La "Academia" surgió como una iniciativa de profesores que querían hacer clases creativas, usar métodos no tradicionales y enriquecerse con las ideas innovadoras de sus colegas. Originalmente fue concebida como un taller de creatividad pedagógica, dictado por un profesor de arte y una psicóloga para profesores de un colegio privado. Tuvo éxito de inmediato. Tanto, que debió abrirse para incorporar profesores de otros colegios, incluyendo profesores del sector público, quienes eran becados.
Sin querer queriendo, la Academia se transformó rápidamente en un lugar de formación y capacitación para profesores en ejercicio. Allí, los profesores actualizaban sus conocimientos pedagógicos, con los avances más novedosos en tecnología, psicología del desarrollo, neurociencias, mindfulness, educación emocional y creatividad. Funcionaba ininterrumpidamente durante enero y en horario vespertino, ocasionalmente durante el año académico. La participación creció sistemáticamente, no solo porque los contenidos eran prácticos y novedosos, sino porque las reuniones permitían generar vínculos entre profesionales que se enfrentaban a realidades muy diferentes.
Finalmente, la Academia evolucionó, transformándose en casi una facultad de educación de vanguardia. En una propuesta de formación inicial alternativa. Se atrevió a formar profesores recién salidos de secundaria, con extraordinarios resultados. Coherente con la visión innovadora que impulsaba a todos sus miembros, sus requisitos de admisión eran muy diferentes. Exigían: vocación de servicio, sensibilidad socio-emocional, sólidos valores, intereses diversos, talento comunicacional e imaginación. De la PSU, ninguna señal.
El plan de estudios comenzaba convirtiendo a los estudiantes de pedagogía en grandes narradores y estimulaba la creatividad didáctica. Continuaba entregándoles conocimientos psicológicos para que los futuros profesores, entendieran como funcionaba la mente. Aprendían de neurociencias avanzadas, concentrándose en el desarrollo de arquitecturas neuronales y redes de procesamiento de información. Y si todo esto suena árido, en realidad eran programas participativos, basados en co-aprendizaje mediante juegos.
Si bien se especializaban en alguna disciplina, esta apenas era una de las dimensiones del profesor egresado de la Academia. También se les preparaba para ser profesores del tema que más les interesara, independiente del currículo nacional. La mayoría se convertía en profesor de su hobby favorito. Y por supuesto, se les preparaba para ser coaches y formadores. Debía respetar ciertos valores universales y exigir comportamientos éticos, en cualquier actividad. De esta forma, se convertían en profesores expertos, entusiastas y correctos. Poli-funcionales. La idea era tener profesores que pudiesen desarrollar diferentes papeles en una institución educativa y ojalá trabajar en ella a tiempo completo. En la Academia no formaban profesores para enseñar por hora. Formaban profesores de personas. Justo lo contrario de lo que proponía la formación tradicional universitaria.
En un ambiente de ideas innovadoras, la idea más potente que circulaba en la Academia, era que la misión de fondo de los profesores era enseñar a sus alumnos a ser felices. A desarrollar sus talentos e intereses. Profesores del bienestar, se llamaban a si mismos los estudiantes. Esto no era un eslogan. Dado que el ambiente emocional en el aula es sumamente relevante para el aprendizaje, había una gran preocupación por tener estudiantes motivados positivamente. ¡Estudiantes felices, aprenden mejor!
Lamentablemente hay que decirlo, allí en el seno de la Academia, también reinaba una visión bastante crítica del establishment educativo y casi imperceptiblemente, se fue incubando una cierta negatividad progresiva frente a las didácticas más tradicionales. Sobre todo, se generó un gran cuestionamiento al proceso industrial uniformante, el currículo rígido y los rankings de calidad educativa tradicionales. La rebeldía en contra del sistema tradicional era evidente. Obviamente, el sistema miraba estas actividades con recelo.
Pero las metodologías que se desarrollaron eran muy eficaces. Aprovechaban todo el potencial del inconsciente. Por ejemplo, las "tareas para la almohada", diseñadas para que en lugar de hacer deberes en su tiempo social o familiar, el estudiante se concentrara en un problema, justo antes de conciliar el sueño para encargarle a su inconsciente resolverlo. Con esta técnica, se aprendía literalmente durmiendo. Una propuesta notable por sus resultados eficaces en el aprendizaje. Incluso más allá de lo pedagógico. Normalmente, el estudiante efectívamente despertaba no solo con la solución correcta sino con una comprensión más profunda.
Una variante de esta metodología, consistía en que al despertar, el estudiante se mantuviese en el estado de sopor previo a la vigilia, e intentase observar sus pensamientos. Se decía que “el aprendizaje se producía en la imaginación, entre el sueño y la vigilia”. Este proceso para experimentar epifanías, se conocía como: "el lento despertar".
Otro método muy usado eran los “diarios del inconsciente”, donde el alumno, apenas despertaba tomaba un cuaderno y escribía, sin razonar ni detenerse, lo que se le viniera a la mente. Unas cuantas páginas. Al leer después las anotaciones, normalmente comprendían que eran indicaciones del inconsciente para enfrentar el día. Claro, los "académicos" usaban didácticas no tradicionales, y se enorgullecían de hacerlo.
De sus talleres salieron ideas como: la “evaluación incógnita”, que consistía en corregir los trabajos sin conocer la identidad de los alumnos (evitando sesgos); hacer exámenes que pidieran “preguntas en lugar de respuestas” sobre los contenidos (para evaluar no solo donde estaban las dudas sino especialmente la profundidad de la inquietud). Y un ejercicio que llamaban “conectar los puntos” y que fascinaba a los niños. Consistía en descubrir las conexiones entre las distintas materias que se pasaban.
Pero en la Academia nunca se perdió de vista que su intención era ser un aporte a la creatividad pedagógica. Las capacitaciones continuas eran muy frecuentes y se hacían al aire libre, en contacto con la naturaleza. Allí, desconectados del mundanal ruido, los profesores se concentraban en enseñar a reflexionar, a aprender a convivir y a disfrutar la vida. La sola experiencia de participar en estos retiros era sumamente enriquecedora.
Podría seguir comentando las bondades de la Academia. Y las innovaciones que utiliza. Son muchas. Es aire renovado para el sistema educativo. Pero prefiero señalar que su éxito también generó mucha resistencia. Y ahora está siendo cuestionada. Ojalá los profesores que se han formado allí, se levanten a defenderla. Los que se han renovado en ella, deben promoverla. Y los estudiantes que han visto la transformación de sus profesores y la efectividad de sus métodos, tendrán que ser testigos a su favor. Hoy, hay que proteger a la Academia. Muy pocos la conocen, porque jamás se promovió. El sistema quiere eliminarla antes de que se transforme en una amenaza incontrolable. Su pecado más grande es que requiere cambios profundos en una cultura fosilizada.
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