Mientras
los cambios en la sociedad fueron lentos, un modelo educativo basado en
perpetuar la cultura y los paradigmas de la generación anterior, era plausible.
La desconexión con el futuro tiene un origen bastante antiguo.
En
la sociedad agrícola del pasado, los cambios eran muy lentos. Prepararse para
el futuro implicaba aprender el oficio de los padres o del maestro artesano y
perfeccionarse en la práctica de la actividad. La movilidad social era
prácticamente inexistente. La alfabetización estaba reservada para una elite
que se incorporaría a instituciones políticas o religiosas. La verdadera
educación era privilegio algunos eruditos que transmitían conocimientos a sus
discípulos en base a métodos propios.
La
invención y el posterior desarrollo del negocio de la imprenta, promovió la
alfabetización y la cultura, aunque curiosamente, también fue el germen de la
era industrial. El Renacimiento fomentó una formación integral del ser humano,
buscando desarrollar en plenitud a cada individuo. El Humanismo, como sistema
de aprendizaje, prevaleció durante siglos y generó un crecimiento artístico y cultural
sin precedentes.
A
fines del siglo 18 y principios del siglo 19, en plena revolución industrial,
el ritmo del cambio era sustancialmente mayor. La alfabetización era una
necesidad para el progreso. La clase trabajadora debía entender instrucciones y
obedecer. La creciente clase media, debía prepararse para controlar la
producción. La educación debía modernizarse y masificarse.
Los
colegios, se transformaron en verdaderas industrias donde los estudiantes eran
considerados materia prima que debía prepararse para convertirse en engranajes
eficientes en el proceso productivo de las industrias. La división del trabajo,
la estandarización de los procesos y el control de calidad dieron forma al
modelo educacional industrializado que aun perdura en la educación pública. La
sociedad necesitaba obreros y el colegio los produjo.
Aquí,
en el diseño de la escuela, comenzó la fragmentación de la educación y también se
genera una de las grandes cuñas de separación social, que daría origen a las poderosas
revoluciones sociales que vimos en el siglo 20.
La
escuela comenzó a preparar empleados, subordinados a la autoridad, sin
autonomía ni poder de decisión alguno. El mundo estaba jerarquizado y
claramente dividido. La movilidad social estaba severamente limitada y los
privilegios del capital y la cuna eran evidentes. El mundo operaba con un
paradigma industrial: Hay que dividir las tareas y maximizar la producción. Y
mientras el mundo se industrializaba la educación se deshumanizaba.
Durante
la primera mitad del siglo 20, la sociedad estaba tan tensionada que se
generaron las grandes guerras. Se acentuó la necesidad de contar con jóvenes
obedientes, que respetaran la autoridad y que asumieran su rol, dando con
gusto, la vida por la causa. La sociedad necesitaba soldados y el colegio los
produjo.
El
carácter machista de la sociedad también era evidente en el colegio. La
competencia, el deporte y el castigo físico, mejoraron el producto: jóvenes
físicamente aptos, obedientes y responsables. El mundo se partió en pedazos, se
dividió en bandos, con límites geográficos, políticos y étnicos.
No
había espacio para rebeldes. Aprenderían a seguir instrucciones. Había que
corregirlos y a palos si fuese necesario. La innovación, la creatividad, la
autonomía eran señales de un producto de mala calidad. El pensamiento
independiente fue expulsado de la escuela.
Las
grandes guerras motivaron avances tecnológicos sin precedentes. Después de las
guerras, la ciencia y tecnología produjeron considerables progresos materiales
y el ritmo del cambio creció vertiginosamente. La educación superior se hizo
más necesaria y la elite intelectual se especializaba en disciplinas cada vez
más desconectadas. La Ciencia afianzó su reinado y el método científico alegó
superioridad incuestionable. Fue entonces donde consensuamos que para analizar
un problema debíamos aislarlo para analizarlo por partes. El pensamiento
confinado (la caja).
El
mundo seguía dividido. La sociedad quedó con cicatrices que no serían sencillas
de borrar. Algunas sociedades decidieron priorizar la igualdad, la equidad y la
vida en comunidad. Pero sin incentivos diferenciadores, el progreso material se
debilitó. En términos poco académicos, la torta no crecía. Otras sociedades
decidieron priorizar la libertad, la independencia y la autonomía. En ellas, el
progreso era evidente, pero el Dios Mercado mostró sus defectos: la inequidad
crecía y los excesos del poder y de grupos privilegiados, terminaron por
convencernos de que la torta no se repartía equitativamente. Los movimientos
sociales de la 2da mitad del siglo 20, mostraron un descontento
generalizado.
A
fines del siglo pasado comenzó la era de la información. Los medios de
comunicación masivos dejaron de controlar la información y perdieron poder. Se
democratizó el conocimiento y el profesor perdió autoridad y estatus. La
educación superior se masificó generando un espejismo de movilidad social. Las
instituciones educacionales, políticas y religiosas se desprestigiaron. La
sociedad se desilusionó.
Recientemente,
las redes sociales han recogido esta desilusión atomizada, han sumado muchas frustraciones
y concentrado el descontento multitudinario. Han permitido el contacto entre
los individuos para que juntos puedan organizarse y manifestarse. Y así, han
logrado revelar los problemas, exponer las injusticias e incluso,
desestabilizar el sistema.
En
esta era de la información, los avances en comunicación y tecnología han sido
fascinantes. La Tecnología, primogénita de la Ciencia, comenzó a gobernar. Los
límites geográficos han comenzado a borrarse. Pero el proceso de globalización
ha generado una competencia feroz. Los cambios has sido vertiginosos. Los
nuevos tiempos requieren flexibilidad e innovación. Te adaptas o mueres. La
educación no se ha podido adaptar, no ha logrado evolucionar. Una vez que la
pusimos dentro de una caja, la aislamos del medio ambiente y paralizamos su
proceso evolutivo.
Los
problemas de la educación ya están en la calle.
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