Si
bien todos estamos de acuerdo en la urgente necesidad de reformar la educación,
no estamos de acuerdo en “como” hacerlo. La discusión acerca del rumbo que debe
tomar la educación, está plagada de dogmas, profundas convicciones e ideologías
contradictorias. Todos tienen posiciones categóricas pero nadie tiene respuestas
que logren consenso. Es lógico que existan posturas enfrentadas, puesto que en
la escuela se construye la sociedad del futuro. Además, las políticas públicas
que han pretendido imponer posturas ideológicas, han provocado consecuencias
negativas en el sistema. En Chile, por ejemplo, la municipalización y la
imposición de directores escolares vitalicios fue contrarrestada con la
inmovilidad del profesorado garantizada por el Estatuto Docente. La educación
ha seguido un largo y ondulante camino.
Como
señaló Jake Chapman en el paper del Centro de Estudios Demos: System Failure
2002: “ las políticas publicas basadas en la reducción de problemas complejos
considerando como se comportaban sus partes en forma independiente, ya no son
adecuadas”.
Según
Cox en su artículo: Educación en el Bicentenario: dos agendas y calidad de la
política; “no hay nada más cíclico que el conflicto político entre derecho a la
educación y libertad de enseñanza”. Destaca asimismo la “asincronía entre los
tiempos de la política y los de la educación”, y continúa comentando que “se
anuncia una nueva oleada de reformas, mientras escuelas y profesorado no
terminan aun de absorber y apropiarse de la ola anterior-curricular y
pedagógica-”.
Los
cambios en educación requieren tiempo. Pero sobretodo, requieren una
estabilidad en las políticas públicas, que no se ha conseguido. Necesitamos
ponernos de acuerdo acerca del tipo de sociedad que queremos construir, del
conocimiento y las competencias que necesitarán los jóvenes en el siglo 21 y de
las demandas que tendrá la sociedad del futuro. Es en esta discusión, donde
estamos estancados.
Las
aparentes dicotomías entre calidad y equidad, entre conocimientos y
competencias, entre enseñanza y aprendizaje, entre cooperación y competición,
entre cobertura y excelencia, entre amplitud y profundidad de los contenidos, debe
aclararse al más breve plazo. Estamos en la disyuntiva de elegir una dirección.
La barrera del “o”. Derecha o izquierda, arriba o abajo. El “ó” es excluyente.
No dialoga. Y ante la falta de diálogo, sencillamente no hemos logrado acuerdo
sobre qué camino tomar. Esta es la gran causa de la inmovilidad.
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