En una carta publicada hoy en la sección Cartas al Director de
El Mercurio, don Arturo Gana se pregunta con mucha razón, hasta qué punto la
tolerancia a los intolerantes es un valor democrático. Yo concuerdo con su
inquietud, aunque probablemente con menos diplomacia, también me pregunto si un
gobierno que tiene tal tolerancia a la violencia está cumpliendo con su deber.
Porque este gobierno, pretendiendo defender el derecho a
manifestarse, no solo ha tolerado sino que ha incentivado las manifestaciones de
grupos que no se hacen responsables de las consecuencias de sus actos. Aunque
el derecho a propiedad y el estado de derecho, están en peligro a nadie parece
importarle. Este es un legado que nuestros hijos no se merecen. Si hay una
lección que nuestra generación debió aprender es que el dialogo respetuoso
nunca debe perderse.
Hoy, muchos intolerantes están usando la fuerza para imponer sus
puntos de vista. En particular, los estudiantes, que enarbolaron la bandera de
la calidad, han abusado de su derecho a manifestarse y siguen utilizando la
violencia y las amenazas para exigir reformas que no apuntan hacia la calidad y
que tienen un costo que Chile no puede solventar. Las tomas –de inmuebles o
calles y en cualquiera de sus manifestaciones– son actos de violencia que no
ayudan a una convivencia sana. Nadie quiere dar la cara. Por eso han
proliferado los encapuchados, que se esconden detrás del anonimato para cometer
las mayores atrocidades a vista y presencia de unas autoridades demasiado
permisivas.
Esas mismas autoridades que antes incentivaban las tomas, hoy
han levantado sus voces al percatarse, luego de los tardíos y renuentes
desalojos, de los daños que han dejado los vándalos juveniles en edificios
patrimoniales. ¿Cómo creerles, si ellos no se sienten responsables?
En este Chile (que algunos prefieren abandonar), donde las tomas
se han transformado en mecanismos de presión que afectan los derechos de
terceros, cabe preguntarse si no le corresponde al gobierno defender a los que
respetan las reglas de convivencia. La mayoría de los chilenos que tienen
pensamiento independiente, quisiera vivir en un país menos violento y más
próspero. Pero la prosperidad sólo germina en tierra fértil en confianza.
Necesitamos, con urgencia, confiar en nuestro gobierno y en nuestras
autoridades, pero… ¿es posible confiar en quien ha abdicado de su función más
esencial? La respuesta a esta interrogante es un NO rotundo.
Ya hemos perdido la confianza en casi todos los poderes del
Estado. La corrupción, el tráfico de intereses y el abuso del poder, pero sobre
todo, la falta de coraje para defender al ciudadano común, están corroyendo
nuestra institucionalidad. Legislar en
función de las encuestas y con temor a molestar a los intolerantes, tiene a
nuestros parlamentarios con una desaprobación histórica. Tal vez alguno de
ellos se atreva a renunciar, pero no me hago ilusiones, porque ninguno tiene
conciencia de la verdadera responsabilidad de su cargo.
El desprestigio de la política está muy influenciado por el
desamparo que sentimos la mayoría de los chilenos. Frente a la
irresponsabilidad y el desparpajo de autoridades a la deriva, el riesgo de sufrir
un terremoto político es cada día mayor.
¡La tolerancia de los chilenos tiene límite!
¡La tolerancia de los chilenos tiene límite!
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