Disculpa por escribirte tan tarde. Es cierto que debí hacerlo
antes. Pero no sabía por donde empezar.
Fuiste mi primera ilusión y te quise con toda el alma. Era un
cariño interesado, lo confieso, pero era enorme. También fuiste mi primera gran
desilusión. Descubrir que no existías causó una herida que aun no se cierra.
Comprender, más tarde, que vivías en el corazón humano fue un hallazgo que me
confundió. Creí que te gustaba el frío del Polo Norte, pero curiosamente habitas
en la parte más cálida del planeta…el corazón de las personas hermosas.
Te escribo para darte las gracias. Tus regalos han sido hermosos.
Cada vez más apropiados. Ahora creo tener la madurez suficiente para saber que
cada regalo que me hacías era para aprender una lección. Ahora comprendo que los
juguetes y las personas que cruzaste en mi vida fueron regalos que debí cuidar
mejor. Cada nueva amistad, cada nueva relación, cada nueva melodía, cada nueva
oportunidad venía envuelta en un paquete rojo. Debí sospechar antes. Pero
estaba tan absorto en lo que ocurría en mi cabeza, que entonces no comprendí.
Tus regalos siempre me confundieron. Al principio. Sobre todo, los
profesores que pusiste en mis clases y también algunos fuera del aula. Gente de
buen corazón dispuesta a ayudarme. Cada uno en su estilo dejó un aprendizaje
que me hizo crecer. Reconozco que influyeron positivamente en mi vida. Y mucho…
Y por eso quiero darte las gracias. Fueron un regalo que nunca agradecí.
A pesar de los años… en esta época, me siento un niño de nuevo. Recuerdo
con nostalgia en esa niñez donde aprendí a relacionarme y a compartir. Una
etapa muy hermosa donde aprendí a ser feliz. Especialmente cerca de Navidad,
cuando el corazón de las personas vibra con energía positiva.
Gracias, querido Santa, desde mi corazón. Gracias por ser un
sueño. Uno que parece imposible, pero que se hace realidad con cariño. Gracias
por recordarnos que en la sociedad que hemos construido falta mucho amor. Mil
gracias.
Te quiero mucho y deseo que en esta Navidad, disfrutes tú. Te lo
mereces.
Mi deseo es que me escribas una carta a mí. Donde reveles tus
deseos y yo veré si puedo cumplírtelos. Ojalá pueda. No sé si podré – a estas
alturas sé lo que cuestan las cosas – pero prometo que lo intentaré. Estoy
seguro que muchos querrán unirse a esta tarea y tal vez juntos podamos darte lo
que anhelas…
Quisiera que Santa disfrute una Navidad sin tener que preocuparse
de que los niños disfruten la suya. Créeme que me he quebrado la cabeza,
tratando de encontrar un regalo apropiado para acompañar esta carta. Un regalo
que te haga feliz.
Sospecho que una carta de agradecimiento a alguno de esos profesores
que me protegieron cuando temblaba de miedo, o que me abrazaron cuando
necesitaba afecto, o que me empujaron cuando dudaba de mi mismo, o que me
animaron cuando necesitaba esforzarme más; sería suficiente para ti.
Escribiré muchas de esas cartas, porque…
¡Quisiera
que en esta Navidad, tú seas feliz!
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