrible pesadilla. Soñó que una locomotora
avanzaba peligrosamente hacia un precipicio. Se abría camino sonando un pito
con otra nota muy especial: SSSSoooollll....
ella, era un vagón de ese tren, condenada a seguir el camino pre-establecido
por los rieles, sin derecho a descansar o protestar. Su propio destino estaba
irremediablemente atado al futuro del tren. Lo único que ella veía era la
espalda de otro vagón y la rutina de los durmientes. Y los maquinistas
impertérritos, solamente permanecían preocupados de avanzar más rápido.
Despertó angustiada y decidió dejar el colegio para ir a la universidad. Allí pensó,
lograría sacarse las anteojeras.
Aun era temprano y la somnolencia le hizo recordar el tesoro. Si
el sentido de su vida era encontrar un tesoro, tendría que seguir excavando. Con
la ayuda de su imaginación, retomó la pala y siguió cavando. A punto de darse
por vencido, golpeó algo metálico. ¿El tesoro? Recogió una extraña moneda:
cuando la miraba, estaba quieta; cuando no la miraba, giraba sobre si misma. Un
comportamiento al menos, peculiar.
–Soy “la otra cara de la
moneda”– le espetó – Cuando tu tomas una postura, yo tomo la otra. Porque
todas las cosas son como monedas, tienen dos caras...
Extraña divagación, pero ya había amanecido y debía levantarse.
Se despojó del uniforme azul, que ya no le cabía (y reconoció que
al ponérselo debió sospechar del proceso escolar) y sin embargo, modelando su
reluciente piel naranja, se encaminó entusiasmada y dispuesta a aprovechar su quinto día en las aulas universitarias.
En la universidad, aprendió cosas verdaderamente asombrosas, que
por una parte, corroboraron sus aprendizajes previos y por otra, le dieron un
nuevo sentido a su proceso de desarrollo: las orugas tienen 6 pares de ojos: En
el primer par de ojos, usan los anteojos oscuros para sobrevivir; en el segundo
par de ojos, usan las anteojeras culturales para convivir; en el tercer par, usan
anteojeras personales para encontrar su propio camino; No conviene sacarse los
anteojos oscuros ni es posible eliminar las anteojeras culturales o personales.
Pero en el cuarto par de ojos, algunas usan las anteojeras de la obediencia,
que a diferencia de las anteriores, si pueden sacarse. Un aspecto fundamental
para las orugas curiosas. En los otros 2 pares de ojos, las orugas no usan
anteojeras. Lamentablemente, en esos ojos, las orugas son cortas de vista.
Por eso, en el quinto par de ojos, la universidad le puso unos
lentes que le permitieron ver sin sesgos ni filtros: ¡los anteojos de la objetividad! El método científico que aprendió
era lo que tanto estaba buscando. Finalmente la dichosa oruga podía ver objetivamente
lo que antes veía manchadas de subjetividad. Su mundo se amplió y sintió que
hasta entonces, había vivido dormida. Tenía nuevas herramientas. La ciencia y
la tecnología, le permitirían desarrollar su pleno potencial. Entendería como se comportaba el mecanismo del
universo. Finalmente tenía las herramientas que le permitirían aprender
cualquier cosa, en cualquier momento para su propio beneficio.
Decidida a comprender las ciencias de la vida, mientras almorzaba
leyendo, se encontró con lo que le pareció “la mejor idea jamás pensada”, la evolución. Todo estaba en movimiento.
¡Avanzamos! Estamos inmersos en un proceso de cambio y desarrollo que progresa
en el tiempo. ¡Estamos yendo a algún lado! O mejor expresado, nos estamos
convirtiendo en algo distinto...
Sus anteojeras temblaron y sus certezas se redujeron. Necesitaba
tiempo para reflexionar y digerir este enorme descubrimiento. Pero le hizo
sentido la progresión de los colores y las notas. Cada uno(a) aportaba algo
distinto pudiendo convivir con los
anteriores. También reconoció que el mundo se hacía más complejo. Por un lado
anhelaba la simplicidad del pasado. Por otro lado, quería satisfacer su
inagotable curiosidad.
Esa tarde se dio cuenta que sus lentes se gastaban y adquirían un
extraño color mate, que se acentuaba con el tiempo. Comprendió que la verdadera
objetividad era una ilusión y que los lentes estaban irremediablemente teñidos
por las sombras de sus anteojeras. ¡Necesitaba mantener limpios sus lentes
universitarios! Sin cuidados permanentes, la objetividad se contaminaba.
Al caer el sol, estaba leyendo en su lugar preferido, la
biblioteca, rodeada de libros, cuando recibió una desagradable sorpresa. Mientras
hojeaba con lujuriosa gula el libro de botánica donde aparecían los árboles y
plantas más exóticos y deliciosos, descubrió el árbol donde nacen la orugas
curiosas. ¡Su árbol de origen! Se trataba del árbol del conocimiento y quien
comiese de sus hojas estaría irremediablemente condenado a morir en 7 días.
Perpleja pero estoica, se preguntó de qué le servirían ahora los anteojos de la
ciencia...
Ese quinto día aunque se hartó de conocimientos, intentando en vano
encontrar un antídoto, fue infeliz. Estaba muy lejos de la tierra prometida
para llegar en 2 días. Especialmente a ritmo de oruga. Afuera, comenzó una
lluvia interminable...
Aquí termina el cuento
para la mayoría... aquellos que son pesimistas pueden dejarlo hasta aquí. La
vida a veces es así. Muchas veces parece injusta. Pudo haber terminado antes,
ciertamente. A veces es efímera.
Esta historia es real. Para
los incrédulos, tengo un testigo presencial. Sin evidencias sólidas, no me
atrevería a contar esta historia porque aunque esconde secretos profundos,
podría catalogarse de mito o ficción. Pero la misma historia fue escrita por un
viejo búho, sabia ave rapaz que se deleitaba comiendo orugas. Menciono esto
ahora, porque el búho comenzará a participar en la historia. Y aunque es un
personaje secundario, su participación es decisiva. Si toman en cuenta que la
oruga contó su vida en primera persona y por tanto habló de lo que sentía y
pensaba; y que el búho la contó objetivamente desde la perspectiva de un
tercero, relatando lo que ocurría, encontrarán que las versiones son
estrictamente coincidentes. Y por si no lo sabían...las coincidencias no
existen.
Para los curiosos seguiré
el relato tal como lo cuentan las orugas del presente...
No podía dormir. Lloró desconsoladamente pero aunque los truenos acallaban
sus sollozos, la aparatosa lluvia auguraba que esa sería una terrible noche
oscura. El sonido de los truenos era un depresivo La, nota que supuso un empate entre el Do-Re-Mi exterior y el
Fa-Sol-La interior. Las fuerzas de la naturaleza se enfrentaban en una batalla
portentosa. El río comenzó a crecer...
La madurez de 5 días, le dieron a la oruga curiosa, el temple para
enfrentar sus miedos. Con esa lluvia, solo le quedaba enfrentarse a sus
demonios interiores: Buscó en vano a su intuición, desafió a su sombra y llamó
a la moneda. Nadie respondió. Solo encontró la pala y la fosa. Frustrada y
airada, comenzó a excavar frenéticamente. Un poco más y ya no podría salir. No
le importó. Entonces, se topó con algo. Protegido por un paño, apareció un
gigantesco libro rojo.
–
¡Es nuestra casa! –Su
intuición le gritó desde arriba.
–
¡No lo abras!– sugirió la
sombra.
–
¡Escaparán todas las sombras!
– advirtió la moneda...
Su curiosidad pudo más. Abrió la tapa y descubrió que el libro
estaba lleno de imágenes y símbolos extraños. Contenía la historia incontada de
todas las orugas. Todo lo que habían vivido y aprendido estaba allí. Allí
moraban todas las sombras y las monedas y las intuiciones. Era un registro de
los conocimientos adquiridos por todas las generaciones. ¡Era el tesoro!
Sin importarle la lluvia exterior o el cansancio, estudió el texto
hasta descubrir otra idea magnífica: todas las orugas estaban conectadas a través
de la sabiduría acumulada en ese libro escondido en su interior, el inconsciente colectivo.
Se acababa la noche y seguía precipitando. Siguió buscando
desesperadamente, hasta que encontró la historia de la inmortalidad. ¡Era
cierto! Pero, siempre había un pero, solo era posible para quienes tuviesen
puestos unos anteojos reservados para los más sabios. Los anteojos que usaban
los búhos. “Pocos tienen curiosidad suficiente para ponerse estos lentes”, le
confidenció el libro. Son, ¡los anteojos
de las conexiones! Con ellos, usted podrá ver como las cosas están
relacionadas y las consecuencias de sus actos.
Le quedaba su sexto par de ojos y sus últimos días de vida.
Decidió intentarlo. El búho era malvado y sagaz, comía orugas y esperaba que
estuviesen crecidas para engullirlas a la luz de la luna. El peor de los
demonios alados. Vivía cerca escondido en el follaje de los pinos.
Vestida de verde, salió dispuesta a todo. Nada la hubiese
preparado para lo que vio. Abajo, la crecida del río se había transformado en
una espantosa inundación. No quedaban rastros de vida. El valle se había
transformado en lago. Únicamente asomaban algunas copas de árboles. Cerca, pero
inalcanzable, en la copa de un pino vecino, se divisaba la silueta de un
monstruoso búho.
Ya no tenía tanta energía. Tampoco sabía nadar. Se deprimió y sin
embargo, recordó que tendría que enfrentarse a sus miedos. Comenzó a saltar y
hacerle señas al búho. Le gritó, le cantó y le bailó, hasta que... el búho
emprendió el vuelo. Su corazón latía aceleradamente. El ave de rapiña voló a su
alrededor y le sonrió. Tal vez no era tan malvada pensó. Se acercó ágilmente y
sus potentes garras la tomaron cuidadosamente. Volaron muy lejos. La desolación
provocada por el agua seguía por doquier. Llegaron a descansar a la copa de un
árbol majestuoso donde el búho se posó. Allí tenía un nido. Parecía
sorprendido. Su cabeza giraba en 360 grados, sin saber qué hacer. Sus lentes
asomaban entre sus plumas. La oruga aprovechó un momento de descuido y se los
robó.
– ¡Espérame sin moverte! – Le ordenó el búho – Debo ver hasta
donde llegó el diluvio. Hoy cenaremos juntos a la luz de la luna – agregó,
socarronamente y emprendió el vuelo.
Al ponerse esos lentes, la oruga se estremeció. ¡Todo estaba
conectado! Y se dio cuenta que el universo era mucho más complejo de lo que
jamás había imaginado. ¡Ahora comprendía! El comportamiento inescrupuloso de
las orugas, comiéndose la vegetación tenía consecuencias. Catastróficas, en
este caso. Comprendió que la ausencia de hojas, hizo que las hormigas emigraran
y detrás de ellas, los castores. Los diques, quedaron abandonados y las lluvias
terminaron de romperlos. La naturaleza buscando su propio equilibrio, reaccionó
con una inundación.
El búho estaba buscando a los suyos, pero regresaría para
alimentarse. ¡La cena era ella! No había nada más para comer. Horrorizada,
decidió esconderse. En las ramas solo quedaban algunas hojas y el nido protegía
un solitario huevo. ¡Seguro que volvería!
Desesperada, recordó que antes de morir, las orugas tejían un saco
donde dormían eternamente. Prefería encerrarse prematuramente en su sepulcro a leer su libro rojo antes que
servirle de cena al búho. Igual, el tiempo se le acababa. Tejió y tejió
afanosamente y estaba terminando cuando vio que el búho se aproximaba. Se
zambulló adentro de su capullo y alcanzó a dar las últimas puntadas desde el
interior. Sintió el aleteo del búho y sus rezongos al descubrir que su cena
había escapado. Ya el sol se había puesto y el búho lloraba de impotencia con
un lastimoso Siiiiii. Ese día no
había dormido...y su desayuno había escapado.
La escala musical estaba completa. Con los anteojos de las
relaciones aún puestos, repasó las notas y comprendió que todo era un ciclo que
se repetiría armónicamente en un nivel de vibración superior. La naturaleza y
la música estaban entrañablemente conectados. El crecimiento es una
característica esencial de la vida. El equilibrio del organismo con el medio es
efímero. Pero es una responsabilidad compartida. Somos parte de la trama de la
vida y tenemos nuestro rol.
Volvió su atención sobre el libro rojo y comprendió que había
cierto desequilibrio entre el desarrollo de las ciencias de la naturaleza y el
desarrollo de la ciencias del espíritu. Para darle sostenibilidad a la cultura
y tradiciones de las orugas, las sobrevivientes tendrían que empezar a
conocerse por dentro. Lloró amargamente sabiendo que su mensaje no podía ser
transmitido. Estaba encerrada y a punto de morir.
Comenzaba su séptimo día
y decidió descansar, esperando lo inevitable. Ese día dejaría que su cuerpo
descansara, que su mente rezara para que su espíritu la alcanzara antes de
morir. No salió, pero la luz del sol que penetraba a través del capullo era filtrada
de modo que su ambiente era intensamente amarillo.
El día debía ser esplendoroso.
Sintió vergüenza. Había pecado de soberbia. Vivió toda su vida, convencida
de que tenía las respuestas. Repasó las diferentes etapas de su desarrollo. Los
errores que cometió, se debieron a la visión que entonces tenía del mundo. Si
volviera a vivir, los volvería a cometer porque veía sesgadamente. Todo resultó
una falsa ilusión. Cuando encontró los anteojos adecuados, ya se había
equivocado y no podía volver el tiempo atrás. Y entonces, deseó haber sido ser
más humilde, más consciente y más considerada. Y reservó su últimas horas para
la contemplación.
Sintió una gran paz interior, comprendió que sus errores eran
inevitables. Entonces, decidió agradecer el milagro de la vida y estar en
silencio.
Luego de varias horas de meditación, se acercaron: su conciencia,
su intuición, su sombra y su moneda.
–¿Vienen a despedirse o a disculparse?–preguntó irónicamente.
–Venimos a pedirte que leas el último capítulo del libro rojo, antes
de irte al cielo– respondieron en coro, sonriendo y casi satisfechas – Estás
transformándote.
La oruga tomó el libro y leyó.
“La trascendencia solo se logra cuando la oruga integra todas las
perspectivas mirando por sus 6 pares de ojos al mismo tiempo”.
Volvió a leer. ¿Sería posible que se trate de la inmortalidad que
tanto buscó? Primero intentó con 2 pares de ojos. No resultaba fácil porque una
perspectiva intentaba siempre imponerse. Luego de un poco de práctica, se
sintió confiada y agregó el tercer par de ojos. Veía con sus anteojos oscuros,
sus anteojeras personales y las culturales. Luego, escalonadamente agregó los
anteojos de la obediencia, de la objetividad y las relaciones. Ahora todo se
veía más claro. Los colores eran intensos, la música emocionante, los recuerdos
reconfortantes y ahora, re-examinando su propia vida, su extraordinaria
aventura tenía sentido. Una sensación de pertenencia y conexión con el cosmos
la invadió. Y cantó...
Una silueta se acercó y atravesó el capullo.
–Soy tu espíritu– declaró – Vengo a buscarte. Te invito a un viaje
incierto. A crear un mundo que evoluciona dentro de otro mundo que también evoluciona
hacia un futuro enmarañado de posibilidades recíprocas. A co-crear un jardín de
flores en el paraíso de las mariposas, un mundo de color turquesa– y terminó diciendo – Cierra los ojos y prepárate...
Los diferentes puntos de vista fueron cerrándose y la oruga se
entregó a la incertidumbre de aceptar la invitación. Tal vez su sueño original se
haría realidad, al fin y al cabo. ¿Quién sabe?
Así termina la historia y
la vida de la oruga curiosa.
Veamos ahora como cuenta la misma historia, el búho:
Un día, nació una oruga. Salió del huevo, mirando hacia todos
lados y con bastante dificultad. Era una oruga curiosa, quería conocer el
mundo, sin siquiera haber salido de su huevo.
Comió muchas de las hojas del manzano, lo que le daría un sabor
especial. Y continuó comiendo las hojas del Canelo. En pocos días, se
convertiría en un delicioso manjar. Tendría que cuidarla para que sobreviviera.
Era demasiado inocente aún. En su primer día, no vio al gorrión
que la contemplaba indeciso (y que yo debí espantar), ni a la ardilla que saltó
sobre su diminuto cuerpo. Ni percibió los mensajes del sol, el viento o la
lluvia... Sus sentidos estaban inmaduros y fue un milagro que sobreviviese en
esas condiciones. Intentó conversar con un grillo, pero aun no aprendía a
conversar y menos con otras especies. Durmió sola y era sonámbula.
Al día siguiente, se encontró con otras orugas, que le enseñaron a
conversar. En el grupo estaba más protegida, pero era difícil distinguirla.
Debió distraerla para que se separara del grupo. Se quedó dormida hablando
sola.
El tercer día fue peligroso. Un zorzal quiso comérsela y de no
haber sido por mi grito de advertencia, lo habría conseguido. ¡Yo la vi
primero! Cualquier distracción y la comida se perdía. Preferí que se uniera al
grupo. En la noche era más fácil vigilarla.
El otro día fue más sencillo. Se puso en la fila y marchó
ordenadamente con el resto de las orugas. Durmió a saltos. El quinto día
encontró una lupa y se distrajo con todo lo que encontraba. Ese anochecer
comenzó la lluvia que provocó la gran inundación. Llovió tan torrencialmente
que la perdí de vista. Durante esa noche tan oscura, el agua amenazó a la vida.
Al día siguiente, no quise esperar más. La llevé al árbol de la vida y la
deposité cerca del nido. No tenía donde ir, porque había agua por todos lados,
pensé.
Volé hacia las cuatro direcciones para ver hasta donde llegaba la
inundación. Solo vi agua y muerte infinita. Sobrecogido regresé al nido para
conversar con alguien. Mi cena se había convertido en la única posible
conversación. Tendría que contarle la verdad. Llegué cansada y verdaderamente arrepentida
de haberla mirado solo como un alimento. Pero la oruga ya no estaba. Un saco
verdoso flameaba en el tronco, a media asta, como señalando la rendición de la
vida. La soledad me embargó y me puse a llorar. Estaba sola...la vida se
extinguiría.
Busqué el cuerpo de la oruga por todos lados, infructuosamente
durante toda la noche. Al amanecer fui a descansar al árbol de la vida y aunque
ustedes no me crean, juro que escuché a la oruga cantando. Me sentí dichosa
porque estaba viva. Y comprendí que ambas estábamos conectadas. Los búhos, las
orugas y la vida aun tenía esperanzas.
Las orugas aprenden a volar, concluí. ¿De qué otra forma había
desaparecido?
Así termina la versión
del búho, evidencia irrefutable de la historia de la oruga curiosa. Si la leen
con atención, verán que sólo son 2 perspectivas diferentes para los mismos
sucesos.
Existe otras versiones que
cuentan los hombres, pero está bastante distorsionada porque ellos tienen tendencia
a figurar y a exagerar un poco las cosas. Tienen varias interpretaciones, pero
en la mayoría de ellas, se convirtieron en personajes principales y transformaron
a la oruga en una diabólica serpiente. En todo caso, todas estas historias
tienen el mérito de respetar e incluso reverenciar la vida y entenderla como una
aventura de aprendizaje que, vivida con integridad, debe conducirnos
gradualmente hacia la trascendencia. Un mensaje maravilloso, independiente de
donde venga ¿no les parece?
Maravilloso e iluminador relato
ResponderEliminarGracias Gabriel. Como sabes, la Dinámica Espiral es válida para individuos y grupos. Para orugas y personas. Y es una herramienta poderosa para "coachear" desde un nivel de conciencia superior.
ResponderEliminarQue anteojeras fueron las que usó el escritor, … habrán algunas no descubiertas aún?
ResponderEliminar