Página del autor en Amazon

jueves, 17 de enero de 2019

Educación para aprender a amar

Quiero comenzar por declarar que la igualdad es una utopía. Esta es una declaración que en función de los avances científicos del siglo XXI no debiera sorprender. Menos en plena Postmodernidad. Es curioso que con los avances en neurociencias, la epigenética, la biología-cultural y las ciencias de la complejidad sigamos pretendiendo igualdad. Como estas disciplinas ya han demostrado, somos seres originales en permanente transformación. Nuestra biología se modifica continuamente en función de las experiencias que vivimos. Nuestra arquitectura neuronal es la respuesta de nuestro organismo a los problemas que intentamos resolver. Nuestros cuerpos son diferentes y cambian permanentemente, nuestras mentes y circunstancias, también. Inevitablemente, somos distintos. 
Por lo tanto, interpreto este desafío como una propuesta para una sociedad más justa. Reconozco sin embargo que si llegaran seres extraterrestres a la Tierra, es posible que no perciban las extraordinarias diferencias entre los humanos, tal como a nosotros nos cuesta ver las diferencias entre pingüinos o peces de la misma especie. Pensarían que todos somos muy parecidos. Tan parecidos que nos tratarían exactamente de la misma forma, esperando reacciones similares. Ese es el gran error que nuestra civilización económico-industrial, ha cometido. Ha intentado estandarizar al ser humano, partiendo de la premisa de un comportamiento exclusivamente racional. Y paradójicamente, esto ha contribuido a aumentar la desigualdad hasta transformarla en escandalosa. Permítanme justificar esta declaración…
En la búsqueda de esa anhelada justicia social, la sociedad moderna ha pretendido minimizar las desigualdades, homogeneizando la educación. Lamentablemente esta estrategia no ha sido exitosa. Al contrario. La desigualdad sigue acelerándose. ¿Por qué? 
Si cada uno de nosotros tiene la certeza de ser diferente al resto de las personas, entonces debemos convenir que la desigualdad entre las personas es inevitable. ¿Es esa desigualdad algo tan negativo? Pues bien, la Postmodernidad postula que la igualdad no solo es imposible, tampoco es deseable. Puede parecer justa, pero es engañosa. Nos haría sumamente vulnerables. En cambio, la vida nos hace seres únicos, originales, irrepetibles, esencialmente diferentes. Se trata de una hábil maniobra evolutiva. La diversidad le da salud y robustez a la especie humana y le proporciona la capacidad de resolver colectivamente grandes problemas. Es lo que nos ha hecho sustentables. Hasta ahora. El trabajo en equipo de personas con talentos diferentes ha generado asombrosas sinergias, permitiéndonos entre muchas otras cosas, aumentar la longevidad, explorar el espacio, procesar información y progresar científica, tecnológica y materialmente como nunca antes en nuestra historia. La actual civilización humana es el resultado de un esfuerzo colaborativo de  gran complejidad, aprovechando los conocimientos heredados de gigantes intelectuales incluyendo los esfuerzos y talentos de nuestros antecesores. 
La civilización está llegando a un punto de inflexión. Hemos progresado, pero por todas partes, están apareciendo síntomas de una enfermedad sistémica de carácter global: el calentamiento global, la desigualdad, la pobreza, la violencia, la delincuencia, la corrupción, la deforestación, los desórdenes alimenticios, el estrés, la depresión y el déficit atencional y tantos otros malestares sociales, no son problemas aislados. A nuestro juicio, son manifestaciones de una profunda crisis de percepción, que provoca una ceguera parcial respecto de las consecuencias de nuestras acciones. Lamentablemente lo que percibimos no es la realidad. Usamos “mapas” o paradigmas, construidos durante nuestra educación, para interpretar una supuesta realidad independiente del observador. Mapas que finalmente se transforman en anteojos que nos permiten ver solo aquello que nos interesa ver. El resto, lo descartamos. Nadie quiere aceptar su relativa ceguera para no tener que modificar su comportamiento. 
Necesitamos una nueva forma de percibir, que nos haga ser más conscientes y responsables. Necesitamos una cosmovisión sistémica, que nos permita usar nuevas estrategias para resolver los problemas complejos del siglo XXI, un mapa que describa mejor el territorio. Necesitamos superar la dolorosa manera de percibir que propone la postmodernidad. 
En esta época postmoderna, se piensa que la justicia social se debe conquistar cultivando la diversidad para el bien común. Que debemos transformarnos en una sociedad más ecológica, donde todos juguemos un papel complementario en el equilibrio del ecosistema. Donde prime el respeto por el individuo y se castigue cualquier forma de dominación injusta. Incluso la del hombre sobre los animales o la naturaleza. Porque ese es el abuso que está poniendo en riesgo la sustentabilidad del proyecto humano. Es efectivo que la vida en nuestro planeta está íntimamente conectada. Viajamos todos los organismos juntos. Por el momento, los seres humanos somos la tripulación que debe armonizar el viaje y lamentablemente lo estamos haciendo mal. Muy mal. Si queremos sobrevivir como especie, necesitamos reconocer la profunda interconexión de nuestras experiencias. 
Permítanme entonces sugerir que nuestras instituciones son la principal causa del incremento de la desigualdad. Porque fueron diseñadas para conservar un mundo que ya no existe. Están obsoletas. Ahora, que estamos tomando consciencia de la necesidad de una nueva cosmovisión, recién los problemas de esas añejas instituciones se hacen visibles. Necesitamos adecuarlas a los nuevos tiempos. Y entre todas las instituciones que hemos creado, la educación parece ser la institución más culpable del aumento de las jerarquías y de la desigualdad. Porque allí se tejen nuestras creencias más fundamentales, las ideas que a veces se transforman en dogmas de fe, cerrando nuestras mentes. Allí se genera nuestra forma de pensar. Allí se construyen los mapas y los anteojos con que filtramos la realidad. Y por eso, las viejas creencias son difíciles de cambiar. La educación estandarizada que recibimos es la principal responsable del mundo desigual en que vivimos
En efecto, la educación actual es tan resistente al cambio que es esencialmente conservadora de una visión industrial del mundo. Propia de los inicios de la modernidad. En la búsqueda de eficiencia, está diseñada como una línea de producción para obtener un estudiante homogéneo, con similares conocimientos. Pretende que todos tengan igual preparación al término del proceso educativo. Los profesores se dividen el trabajo especializándose en ciertas disciplinas. Las mentes de nuestros jóvenes son consideradas como recipientes capaces de asimilar conocimientos gradual y progresivamente. Y durante años las llenamos de la misma información, separada en diversas disciplinas, con la esperanza de que esos ingredientes les permitan pensar racionalmente. Es un proceso industrial que intenta homogeneizar al ser humano. Tan industrial es, que tenemos mediciones periódicas de calidad. Ahora todos están preocupados de la “calidad” de la educación, en lugar de preocuparse del tipo de sociedad que produce esa educación. Estamos partiendo de premisas equivocadas. Que no nos extrañe que la calidad educativa se mida en función del aprendizaje del estudiante. Como si la educación consistiera solo en saber usar contenidos desagregados para resolver problemas. Tampoco nos debe extrañar que la calidad educativa se mida con pruebas estandarizadas, promoviendo el pensamiento lineal o racional, y de paso sugiriendo que hay una causa para cada efecto. En definitiva, la educación actual es más bien representativa de los ideales de la modernidad que de la postmodernidad. Está atrasada.
Es efectivo que la industrialización hizo accesible este proceso formativo para muchas personas y logró masificarlo. Que gracias a su eficiencia, el grado de educación del ser humano medio ha crecido notablemente, pero no es menos cierto que ha llegado el momento de remozar la educación, si queremos construir una sociedad más justa. Porque los seres humanos no deben ser un producto al final de una línea de producción (máquinas racionales) y tampoco nuestras mentes deben ser recipientes que acumulan contenidos. 
Todo cambia si aceptamos que cada ser humano es único. Como sugiere la postmodernidad. En particular debiera cambiar la forma de educar. Si somos diferentes por biología, cultura, creencias y experiencias, entonces cada persona es especial, con cualidades que cultivar y defectos que minimizar y necesita una educación personal. Mientras nos educamos, tenemos el desafío de desarrollar nuestro pleno potencial, para contribuir positivamente a la sociedad. Las experiencias que tenemos forjan nuestro carácter y esculpen nuestras mentes. Sin embargo, lo más importante de ser único entre miles de millones, es que hay algo para lo que somos “el mejor del mundo”. Potenciar nuestros talentos y encontrar nuestra vocación debiera ser nuestro mayor emprendimiento. Con mucho énfasis en la creatividad y la innovación que serán los verdaderos agentes de cambio social, como señala la economía naranja. Entonces, la tarea de la educación postmoderna es apoyar aquel desarrollo pleno y descubrir ese rol que distingue y hace superior a cada estudiante. Encontrar la diferencia.
Puede que muchos piensen que la idea de una educación personalizada sea también una utopía de la postmodernidad, pero actualmente en muchas instituciones donde se usa la metodología Montessori y en los colegios Waldorf, encontramos ese trabajo formativo, hecho a la medida del estudiante. Con gran éxito y creciente aceptación porque son proyectos educativos más coherentes con la cosmovisión predominante en los jóvenes actuales. Si el sistema educativo fuese menos rígido y más plástico, estos proyectos podrían liderar la transformación de las instituciones tradicionales. Hacia allá debemos apuntar. Aunque esto no es suficiente. No podemos caer en un individualismo excesivo ni perder todo lo avanzado. 
Necesitamos la eficiencia de la educación moderna y también la personalización de la educación postmoderna. Necesitamos compatibilizar ambos paradigmas. Más aun, es obvio que también necesitamos los sólidos valores que nos inculcaba la educación tradicional y la protección que nos ofrecía la educación pre-tradicional. Solo así podemos diseñar una educación más humana, en función de nuestros aprendizajes históricos y de la evolución del pensamiento humano. Esta es una sugerencia razonable y coherente con el relativamente reciente surgimiento del nuevo paradigma integral. Porque hoy estamos viviendo en un momento histórico de transición paradigmática. Los cambios de cosmovisión predominante anteriores, generados por una expansión de conciencia social, siempre negaron al paradigma anterior. De allí los conflictos y la resistencia al cambio. Por primera vez en la historia de la humanidad, según Wilber, está surgiendo una visión de mundo que incluye y trasciende las anteriores. Por primera vez la transición puede ser pacífica.
La educación integral –establecida en nuestra constitución y en la ley–, es el destino recursivo al que debemos llegar. Una educación orientada al desarrollo pleno de cada estudiante, apuntando a su bienestar contextualizado. Es decir, una educación inclusiva, que debe tomar en cuenta la historia de la civilización y la naturaleza del ser humano, incorporando las grandes preocupaciones de cada paradigma previo:  
  • En la era Pre-Tradicional, la gran preocupación era la salud, supervivencia y el cuidado de nuestros infantes, dada la fragilidad del ser humano. La educación protegía y se aprendía un oficio por imitación. 
  • En la era Tradicional, la gran inquietud era la convivencia armónica, el sentido de pertenencia, el comportamiento ético y la cohesión social. La educación estaba centrada en el profesor y formaba en valores. 
  • En la era Moderna, la principal motivación era el progreso y la superación. La ciencia entregaba verdades objetivas. Las mediciones y la competencia se incentivaron y se entregaban conocimientos ciertos. 
  • En la era Postmoderna, la preocupación es la incertidumbre. Se reconoce la diversidad y la singularidad del sujeto. Se desarrollan sus talentos. Ahora, la cooperación produce mejores resultados. Y la educación se personaliza centrándose en el estudiante.
Pero no estamos allí todavía. En realidad, estamos bastante lejos de tener instituciones educacionales (que cumplan con la ley y la constitución) donde prime el enfoque integral. El problema de una institución conservadora es su resistencia al cambio. Educamos con una estrategia condenada a entregar mapas obsoletos. El paradigma de los educadores será irremediablemente inadecuado para los educandos.
Por ejemplo, los jardines infantiles son instituciones pre-tradicionales, donde el cuidado es fundamental. Los infantes se preparan para la transición desde el hogar familiar a la escuela donde deben convivir con sus semejantes. Allí impera el cariño, el juego y comienza la alfabetización. Pero es una etapa corta en el largo proceso formativo.
A pesar de que vivimos en un mundo postmoderno, la gran mayoría de las instituciones educativas en nuestro país son jerárquicas y se encuentran en el paradigma tradicional, especialmente las públicas, las religiosas y las militares. El profesor es la máxima autoridad. Por lo tanto estas instituciones enseñan a obedecer. Y en consecuencia, sus estudiantes se preparan para ser empleados dependientes. 
Hay también instituciones educacionales con visión predominantemente moderna, que fomentan el pensamiento crítico y la competencia. Que preparan a sus estudiantes para entrar en la universidad y convertirse en profesionales competentes. Pero la mayoría de estas instituciones son privadas y reciben a estudiantes de un nivel socio-económico alto. 
Y ya mencionamos algunas instituciones postmodernas que ofrecen una educación personalizada, exclusivamente privadas, que desarrollan los talentos individuales de sus estudiantes y que fomentan el trabajo en equipo. Son propuestas más bien alternativas porque aun no son reconocidas oficialmente por la institucionalidad educativa. 
En resumen, sostenemos que el paradigma predominante de la institución que nos educa, define los anteojos que usamos para interpretar la realidad. Mientras más evolucionada la institución, más completo es el mapa que recibimos. Esa es una clara ventaja que explica una de las principales causas del aumento de la desigualdad. Peor aun, cambiar de anteojos y actualizar el mapa es un proceso difícil que a veces se justifica por una crisis existencial pero que exige una dolorosa expansión de conciencia. No todos están dispuestos. Soltar nuestras viejas certezas no es fácil. El joven educado en una institución tradicional está en clara desventaja respecto del educado en una institución moderna. 
Si es cierta la hipótesis de que la educación estandarizada que recibimos es la causa principal de la desigualdad, entonces coincidimos con Claudio Naranjo, hay que “cambiar la educación para cambiar el mundo”. 
¿Cómo cambiar la educación? 
Veamos, según la Dinámica Espiral, el cambio institucional se produce en etapas progresivas, tal como cambia un individuo o cualquier otra organización, inclusive la sociedad o la humanidad. Cada etapa corresponde a un nivel de conciencia predominante (o paradigma) que incluye y trasciende al anterior e implica expandir la conciencia o madurar. Desde esta perspectiva, necesitamos instituciones educacionales “evolucionadas”, al menos con un paradigma dominante integral.
La nueva educación entonces, debiera integrar todos los paradigmas previos y enfocarse en el bienestar humano colectivo. Preocuparse fundamentalmente de construir una sociedad justa. Reconocer la sinergia, la flexibilidad y la empatía. En esencia, demostrar que todo está intrínsecamente conectado, que no podemos estar bien individualmente. En este tipo de educación, el cuidado, los valores, la competencia hacia la superación y la colaboración de la diversidad dejarían de ser excluyentes. Más bien se complementan. Sin esta integración no podemos diseñar una educación verdaderamente humana, que de origen a una sociedad más justa. 
Las actuales instituciones educacionales tendrían que tomar conciencia de sus cegueras, reconocer su paradigma dominante y voluntariamente experimentar la crisis existencial que las transporte a un nivel de conciencia más amplio. Hasta enfocarse en el bienestar colectivo y la salud de la sociedad. Este es un proceso de transición que puede durar hasta 6 años por etapa. Por lo tanto urge comenzarlo.
Es por eso que mientras dure la transición paradigmática de las instituciones educativas, proponemos que ellas incorporen de inmediato otras dimensiones a su quehacer: 
  • La dimensión del Cuidado, que reconoce nuestra fragilidad, tanto biológica como psicológica y nos prepara para superar la adversidad y mantener la salud. 
  • La dimensión de la Convivencia, que valida nuestra condición de seres sociales y nos entrega sólidos valores para vivir en comunidad.
  • La dimensión del Aprendizaje, que admite nuestra naturaleza curiosa y nos entrega conocimientos para desempeñarnos bien.
  • La dimensión del Talento, que acepta nuestra originalidad y desarrolla nuestros talentos para lograr nuestro pleno potencial. 
  • La dimensión del Bienestar, que abraza nuestro anhelo de ser felices y nuestra capacidad de amar y la integra con el bienestar de los demás. El bienestar es en definitiva, un proyecto colectivo. 
Reconozcamos que nuestros jóvenes, nativos digitales acostumbrados a la horizontalidad del mundo virtual, protestan con razón por la educación que reciben. Ambicionan una educación que los haga felices. Valoran las experiencias por sobre lo material y se motivan por causas más que por dinero. Poseen características integrales que demuestran el surgimiento natural de esta cosmovisión holística. La resistencia al cambio proviene de las instituciones más conservadoras, dirigidas por adultos atrapados en paradigmas excluyentes. Con cegueras propias de la educación que recibieron. No será fácil derrotar al status quo. Está atrincherado en el poder.
En resumen, creemos que el problema de las jerarquías y la desigualdad tienen su origen en los paradigmas predominantes (y francamente obsoletos) de las instituciones educacionales: Por un lado, las instituciones tradicionales promueven las jerarquías para ordenar la convivencia, fomentando la obediencia de sus estudiantes y por otro lado, las instituciones modernas que promueven la competencia y fomentan la superación de sus estudiantes. Peor aun, son paradigmas aparentemente incompatibles que tienden a polarizar posiciones y a enfrentar puntos de vista inflexibles. 
Para tener una sociedad más justa, más horizontal y menos desigual, primero es necesario que las instituciones educacionales se hagan conscientes de sus cegueras y luego siembren una cosmovisión más integradora, incorporando al currículo disciplinas que hemos obviado:
  • Resiliencia para ayudar a los jóvenes a superar la adversidad.
  • Hábitos saludables para mejorar la calidad de una vida longeva.
  • Desarrollo de talentos para desarrollar el pleno potencial de cada uno.
  • Innovación y Creatividad para superar la automatización del trabajo.
  • Ecología y Sustentabilidad, para demostrar la profunda interconexión de la vida.
Si al menos la educación incluyera transversalmente estas materias, estaríamos dando un paso importante hacia una sociedad más justa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario