Conozco
a una profesora excepcional que siempre comienza sus clases contando la
historia de un trapecista novato que temía soltarse y saltar al vacío para ser
recibido por su compañero. Logró superar sus miedos y convertirse en un
acróbata famoso, siguiendo al pié de la letra el consejo que entonces le dio su
maestro:
–Lanza
primero tu corazón– le recomendó… e hizo una pausa para agregar– ¡tu cuerpo
seguirá detrás!
Los estudiantes de hoy están preparados para un salto al vacío... sólo así podrán explorar nuevos territorios |
Es
natural que tengamos miedo a la incertidumbre, pero deberíamos acostumbrarnos a
ella; es lo único seguro que tenemos por delante.
Sabemos
que cuestionar nuestras certezas no resulta sencillo para nosotros. A pesar de
que la ciencia ha dado claras señales de que el modelo clásico que usamos para
interpretar la realidad, no es confiable, actuamos como si no hubiese pasado
nada. Preferimos nuestras viejas “verdades” aunque las sepamos obsoletas,
porque estamos acostumbrados a ellas. Somos adictos a nuestras creencias y eso
es el principal problema para nuestro pleno desarrollo. El principio de incertidumbre,
propuesto en 1927 por Heisenberg, debió hacernos más humildes y menos categóricos.
Según este axioma, nada puede definirse con total exactitud. La certeza absoluta
no es posible. Más aun, según el efecto observador, tampoco existe la plena objetividad,
puesto que el observador influye en lo observado. El simple acto de observar,
cambia lo observado. Aunque la incertidumbre es una verdad científica desde
inicios del siglo pasado, aún no nos acostumbramos a ella. Tampoco hemos
querido aceptar nuestra subjetividad. Creemos errónea y firmemente en la objetividad de
nuestra mirada.
Esto
implica que somos participantes en el devenir de nuestra vida. El observador
influye en los resultados. Tanto en lo “micro”, como en lo “macro”. Siendo
observadores de nuestro vivir, interpretamos la situación en que estamos y
actuamos en función de nuestras creencias. Como observadores, podemos elegir
donde poner nuestra atención, aquello que observamos; y por lo tanto, podemos
elegir aquello que transformamos. Somos enteramente responsables de nuestros
actos. Creamos nuestro futuro con nuestras acciones en el presente. Pero
sustentamos nuestros actos en creencias falsas. He aquí el problema.
Para
desarrollar nuestro pleno potencial, necesitamos aceptar nuestra ignorancia.
Aceptar que no sabemos. Aceptar que no sabemos que no sabemos. En suma, necesitamos
aceptar nuestra incertidumbre y estar dispuestos a vivir aprendiendo,
manteniendo la curiosidad ante las infinitas posibilidades que tenemos en el
presente.
La educación que necesitamos, debe ayudarnos a
hacer preguntas. A desprendernos de nuestras certezas para reflexionar con la
curiosidad inocente de nuestra infancia. Debe comprometernos a vivir en el
asombro; a explorar territorios desconocidos, porque en estricto rigor, no
sabemos cómo son las cosas. Necesitamos estudiantes curiosos, que escuchen con
apertura y hagan preguntas con el propósito de comprender. Pretender una
educación que pretenda que los estudiantes den respuestas correctas es un
gigantesco error conceptual. La educación debe subirse en los hombros de
Heisenberg, convertirnos en observadores de nuestra existencia, hacernos
responsables de nuestro aprendizaje y acostumbrarnos a la incertidumbre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario