Aristóteles propuso en su famosa “Política”,
que “cualquier autoridad debe promover y defender el bienestar de todos sus
subalternos”. Con esta idea, Guillermo de Ockham, un filósofo franciscano más
conocido por su principio metodológico, la Navaja de Ockham, logró cuestionar
el principio de autoridad.
Argumentaba que cuando la autoridad
no cumplía con su tarea básica –cuidar el bienestar de todos sus subalternos– ellos,
“la comunidad” tenía derecho a elegir otra autoridad en su reemplazo.
Este personaje de la Edad Media
contribuyó a desarrollar las ideas fundamentales de todas las constituciones
occidentales.
La autoridad desde su perspectiva,
no es un derecho, es un deber. Su poder se basa en un mandato concedido
temporalmente a cambio de un servicio hacia una comunidad.
La mayoría de las autoridades en
nuestro país, se han comportado como si se hubiesen adjudicado un derecho y
actúan sin considerar la necesidad de rendir cuentas.
Están profundamente equivocados. Ser
autoridad es una responsabilidad, que no debiera generar privilegios. Todo lo
contrario.
Los ciudadanos están tomando conciencia
del poder que tienen al conceder autoridad. Están exigiendo el cumplimiento del
deber y juzgando el comportamiento de nuestras autoridades. Este es el gran
cambio cultural que estamos viendo en el siglo 21.
En un mundo cada vez más
transparente, ya no se toleran los abusos. De nadie. Y no solo porque los
abusos de poder ya no se pueden esconder, sino porque es una demostración de arbitrariedad,
soberbia e irresponsabilidad que resulta inaceptable en la actual sociedad del
conocimiento.
Cuando las autoridades no procuran
el bienestar de toda su comunidad, deben ser reemplazadas.
Cuando un político sobrepone los
intereses de sus financistas a los intereses del país, debe ser desaforado y
juzgado. No legisla para el bien del ciudadano común.
Cuando un cura se aprovecha de la
inocencia de jóvenes no debe seguir siendo representante de Dios y menos ser
protegido por la Iglesia. No busca el bien para toda su congregación.
Cuando el presidente de un centro de
estudios aparece involucrado en colusiones y usa el mecanismo de delación
compensada, se reconoce culpable y debe renunciar porque no representa al actuar
de todos los empresarios. No le hace bien al emprendimiento.
Estos ejemplos demuestran que tenemos una gran crisis de legitimidad en muchas autoridades que se han confundido en el ejercicio del poder que les fue concedido.
Donde no podemos darnos el lujo de
tener crisis de autoridad es en la educación. Ser profesor es una gran
responsabilidad y un enorme privilegio. Un profesor es un referente y naturalmente
se convierte en autoridad relevante en una comunidad estudiantil. Una autoridad
que está siendo continuamente juzgada y evaluada por la sociedad.
En consecuencia, un profesor siempre
debe enfocarse en el bienestar de sus estudiantes, una tarea enorme:
También debe ayudarlos a convivir y
respetar reglas y valores.
Además debe incentivarlos a
curiosear, aprender y superarse.
Más aun, debe preocuparse de
identificar y desarrollar sus talentos.
Y por último, debe intentar que
aprendan a ser felices.
Por eso, cuando en una comunidad escolar ustedes
vean niños saludables, conviviendo respetuosamente y sin miedos, aprendiendo
motivados, expresándose creativamente y sonriendo habitualmente, ustedes sabrán
que allí hay profesores que son verdaderas autoridades educativas.
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