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lunes, 13 de junio de 2016

¡Alerta! Terremoto político se acerca

En una carta publicada hoy en la sección Cartas al Director de El Mercurio, don Arturo Gana se pregunta con mucha razón, hasta qué punto la tolerancia a los intolerantes es un valor democrático. Yo concuerdo con su inquietud, aunque probablemente con menos diplomacia, también me pregunto si un gobierno que tiene tal tolerancia a la violencia está cumpliendo con su deber.

Porque este gobierno, pretendiendo defender el derecho a manifestarse, no solo ha tolerado sino que ha incentivado las manifestaciones de grupos que no se hacen responsables de las consecuencias de sus actos. Aunque el derecho a propiedad y el estado de derecho, están en peligro a nadie parece importarle. Este es un legado que nuestros hijos no se merecen. Si hay una lección que nuestra generación debió aprender es que el dialogo respetuoso nunca debe perderse.

Hoy, muchos intolerantes están usando la fuerza para imponer sus puntos de vista. En particular, los estudiantes, que enarbolaron la bandera de la calidad, han abusado de su derecho a manifestarse y siguen utilizando la violencia y las amenazas para exigir reformas que no apuntan hacia la calidad y que tienen un costo que Chile no puede solventar. Las tomas –de inmuebles o calles y en cualquiera de sus manifestaciones– son actos de violencia que no ayudan a una convivencia sana. Nadie quiere dar la cara. Por eso han proliferado los encapuchados, que se esconden detrás del anonimato para cometer las mayores atrocidades a vista y presencia de unas autoridades demasiado permisivas.

Esas mismas autoridades que antes incentivaban las tomas, hoy han levantado sus voces al percatarse, luego de los tardíos y renuentes desalojos, de los daños que han dejado los vándalos juveniles en edificios patrimoniales. ¿Cómo creerles, si ellos no se sienten responsables?

En este Chile (que algunos prefieren abandonar), donde las tomas se han transformado en mecanismos de presión que afectan los derechos de terceros, cabe preguntarse si no le corresponde al gobierno defender a los que respetan las reglas de convivencia. La mayoría de los chilenos que tienen pensamiento independiente, quisiera vivir en un país menos violento y más próspero. Pero la prosperidad sólo germina en tierra fértil en confianza. Necesitamos, con urgencia, confiar en nuestro gobierno y en nuestras autoridades, pero… ¿es posible confiar en quien ha abdicado de su función más esencial? La respuesta a esta interrogante es un NO rotundo.

Ya hemos perdido la confianza en casi todos los poderes del Estado. La corrupción, el tráfico de intereses y el abuso del poder, pero sobre todo, la falta de coraje para defender al ciudadano común, están corroyendo nuestra institucionalidad.  Legislar en función de las encuestas y con temor a molestar a los intolerantes, tiene a nuestros parlamentarios con una desaprobación histórica. Tal vez alguno de ellos se atreva a renunciar, pero no me hago ilusiones, porque ninguno tiene conciencia de la verdadera responsabilidad de su cargo.

El desprestigio de la política está muy influenciado por el desamparo que sentimos la mayoría de los chilenos. Frente a la irresponsabilidad y el desparpajo de autoridades a la deriva, el riesgo de sufrir un terremoto político es cada día mayor.

¡La tolerancia de los chilenos tiene límite!

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