Hay que aprovechar el llamado de atención que nos hacen los estudiantes
hoy. Nos están pidiendo a gritos que transformemos la educación. Y tienen
razón. La esperanza de la humanidad depende de que logremos solucionar los males
que aquejan a la sociedad que hemos construido.
Se ha pretendido asignarle a la educación, la tarea
de solucionar los problemas de una civilización que padece una enfermedad
terminal: la depredación de recursos naturales, la delincuencia, la inequidad,
la corrupción, el egoismo, el materialismo, la codicia, la pasividad, el
cortoplacismo, el individualismo excesivo, la competencia desleal, las instituciones
decadentes y la ausencia de solidaridad; entre otros.
Pero, ¿puede la educación asumir esta enorme
tarea? La educación es heredera de la sociedad que hemos construido: Una
educación industrializada, basada en la división de las tareas, la
estandarización, planes de estudios jerarquizados, rígidos y calendarizados,
con estrictos controles de calidad. En suma, tenemos una educación
deshumanizada, hija de la revolución industrial. Irremediablemente condenada a
tratar al estudiante como un producto y medirlo en función de contenidos; y a
considerar al profesor como un técnico desechable. Esto, hay que cambiarlo.
El gobierno, en la búsqueda del desarrollo a
través del crecimiento económico, responde ofreciendo más recursos, más control
de calidad, nuevas tecnologías y mejores estandares educacionales. Con buena
intención, pero mala percepción, ofrece más de lo mismo. Es cierto que la
sociedad industrial ha generado un progreso extraordinario. Pero no es menos
cierto que Chile necesita algo más que prosperidad:
Necesitamos bienestar. Calidad de vida, para
nosotros, nuestro hijos y nietos. Aspiramos a una cultura tolerante, respetuosa
de la diversidad, participativa y solidaria, considerada con la naturaleza. En
suma, una sociedad justa y sustentable.
Las encuestas no mienten. Detrás de las
manifestaciones, hay una gran desilusión. Las promesas del modernismo no se han
cumplido. Las instituciones tradicionales han fallado. Ni los políticos, ni los
religiosos, ni los académicos han dado respuestas aceptables. La Encuesta
Mundial de Valores, demuestra que está emergiendo una gran fuerza renovadora.
El mundo está en transición, desde el espejismo de la riqueza, se dirige hacia
el bienestar general y la realización personal.
Los jóvenes lo saben y se han movilizado,
protestando. Tienen una buena causa. Ojalá que los oportunistas no los desvíen
de sus aspiraciones. Exigen cambios estructurales. Idealistas,
perciben claramente que es justamente el modelo vigente, el paradigma
dominante, el principal obstáculo para encontrar la solución que buscamos. Si queremos cambiar el mundo, debemos comenzar por cambiar
la educación.
Si aceptamos que, tal como señaló Albert
Einstein: "No
podemos solucionar un problema usando el mismo razonamiento que usamos cuando
lo creamos", tendremos que conseguir que la educación emprenda
el desafío con una nueva mirada, con una nueva lógica, con un “nuevo
paradigma”. Tal vez podamos aprovechar esta tregua de fiestas patrias para
cambiar de anteojos e iniciar la verdadera reconstrucción.
Invito al gobierno y a la oposición, a los estudiantes y a los
profesores, a quien tenga alma de educador, a comenzar el viaje hacia un mundo
mejor, construyendo una educación sustentable. En esta encrucijada, no debemos
doblar ni a la izquierda ni a la derecha, ¡debemos levantarnos!
Tenemos un gran desafío: ¡Levantemos Chile!
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