Cuando hemos perdido la confianza en nuestros políticos; cuando el desprestigio de los partidos es demasiado alto; cuando el interés por participar en la definición de una nueva constitución es bajísimo; cuando el gobierno no se atreve a mantener el orden durante las manifestaciones; cuando al legislar los intereses particulares se sobreponen al interés común; cuando los que están en el poder se molestan al tener que rendir cuentas; cuando la delincuencia y el terrorismo se validan y cuando la mayoría prefiere no votar... entonces tenemos una crisis política que es preludio de un cambio profundo en la forma de gobernar.
Tenemos un democracia que no es verdadera democracia...Tenemos una democracia cínica y mentirosa. Que no respeta las mayorías. Y esto va a cambiar dentro de poco tiempo.
Una verdadera democracia ante la abrumadora abstención que eligió a la presidenta, hubiese reconocido el triunfo del rechazo a los candidatos y habría repetido la elección presidencial con otros presidenciables. Una verdadera democracia no haría oídos sordos al resultado de las urnas. La extraordinaria mayoría que le adjudicaron a Michelle Bachelet fue una minoría que por lo demás resultó efímera.
Lo que entendemos por democracia cambiará. Se hará mucho más flexible. Las autoridades no tendrán derecho a la reelección. No tendremos políticos perpetuándose en los cargos. Y quien sea elegido para defender ciertos principios o ideas, no podrá renunciar a ellos sin renunciar al cargo. Como tampoco podrá ejercer poder quien tenga una desaprobación demasiado alta. Habrá límites que impedirán que nuestros representantes tengan poderes absolutos. Y el fuero ya no los protegerá.
Todo el sistema político sufrirá una metamorfosis necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos. Los actuales sistemas, si bien cumplieron una función, están obsoletos. Y mientras antes lo veamos, mejor.
La crisis que vive el sistema político es global. Una demostración clara y contundente de la necesidad de cambiar nuestra institucionalidad. Lo que tenemos ya dejó de ser legítimo. Lo que antes era tolerado, hoy está siendo condenado. La corrupción generalizada que vemos no es producto de un cambio en la calidad de nuestros políticos, sino más bien un cambio en lo que estamos dispuestos a tolerar.
Es un cambio de conciencia colectiva que está afectando a todas las actividades. Allí, donde hay dolor en la sociedad, se necesitan cambios. Y hoy por hoy, lo que más nos duele es la incompetencia política. Esa incompetencia que nos impide convivir sanamente o ganarnos la vida en paz. Es tal el dolor que siente la sociedad, que están apareciendo algunos liderazgos peligrosos. Y ese es una gran amenaza.
Hay que redefinir la política y sin embargo esa redefinición solo pueden hacerla los mismos políticos. Confío en que sabrán comprender lo urgente del cambio y que tendrán la sabiduría para cuestionar sus propias premisas. Todas ellas. Es la única forma en que recuperaremos la fe en nuestras autoridades. Es la única manera de salir de esta encrucijada sin más dolor y pérdidas.
No quiero dudar de la vocación de servicio de aquellos que eligieron participar en política, pero quiero despertarlos de la ceguera que produce el poder sin límites e implorar que reaccionen a tiempo para evitar que el sufrimiento de la sociedad sea mayor.
No me atrevo a vaticinar como será la nueva institucionalidad, pero me atrevo a sugerir que para implementarla se requerirán políticos con coraje, convicción y ecuanimidad.
Y también me atrevo a recomendar que todos debiéramos participar. Habrán más partidos y nuevos movimientos. Propuestas diferentes e innovadoras. Ya no podemos ser un país de independientes. Los invito a conversar más de política y a participar en aquellas iniciativas que los identifiquen mejor. Hagamos de Chile un país civilizado.
Solo así podremos volver a enorgullecernos de ser chilenos.