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sábado, 28 de noviembre de 2015

Domesticar al animal más peligroso

Estamos viviendo un profundo cambio cultural. Una toma de consciencia colectiva que nos está obligando a responsabilizarnos por la realidad que vivimos. Estamos dándonos cuenta que no podemos seguir culpando a los demás. Hemos sido cómplices activos. Hemos tolerado privilegios y corrupción. Hemos preferido mirar hacia otro lado en lugar de denunciar al abusador.
Digo esto con una sensación de nauseas. Porque siempre lo supimos. Estaba a la vista en todas partes. En la política, en las empresas, en la justicia, en la educación, en las iglesias y en el deporte. Unos pocos aprovechadores con mucho poder, infectaron las instituciones con el virus de la ambición desmedida y la corrupción.
Pero en un mundo profundamente interconectado y acelerado, ya no se pueden guardar secretos. Ni esconder la ropa sucia. Más temprano que tarde, aquellos que abusan de su poder serán denunciados y condenados.
Yo soy culpable. Lo confieso. Tu también. Aunque creamos que fuimos engañados o ingenuos, el mal olor se sentía en todas partes pero nos acostumbramos a él.
Los atropellos a los derechos humanos, el financiamiento de la política, las colusiones, la delincuencia, el lucro, la pedofilia y el encubrimiento institucional, el doping y las coimas, son algunos síntomas de nuestra cobarde indolencia. No queríamos ver.
¡No más! Nuestros jóvenes, levantaron la voz. Se rebelaron. Y como por arte de magia, aparecieron fantasmas por doquier. Y seguirán brotando desde otros territorios ya irremediablemente infectados.

El ser humano no juega limpio. ¡Si hasta la Caperucita se comió al lobo!  Somos una especie que tiene una sombra tenebrosa. El lado oscuro del ser humano es poderoso y peligroso. Nuestra naturaleza dual no nos debe engañar. Hay que domesticar al animal más peligroso del planeta. Ese es el enorme desafío que enfrenta la educación. 


domingo, 22 de noviembre de 2015

Profesores felices para lograr calidad

La educación es un proceso complejo y multidimensional.

La primera consideración que debemos hacer respecto de la afirmación anterior, es que el objeto de transformación no es el estudiante. Es el estudiante y su entorno. El estudiante no está separado de su familia, su cultura, su sociedad o de la naturaleza. Un cambio en él, afecta a todo su contexto y viceversa.

Comprender esto, nos permite reconocer la complejidad del proceso educativo. La profunda interconexión entre la evolución del individuo y su medio ambiente (psicológico, social y natural), relación que hoy, está acentuada por las nuevas tecnologías. Por eso decimos que la educación es compleja.

La segunda característica del proceso educativo nos sugiere que existen una serie de dimensiones educativas que hemos invisibilizado con nuestras anteojeras e ingenuidad. Algunas son tan básicas que las hemos dado por supuestas. Otras, que ni siquiera quisimos reconocer. Pretender evaluar la educación limitándola a la dimensión del aprendizaje es un reduccionismo ingenuo. La educación es además, un proceso multidimensional y progresivo.

Sostenemos que una educación de calidad debe orientarse a aumentar al bienestar del estudiante y su entorno. Para esto debe cumplir una serie de condiciones. Cada condición es necesaria para lograr la siguiente y por lo tanto son condiciones acumulativas:
·   El cuidado del estudiante y su entorno. Es la primera y más básica de las condiciones. El corazón de la fruta educacional. El antídoto contra el miedo y la garantía de salud. Por eso el profesor debe tener vocación y empatía.
·      La convivencia del estudiante con sus pares y congéneres. Lograda la confianza podemos socializar. Debemos aprender a convivir con otros respetando criterios de convivencia. Por eso el profesor debe ser ejemplo de integridad.
·     El aprendizaje y la preparación para la autonomía. Sólo podemos aprender si estamos dispuestos  a asumir riesgos y cuestionar premisas, confiando en el maestro. Por eso el profesor debe tener conocimientos y criterio.
·       El desarrollo del talento y del pleno potencial. Asumiendo riesgos podremos ser creativos, descubrir nuestro talento y explotarlo para superarnos continuamente. Por eso el profesor debe tener visión y grandes expectativas.
·    El bienestar y la felicidad del estudiante. Sin miedo, confiando en nuestra autonomía y potencial, podemos contribuir y encontrar el sentido a nuestras vidas y realizarnos en lo que hacemos. Solo entonces podemos llegar a ser felices. Y tener alumnos contentos convierte al profesor en un maestro feliz.

Aunque toda esta explicación pueda parecer complicada, en realidad resulta muy fácil distinguir donde se educa con calidad. Es allí donde hay un ambiente de convivencia sano y positivo... y muy especialmente, donde los profesores disfrutan su trabajo. En una frase, los profesores felices, garantizan la calidad.

domingo, 15 de noviembre de 2015

La ilusión de la separación

Percibimos con nuestros sentidos. 5 de ellos nos muestran una realidad que parece independiente del observador. Como si existiera algo allá afuera, que estuviese desconectado de nosotros. Esa es la interpretación que hacemos habitualmente y lo que llamamos, la ilusión de la separación.

Nuestra intuición, en cambio, nos sugiere que vivimos en un mundo profundamente interconectado. Un gigantesco ecosistema dinámico, pletórico de energía, materia e información que llamamos Cosmos y que pareciera estar diseñado para sustentar la vida.

Nuestro ego, guiado por los 5 sentidos, es ciego a las conexiones. Nuestra intuición, en cambio, tiene una percepción más sutil y sospecha que todo –literalmente todo– está relacionado. Todo lo que ocurre tiene un sentido. Y todos somos responsables de cada evento que ocurre en este universo que compartimos.

Los pueblos ancestrales tienen cosmovisiones que reconocen la unidad de todo lo que existe. Algunos de ellos, ni siquiera tienen pronombres personales en singular. Hablan de “nosotros”, porque no se consideran individuos, sino una “comunidad”. Nuestros ancestros sabían que la naturaleza y la vida están intrínsecamente unidos.

En algún momento, perdimos este conocimiento primordial y nos desconectamos tanto de la vida, como de los demás. Empezamos a funcionar como individuos, preocupándonos por “nuestros” problemas y dividimos el mundo para comprenderlo mejor. Incluso diseñamos una educación fragmentada en unas pocas asignaturas. Así se consolidó la ilusión de la separación.

La biología reciente nos ha propuesto una forma diferente de interpretar la realidad. El inquietante concepto de “Gaia”, propuesto por James Lovelock, nos plantea que la Tierra es un planeta vivo, que podría estar reaccionando al comportamiento del ser humano. Ya se habla de extender esa idea al Universo y considerarlo como si estuviese “vivo” (puesto que tiene capacidad de autorregularse).

Las Ciencias de la Complejidad, examinan la profunda interrelación de los sistemas que se autorregulan y demuestran que la mayoría de los problemas que actualmente está enfrentando la Humanidad se deben a que hemos vivido demasiado tiempo engañados por la ilusión de la separación. Ya es tiempo de que despertemos.

Jung hace tiempo reveló el inconsciente colectivo. Laszlo los archivos akásicos. Sheldrake habla de campos morfogenéticos. La física cuántica demuestra lo no-localidad. La ciencia no puede ser más categórica. Sentirnos aislados, es sólo un espejismo.

No estamos separados. Estamos conectados con todos y con todo. No somos seres independientes. Y no podemos seguir actuando como si lo fuéramos. Todos nuestros actos tienen consecuencias. Y debemos hacernos responsables de ellas. Si tan sólo comprendiéramos esto, viviríamos en un mundo mucho mejor. Por eso, la tarea más urgente de la educación es desenmascarar la ilusión de la separación.

Cuando alguien sufra un acto de violencia, debemos sufrirlo también nosotros. Cuando alguien tenga miedo, debemos sentirlo nosotros. Cuando alguien necesite ayuda, debemos proporcionarla…

Así, lenta pero progresivamente iremos erradicando del comportamiento humano la agresividad, la ira y la injusticia.  Son comportamientos que no tendríamos contra nosotros mismos. Entonces, casi sin darnos cuenta, aprenderemos a contagiarnos de alegría, compartir el bienestar, acercarnos a la felicidad y convertirnos en seres amorosos.


La felicidad es un proyecto colectivo, no una aventura individual.


domingo, 8 de noviembre de 2015

La autoridad del profesor

Aristóteles propuso en su famosa “Política”, que “cualquier autoridad debe promover y defender el bienestar de todos sus subalternos”. Con esta idea, Guillermo de Ockham, un filósofo franciscano más conocido por su principio metodológico, la Navaja de Ockham, logró cuestionar el principio de autoridad.
Argumentaba que cuando la autoridad no cumplía con su tarea básica –cuidar el bienestar de todos sus subalternos– ellos, “la comunidad” tenía derecho a elegir otra autoridad en su reemplazo.
Este personaje de la Edad Media contribuyó a desarrollar las ideas fundamentales de todas las constituciones occidentales.
La autoridad desde su perspectiva, no es un derecho, es un deber. Su poder se basa en un mandato concedido temporalmente a cambio de un servicio hacia una comunidad.
La mayoría de las autoridades en nuestro país, se han comportado como si se hubiesen adjudicado un derecho y actúan sin considerar la necesidad de rendir cuentas.
Están profundamente equivocados. Ser autoridad es una responsabilidad, que no debiera generar privilegios. Todo lo contrario.
Los ciudadanos están tomando conciencia del poder que tienen al conceder autoridad. Están exigiendo el cumplimiento del deber y juzgando el comportamiento de nuestras autoridades. Este es el gran cambio cultural que estamos viendo en el siglo 21.
En un mundo cada vez más transparente, ya no se toleran los abusos. De nadie. Y no solo porque los abusos de poder ya no se pueden esconder, sino porque es una demostración de arbitrariedad, soberbia e irresponsabilidad que resulta inaceptable en la actual sociedad del conocimiento.
Cuando las autoridades no procuran el bienestar de toda su comunidad, deben ser reemplazadas. 

Cuando el presidente de la FIFA remata la sede de los mundiales para beneficio de unos pocos de sus colaboradores, debe ser condenado y arrestado. No busca el bien del fútbol.
Cuando un político sobrepone los intereses de sus financistas a los intereses del país, debe ser desaforado y juzgado. No legisla para el bien del ciudadano común.
Cuando un cura se aprovecha de la inocencia de jóvenes no debe seguir siendo representante de Dios y menos ser protegido por la Iglesia. No busca el bien para toda su congregación.
Cuando el presidente de un centro de estudios aparece involucrado en colusiones y usa el mecanismo de delación compensada, se reconoce culpable y debe renunciar porque no representa al actuar de todos los empresarios. No le hace bien al emprendimiento.

Estos ejemplos demuestran que tenemos una gran crisis de legitimidad en muchas autoridades que se han confundido en el ejercicio del poder que les fue concedido.

Donde no podemos darnos el lujo de tener crisis de autoridad es en la educación. Ser profesor es una gran responsabilidad y un enorme privilegio. Un profesor es un referente y naturalmente se convierte en autoridad relevante en una comunidad estudiantil. Una autoridad que está siendo continuamente juzgada y evaluada por la sociedad.
En consecuencia, un profesor siempre debe enfocarse en el bienestar de sus estudiantes, una tarea enorme:
Antes que nada debe cuidarlos, promover su salud y protegerlos. 
También debe ayudarlos a convivir y respetar reglas y valores.
Además debe incentivarlos a curiosear, aprender y superarse.
Más aun, debe preocuparse de identificar y desarrollar sus talentos.
Y por último, debe intentar que aprendan a ser felices.
Por eso, cuando en una comunidad escolar ustedes vean niños saludables, conviviendo respetuosamente y sin miedos, aprendiendo motivados, expresándose creativamente y sonriendo habitualmente, ustedes sabrán que allí hay profesores que son verdaderas autoridades educativas.