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viernes, 10 de junio de 2016

Ojos de niño

Ayer, una querida amiga me hizo una pregunta que no quise contestar sin tener la oportunidad de reflexionar sobre la respuesta. Decidí responderla en serio y compartirla con ustedes en este blog.
Ella preguntó, “Si el niño que fuiste se topara con la persona que eres ahora, ¿Qué pensaría de ti?

Mmmmm…
En primer lugar no estoy seguro de que me hubiese reconocido. El tiempo y las circunstancias nos transforman física y psicológicamente de modo asombroso aunque difícilmente azaroso. Probablemente habría encontrado en mi, un aire familiar, pero seguramente me hubiese visto y juzgado tal como vemos y juzgamos a cualquier otra persona. Con cierta severidad y un dejo de superioridad. Hoy reconozco que en cada otro hay mucho de mí. O más bien, creo que no existe el otro sino que sólo existe un nosotros. Pero de niño no pensaba así. Era inocente e ingenuo pero bastante maduro para mi corta edad.

El recuerdo más lejano que encuentro en mi memoria es la toma de conciencia del paso del tiempo. Fue como a los 3 años, en época de primavera en el campo. Una flor recién abierta indicaba el comienzo de un nuevo ciclo temporal. Era igual a otra que vivió durante la primavera pasada. Ese eureka ancestral, me hizo comprender que el tiempo no era lineal. Constatar el transcurso inexorable del tiempo y su carácter cíclico, dejo una huella imborrable en mi memoria.

Ese niño habría reconocido que yo soy una persona que ha vivido muchas primaveras y muchos otoños. Y que eso me hacía fuerte y sabio. También habría mirado mis ojos (el espejo del alma) y descubierto la bondad esencial que nos caracteriza. Hoy pienso que habría visto a Dios en mi. Pero entonces, solo habría visto a un viejo bondadoso con bastante recorrido. Se sentiría cómodo y confiado.

Esa inocencia a la que aludí, probablemente hubiese obviado mi sombra. No habría visto mis contradicciones ni mi tendencia a tropezarme con la misma piedra. Tampoco mis defectos más evidentes porque intento, con algún grado de éxito, disimularlos.

En caso de que me hubiese reconocido, que hubiese visto su propio futuro, entonces creo que habría estado orgulloso de mis logros y hubiese sido compasivo con mis errores. Posiblemente  un poco desilusionado con el camino que recorrí, ya que sus sueños eran convertirse en un gran futbolista, un famoso artista o un músico popular. Pero no tuve ni el talento requerido ni la pasión necesaria para hacerlos realidad. Y hablando de pasión, habría aplaudido el entusiasmo, el compromiso y la creatividad con que viví cada capítulo de mi historia. Seguramente también hubiese reconocido aquellas cicatrices dejadas por las grandes penas y el sinfín de desilusiones que entonces no podía prever y que delataban una sensibilidad extrema de la que siempre fue consciente. A pesar de todo, creo que el balance final habría sido positivo.
En resumen, habría comprendido que ese personaje que tenía ante él, era producto de sus propias interpretaciones y que la vida no era ni remotamente parecida al juego de personajes ficticios que acostumbraba a jugar. Aquel juego que le permitía aprender del intento del amigo imaginario y luego corregir sus errores. En la vida real no hay 3 o 4 oportunidades para tomar decisiones. Para bien o para mal es una aventura de prueba y error. Tampoco es una prueba con alternativas. Era más bien un ensayo que se escribe con tinta indeleble y donde todos los errores quedan plasmados per sécula seculorum en el manuscrito con que nos presentamos al exámen final. Hubiese sido amoroso, magnánimo, honesto y exigente y con algo de pena probablemente habría dicho algo como:

¡Bien hecho!... pero ten presente que pudiste haber sido una mejor versión de mi.




A veces es bueno mirarse con ojos de niño, ojos inocentes y cariñosos, pero llenos de delicados sueños y grandiosas esperanzas con altas probabilidades de fracasar. Es un ejercicio que les recomiendo.

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