martes, 27 de marzo de 2012
La posibilidad de una super-educación: el gran conector, la Y.
No tenemos que optar por una u otra alternativa. Ni defender una u otra postura. Este dialogo de sordos, esta discusión interna, este “tira y afloja” ideológico interminable debe superarse. Esta alternativa nos parece imposible, por ahora. Pensamos que tenemos que elegir una en desmedro de la otra. Pero no es así. La educación está estancada por ideologías, atrapada por plazos y encadenada por una calendarización rígida. Despojémonos de nuestras ideas preconcebidas y repensemos el modelo. Eliminemos las restricciones políticas y temporales y demos rienda suelta a nuestra imaginación. Sí, se puede.La restricción política se elimina incorporando el “y” a la discusión. ¿Porqué no intentamos ir en ambas direcciones? Aceptemos el pluralismo. Tu punto de vista...y el mío. ¿Acaso tenemos que conformarnos con perder parte del proceso formativo? Reemplacemos la “o” por una “y” y se resuelve el problema. Necesitamos trascender las posiciones personales, las posturas partidistas, el corto plazo. Necesitamos una “super” educación. Una educación que supere nuestras diferencias y que haga despegar la gran aventura humana.La tecnología será nuestra principal arma para enfrentar el desafío de relajar las cadenas del tiempo y permitirnos soñar con una super-educación: interconectada, accesible, personalizada y flexible.Solo así lograremos destrancar la discusión para generar una educación verdaderamente holística e integral. Solo así superaremos la barrera del “ó”. Pensamos que el antídoto del “ó” es algo tan simple como usar el gran conector, la “y”.Usaremos los nuevos anteojos y recurriremos a los principales avances en las ciencias, el gran aporte de nuestra generación al proyecto humano, para importar fórmulas novedosas desde otras disciplinas y proponer cambios estructurales. De allí sacaremos ideas creativas para conectar la educación con la vanguardia del conocimiento.
viernes, 9 de marzo de 2012
Las competencias del profesional recién egresado.
Ya
a comienzos del siglo 21, resulta ilusorio pretender que el profesional recién
egresado domine a cabalidad todas las competencias requeridas en su área de
trabajo. Hoy, sencillamente no es realista pretender que la formación
profesional termine con la obtención de un título. Más bien corresponde a la
primera etapa de una expedición permanente hacia la competencia profesional.
En
especial, en el área pedagógica, la formación inicial docente debe entenderse
como el comienzo de un proceso continuo de aprendizaje, que el propio
profesional debe conducir. Ser profesor en el siglo 21 es un compromiso con la
actualización permanente del saber pedagógico.
Entonces,
durante el proceso de formación inicial, el estudiante debe desarrollar algunas
competencias básicas pero sobretodo, debe tomar consciencia de que necesita
complementar su dominio sobre estas y otras competencias, en función de su
desarrollo profesional. Debe ser capaz de planear su ruta de perfeccionamiento
y demostrar que tiene potencial para dirigir su propio progreso profesional.
Debe tener sed de perfeccionamiento y capacidad para actualizarse.
Esta
es sin dudas, una tarea que las facultades de educación han postergado. Pero
nuevamente, este problema proviene del modelo. Se pretende medir el producto al
salir de la fábrica, sin comprender que el egresado es un ser humano. Necesita
tiempo para madurar sus conocimientos y perfeccionar sus destrezas. Las pruebas
habilitantes, tipo INICIA, fuerzan a las facultades a demostrar un amplio
repertorio de competencias al egresar, que obviamente están inmaduras por la
insuficiente práctica profesional. Sería interesante estudiar los resultados de
una prueba habilitante con algunos años de ejercicio profesional.
Sospechamos
que los resultados serían francamente alentadores y que la reputación del
profesor mejoraría ostensiblemente. Nunca se logra obtener un buen vino,
cosechando la uva cuando está inmadura.
martes, 6 de marzo de 2012
Las razones de la inmovilidad: la barrera del “ó”.
Si
bien todos estamos de acuerdo en la urgente necesidad de reformar la educación,
no estamos de acuerdo en “como” hacerlo. La discusión acerca del rumbo que debe
tomar la educación, está plagada de dogmas, profundas convicciones e ideologías
contradictorias. Todos tienen posiciones categóricas pero nadie tiene respuestas
que logren consenso. Es lógico que existan posturas enfrentadas, puesto que en
la escuela se construye la sociedad del futuro. Además, las políticas públicas
que han pretendido imponer posturas ideológicas, han provocado consecuencias
negativas en el sistema. En Chile, por ejemplo, la municipalización y la
imposición de directores escolares vitalicios fue contrarrestada con la
inmovilidad del profesorado garantizada por el Estatuto Docente. La educación
ha seguido un largo y ondulante camino.
Como
señaló Jake Chapman en el paper del Centro de Estudios Demos: System Failure
2002: “ las políticas publicas basadas en la reducción de problemas complejos
considerando como se comportaban sus partes en forma independiente, ya no son
adecuadas”.
Según
Cox en su artículo: Educación en el Bicentenario: dos agendas y calidad de la
política; “no hay nada más cíclico que el conflicto político entre derecho a la
educación y libertad de enseñanza”. Destaca asimismo la “asincronía entre los
tiempos de la política y los de la educación”, y continúa comentando que “se
anuncia una nueva oleada de reformas, mientras escuelas y profesorado no
terminan aun de absorber y apropiarse de la ola anterior-curricular y
pedagógica-”.
Los
cambios en educación requieren tiempo. Pero sobretodo, requieren una
estabilidad en las políticas públicas, que no se ha conseguido. Necesitamos
ponernos de acuerdo acerca del tipo de sociedad que queremos construir, del
conocimiento y las competencias que necesitarán los jóvenes en el siglo 21 y de
las demandas que tendrá la sociedad del futuro. Es en esta discusión, donde
estamos estancados.
Las
aparentes dicotomías entre calidad y equidad, entre conocimientos y
competencias, entre enseñanza y aprendizaje, entre cooperación y competición,
entre cobertura y excelencia, entre amplitud y profundidad de los contenidos, debe
aclararse al más breve plazo. Estamos en la disyuntiva de elegir una dirección.
La barrera del “o”. Derecha o izquierda, arriba o abajo. El “ó” es excluyente.
No dialoga. Y ante la falta de diálogo, sencillamente no hemos logrado acuerdo
sobre qué camino tomar. Esta es la gran causa de la inmovilidad.
sábado, 3 de marzo de 2012
Las razones históricas: castigada en el cajón.
Mientras
los cambios en la sociedad fueron lentos, un modelo educativo basado en
perpetuar la cultura y los paradigmas de la generación anterior, era plausible.
La desconexión con el futuro tiene un origen bastante antiguo.
En
la sociedad agrícola del pasado, los cambios eran muy lentos. Prepararse para
el futuro implicaba aprender el oficio de los padres o del maestro artesano y
perfeccionarse en la práctica de la actividad. La movilidad social era
prácticamente inexistente. La alfabetización estaba reservada para una elite
que se incorporaría a instituciones políticas o religiosas. La verdadera
educación era privilegio algunos eruditos que transmitían conocimientos a sus
discípulos en base a métodos propios.
La
invención y el posterior desarrollo del negocio de la imprenta, promovió la
alfabetización y la cultura, aunque curiosamente, también fue el germen de la
era industrial. El Renacimiento fomentó una formación integral del ser humano,
buscando desarrollar en plenitud a cada individuo. El Humanismo, como sistema
de aprendizaje, prevaleció durante siglos y generó un crecimiento artístico y cultural
sin precedentes.
A
fines del siglo 18 y principios del siglo 19, en plena revolución industrial,
el ritmo del cambio era sustancialmente mayor. La alfabetización era una
necesidad para el progreso. La clase trabajadora debía entender instrucciones y
obedecer. La creciente clase media, debía prepararse para controlar la
producción. La educación debía modernizarse y masificarse.
Los
colegios, se transformaron en verdaderas industrias donde los estudiantes eran
considerados materia prima que debía prepararse para convertirse en engranajes
eficientes en el proceso productivo de las industrias. La división del trabajo,
la estandarización de los procesos y el control de calidad dieron forma al
modelo educacional industrializado que aun perdura en la educación pública. La
sociedad necesitaba obreros y el colegio los produjo.
Aquí,
en el diseño de la escuela, comenzó la fragmentación de la educación y también se
genera una de las grandes cuñas de separación social, que daría origen a las poderosas
revoluciones sociales que vimos en el siglo 20.
La
escuela comenzó a preparar empleados, subordinados a la autoridad, sin
autonomía ni poder de decisión alguno. El mundo estaba jerarquizado y
claramente dividido. La movilidad social estaba severamente limitada y los
privilegios del capital y la cuna eran evidentes. El mundo operaba con un
paradigma industrial: Hay que dividir las tareas y maximizar la producción. Y
mientras el mundo se industrializaba la educación se deshumanizaba.
Durante
la primera mitad del siglo 20, la sociedad estaba tan tensionada que se
generaron las grandes guerras. Se acentuó la necesidad de contar con jóvenes
obedientes, que respetaran la autoridad y que asumieran su rol, dando con
gusto, la vida por la causa. La sociedad necesitaba soldados y el colegio los
produjo.
El
carácter machista de la sociedad también era evidente en el colegio. La
competencia, el deporte y el castigo físico, mejoraron el producto: jóvenes
físicamente aptos, obedientes y responsables. El mundo se partió en pedazos, se
dividió en bandos, con límites geográficos, políticos y étnicos.
No
había espacio para rebeldes. Aprenderían a seguir instrucciones. Había que
corregirlos y a palos si fuese necesario. La innovación, la creatividad, la
autonomía eran señales de un producto de mala calidad. El pensamiento
independiente fue expulsado de la escuela.
Las
grandes guerras motivaron avances tecnológicos sin precedentes. Después de las
guerras, la ciencia y tecnología produjeron considerables progresos materiales
y el ritmo del cambio creció vertiginosamente. La educación superior se hizo
más necesaria y la elite intelectual se especializaba en disciplinas cada vez
más desconectadas. La Ciencia afianzó su reinado y el método científico alegó
superioridad incuestionable. Fue entonces donde consensuamos que para analizar
un problema debíamos aislarlo para analizarlo por partes. El pensamiento
confinado (la caja).
El
mundo seguía dividido. La sociedad quedó con cicatrices que no serían sencillas
de borrar. Algunas sociedades decidieron priorizar la igualdad, la equidad y la
vida en comunidad. Pero sin incentivos diferenciadores, el progreso material se
debilitó. En términos poco académicos, la torta no crecía. Otras sociedades
decidieron priorizar la libertad, la independencia y la autonomía. En ellas, el
progreso era evidente, pero el Dios Mercado mostró sus defectos: la inequidad
crecía y los excesos del poder y de grupos privilegiados, terminaron por
convencernos de que la torta no se repartía equitativamente. Los movimientos
sociales de la 2da mitad del siglo 20, mostraron un descontento
generalizado.
A
fines del siglo pasado comenzó la era de la información. Los medios de
comunicación masivos dejaron de controlar la información y perdieron poder. Se
democratizó el conocimiento y el profesor perdió autoridad y estatus. La
educación superior se masificó generando un espejismo de movilidad social. Las
instituciones educacionales, políticas y religiosas se desprestigiaron. La
sociedad se desilusionó.
Recientemente,
las redes sociales han recogido esta desilusión atomizada, han sumado muchas frustraciones
y concentrado el descontento multitudinario. Han permitido el contacto entre
los individuos para que juntos puedan organizarse y manifestarse. Y así, han
logrado revelar los problemas, exponer las injusticias e incluso,
desestabilizar el sistema.
En
esta era de la información, los avances en comunicación y tecnología han sido
fascinantes. La Tecnología, primogénita de la Ciencia, comenzó a gobernar. Los
límites geográficos han comenzado a borrarse. Pero el proceso de globalización
ha generado una competencia feroz. Los cambios has sido vertiginosos. Los
nuevos tiempos requieren flexibilidad e innovación. Te adaptas o mueres. La
educación no se ha podido adaptar, no ha logrado evolucionar. Una vez que la
pusimos dentro de una caja, la aislamos del medio ambiente y paralizamos su
proceso evolutivo.
Los
problemas de la educación ya están en la calle.
jueves, 1 de marzo de 2012
El rol de la educación: ¿la manzana o la vacuna?
Desde
el punto de vista sistémico, la educación es un subsistema dentro de la
sociedad. Un subsistema que tiene la responsabilidad de preparar a la siguiente
generación para conducir el rumbo de nuestra sociedad. En este sentido, sociedad
y educación, están íntimamente relacionados y sus destinos inextricablemente
unidos.
Uno
de los principios del análisis sistémico es que la “salud” del sistema mayor
afecta a la “salud” de sus subsistemas y viceversa. Una sociedad sana requiere
una educación sana y viceversa.
No
es extraño entonces que ambas, sociedad y educación, estén en crisis. Las
manifestaciones estudiantiles, son síntomas de una sociedad enferma. Protestan
porque ellos son capaces de ver el problema. Quisimos preparar a los jóvenes
para un futuro promisorio y estamos fracasando miserablemente. Por una parte,
el futuro no parece auspicioso: no hemos tomado en cuenta las consecuencias de
nuestras acciones y las generaciones futuras deberán pagar el precio. Por la
otra, no los estamos preparando para vivir en el futuro: nuestro sistema
educacional ha pretendido dotar a la siguiente generación de competencias y
conocimientos para una vida exitosa pero las necesidades del futuro están
ausentes en el modelo educativo actual.
Es
un sistema educacional, desconectado del futuro, diseñado bajo los paradigmas
dominantes de la era industrial. Y por lo tanto, entrega a nuestros jóvenes una
educación miope y autocopiativa, que transmite conocimientos obsoletos; y que a
la luz de los cambios que está experimentando el mundo, es tan rígida que
restringe su propia evolución.
Estamos
usando un modelo fosilizado y fragmentado, rígido y obsoleto, que no asume su
responsabilidad por el futuro de nuestra especie ni el de nuestro ecosistema.
Es una “verdad demasiado incómoda” que el sistema educacional no se considera
responsable de los problemas que enfrentará la sociedad ni de preparar a
nuestros herederos para superarlos. ¿Quien puede reclamar con más derecho que
nuestra juventud?
La
educación tiene puestos los viejos anteojos:
Las
pruebas estandarizadas por ejemplo, suponen que cada problema tiene una
solución correcta. Y que todos los estudiantes son iguales. Las disciplinas
están desconectadas y el currículo supone que una buena preparación para el
futuro se logra con la sumatoria de aprendizajes confinados en compartimentos
disciplinarios. Peor aun, la educación está aislada del mundo real. Las
competencias académicas no sirven en el mundo real. Hay un abismo entre teoría
y práctica. La ilusión de objetividad y la excesiva racionalidad permean todo
el sistema. La obtención del título finaliza el proceso. La verdadera
capacitación es una rareza y la actualización no es habilitante. La
acreditación analiza procesos, examinados por pares que usan los mismos
antiguos anteojos. ¿Cómo podría alimentarse de innovación con este sistema?
Los
profesores, en su fuero interno, lo saben. Pero ellos, profesionales en su
mayoría dedicados a la educación por vocación, están demasiado desilusionados
para enfrentarse al sistema. Fueron preparados para dominar su disciplina
(compartimentalizados), miran con frustración desde su aula (caja), como el
mundo estable que conocían se derrumba y una nube de incertidumbre
(obsolescencia) y de cambio acelerado (tecnología) invade el ambiente del
entorno académico. Tienen miedo y con razón. Si se rebelan, se quedan sin
trabajo. Si se conforman, estarán traicionando su sueño de mejorar el mundo a
través de la juventud. Son, a todas luces, las principales víctimas del
sistema.
En
la era de la globalización, una educación usando anteojos viejos no es
sustentable.
La
educación se puede convertir en la “manzana podrida” que contamine la sociedad o
en la “vacuna” que asegure la salud de la humanidad. De nosotros depende. Necesitamos
actuar con la mayor urgencia. Por el momento, nuestras escuelas están
amenazando nuestro progreso como especie. El experimento humano está estancado.
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