Ya
a comienzos del siglo 21, resulta ilusorio pretender que el profesional recién
egresado domine a cabalidad todas las competencias requeridas en su área de
trabajo. Hoy, sencillamente no es realista pretender que la formación
profesional termine con la obtención de un título. Más bien corresponde a la
primera etapa de una expedición permanente hacia la competencia profesional.
En
especial, en el área pedagógica, la formación inicial docente debe entenderse
como el comienzo de un proceso continuo de aprendizaje, que el propio
profesional debe conducir. Ser profesor en el siglo 21 es un compromiso con la
actualización permanente del saber pedagógico.
Entonces,
durante el proceso de formación inicial, el estudiante debe desarrollar algunas
competencias básicas pero sobretodo, debe tomar consciencia de que necesita
complementar su dominio sobre estas y otras competencias, en función de su
desarrollo profesional. Debe ser capaz de planear su ruta de perfeccionamiento
y demostrar que tiene potencial para dirigir su propio progreso profesional.
Debe tener sed de perfeccionamiento y capacidad para actualizarse.
Esta
es sin dudas, una tarea que las facultades de educación han postergado. Pero
nuevamente, este problema proviene del modelo. Se pretende medir el producto al
salir de la fábrica, sin comprender que el egresado es un ser humano. Necesita
tiempo para madurar sus conocimientos y perfeccionar sus destrezas. Las pruebas
habilitantes, tipo INICIA, fuerzan a las facultades a demostrar un amplio
repertorio de competencias al egresar, que obviamente están inmaduras por la
insuficiente práctica profesional. Sería interesante estudiar los resultados de
una prueba habilitante con algunos años de ejercicio profesional.
Sospechamos
que los resultados serían francamente alentadores y que la reputación del
profesor mejoraría ostensiblemente. Nunca se logra obtener un buen vino,
cosechando la uva cuando está inmadura.
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