No estamos en esta vida para alcanzar
la felicidad. No vivimos para tener una aventura hedonística. Esa es una
ilusión superficial. Ciertamente el bienestar es un anhelo que todos
compartimos, pero ese no es el sentido profundo de nuestra existencia. Nuestra
vida tiene un propósito más profundo, una tarea secreta, que debemos descubrir.
La vida es una oportunidad para evolucionar, para desarrollar nuestros talentos
y sobreponernos a nuestras debilidades. Para hacer, con nuestro andar, el
camino del bien. Es una confrontación moral entre nuestras cualidades y
nuestros defectos, una lucha que se libra interiormente ante los
acontecimientos que experimentamos (que debemos reconocer como eventos que
pretenden orientarnos hacia una mejor
versión de nosotros mismos). Todo lo que nos sucede tiene encriptado un mensaje
que nos intenta alinear con el sentido último del Cosmos.
Nacemos inmaduros y frágiles. Con un
carácter débil, miedoso, egoísta y orgulloso y desde nuestra tierna infancia
quedamos expuestos a enormes tentaciones que pueden desviarnos de nuestro mejor
destino. ¡He ahí el gran desafío! Nacemos con nuestras cualidades aun por
desarrollar.
Por eso, siempre necesitamos el apoyo
permanente que puede brindarnos un ambiente amoroso y protector. Necesitamos un
ecosistema favorable para evolucionar. Al comienzo, el cariño lo provee la
familia; luego debiéramos encontrarlo en el colegio y más adelante en las
amistades. Necesitamos la contribución de muchos para mejorar. Es que la vida
es una aventura colectiva. Mucho más interconectada e interdependiente de lo
que a primera vista estamos dispuestos a reconocer.
Se desprende entonces, que debemos
viajar por la vida con humildad, para mantener controlado a nuestro orgullo. Y
enfrentar el pecado, con virtud. Así, podremos desarrollar un carácter más
íntegro que nos ayude a distinguir el rumbo correcto, plenamente comprometidos
con el bien, el amor y la verdad.
Tendremos que coger las manos
generósamente tendidas que aparecerán en nuestro recorrido y pedir ayuda cuando
estemos perdidos. Y confiar en que seremos aceptados a pesar de nuestros éxitos
o fracasos. Pero sobre todo, acallar nuestro ego, soberbio y autosuficiente,
que intentará imponernos su visión parcial y subjetiva. Porque, al no poder
dimensionar la magnitud de nuestra ignorancia, necesitaremos el conocimiento
recursivo del ser humano y la sabiduría que nuestros ancestros nos han legado,
para avanzar.
Una de las brújulas más importantes
para nuestro caminar es encontrar una causa superior. Una obra que concentre
nuestros esfuerzos, dirija nuestros pasos y motive nuestro progreso. ¡Una vocación! Y para
encontrarla, tendremos que aprender a escuchar lo que la vida nos está
pidiendo. En la elocuencia de las sincronicidades hay un mensaje que sólo
descifraremos si logramos silenciar nuestra mente, abrir el corazón y confiar
en la intuición.
Entonces, si somos conscientes de
nuestras limitaciones, la tarea diaria es bastante sencilla. Mejorar quienes
fuimos ayer. Así, paso a paso, día tras día, crecemos, madurando lentamente y
contribuyendo diariamente a mejorar el mundo en que nos tocó vivir. Y si
hacemos esto con alegría, habremos descubierto el secreto del Curso de
Felicidad…
La felicidad es una ilusión que puede
transformarse en realidad virtual si:
Una ilusión indistinguible de la realidad |
- despertamos dispuestos a mejorar quienes fuimos ayer…
- vivimos cada día con alegría, impulsados por una tarea noble...
- nos dejamos llevar por el mensaje que nos susurra el azar...
- nos dormimos habiendo comprendido mejor ¡quienes somos y adonde vamos!
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