Vivimos en un mundo intrincadamente interconectado. Habitamos un cosmos de infinitas relaciones. Compartimos una biosfera profundamente interdependiente. En la Tierra todo está relacionado. Nada es casualidad en la trama de la vida. Viajamos juntos en una aventura evolutiva que apunta conectarnos aun más. Estamos juntos.
La evolución es el mecanismo que usa la naturaleza para aprender. La Madre Naturaleza, experimenta con diferentes organismos, buscando encontrar aquel que viva en armonía con el ambiente medio y lo nutre con energía vital para que siga viviendo. La vida aprende evolucionando. Y durante un proceso de millones de años, ha evolucionado desde la bacteria, hasta el hombre. En este lapso ha creado una criatura que es consciente de su existir. El ser humano.
No debería extrañarnos mucho, porque si consideramos que aprender es tomar conciencia de algo que no sabíamos antes, también podemos decir que aprender es expandir nuestra conciencia. La obvia inferencia de esto es que la evolución es una herramienta que usa la naturaleza para tomar conciencia de ella misma. La vida evoluciona para conocerse mejor.
Pareciera que la evolución explora el inmenso potencial de la vida. Prueba todas sus versiones, examina sus posibilidades. Elimina los organismos que no se adaptan con su medio ambiente y propone nuevos desafíos a las especies que si son capaces de replicarse exitosamente. Hasta que agota esas posibilidades.
Con el hombre, la vida ha llegado al máximo potencial del organismo multicelular individual. Ha producido una criatura que tiene conciencia. Un gran explorador, que puede ayudarla a adquirir más conciencia aún. ¿Como?
Si la evolución repite las estrategias que históricamente han sido exitosas, entonces el siguiente paso evolutivo no sería transformar físicamente al hombre. Sería convertirlo en una agrupación humana fuertemente cohesionada. Transformarlo en un organismo colectivo, en una sociedad viva. En la Humanidad, entendida como unidad.
Ya lo hizo con los insectos. Algunas especies de insectos, como las hormigas y las termitas, se volvieron sociales y ya no funcionan como individuos independientes. Viven como un grupo ordenado, con la misión e intención de replicarse indefinidamente. Colectivamente son capaces de lograr comportamientos asombrosos.
Y también lo está haciendo con los seres humanos, que en una primera etapa se han agrupado en ciudades y países. Pero ahora están comunicándose a través de la tecnología. Hiperconectados y globalizados. Internet es como el sistema nervioso de la Humanidad. La economía es el sistema circulatorio de la Humanidad. Y durante el siglo 21, es probable que caigan los límites de las naciones y que los individuos adquiramos una conciencia planetaria. El desafío evolutivo es que los humanos aprendamos a actuar como equipo. Que actuemos juntos.
Para cumplir este encargo evolutivo, los humanos tendremos que encontrar una estrategia de sobrevivencia que nos permita convivir en el respeto mutuo. Tendremos que comportarnos como si fuésemos células de un organismo mucho mayor: la humanidad.
Tendremos que aprender a buscar nuestro bienestar individual, sin poner en peligro el bienestar de la especie. Esa es la enorme tarea que tiene la educación. Avanzar hacia una democracia planetaria, hacia un modo de vivir verdaderamente humano. A considerarnos una gran familia de humanos. A relacionarnos a través de la emoción que sustenta la supervivencia de nuestra especie: el amor.
Tan iguales que nos veamos en el otro pero tan diferentes que robustezcamos a la Humanidad. Tan unidos que el dolor del otro nos afecte con igual intensidad pero tan separados que podamos reaccionar con independencia. Tan conectados que podamos coordinar nuestros actos instantáneamente pero tan autónomos como para elegir con libertad. Tan comprometidos que estemos dispuestos a vivir o morir juntos. Tan juntos que nos sintamos uno solo.
Para cumplir este encargo evolutivo, los humanos tendremos que encontrar una estrategia de sobrevivencia que nos permita convivir en el respeto mutuo. Tendremos que comportarnos como si fuésemos células de un organismo mucho mayor: la humanidad.
Tendremos que aprender a buscar nuestro bienestar individual, sin poner en peligro el bienestar de la especie. Esa es la enorme tarea que tiene la educación. Avanzar hacia una democracia planetaria, hacia un modo de vivir verdaderamente humano. A considerarnos una gran familia de humanos. A relacionarnos a través de la emoción que sustenta la supervivencia de nuestra especie: el amor.
Tan iguales que nos veamos en el otro pero tan diferentes que robustezcamos a la Humanidad. Tan unidos que el dolor del otro nos afecte con igual intensidad pero tan separados que podamos reaccionar con independencia. Tan conectados que podamos coordinar nuestros actos instantáneamente pero tan autónomos como para elegir con libertad. Tan comprometidos que estemos dispuestos a vivir o morir juntos. Tan juntos que nos sintamos uno solo.
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