Después de ver Código Enigma me quedé con un nudo en
la garganta. No podía creer lo injusto que había sido Gran Bretaña con Alan
Turing, quien al inventar el computador no solo fue decisivo para el triunfo de
los aliados en la Segunda Guerra Mundial, sino que modificó nuestro futuro de
una forma entonces inimaginable.
Hoy, que se cumplen 52 años desde su muerte, tenemos
una visión más completa de cómo este genio lógico-matemático mejoró nuestra
forma de vida. La Humanidad le debe a este excéntrico personaje, su transición
hacia la modernidad, con todo el progreso que la computación y la tecnología
han catalizado. Sin pecar de exagerados, podemos decir literalmente, que Turing
cambió el mundo.
Casi todos los avances tecnológicos y ciertamente
internet, son hijos de sus revolucionarias ideas. Yo no estaría escribiendo
este blog y usted no podría leerlo sin la computación, su gran invento. Llama
la atención que no se reconozca más, su extraordinaria contribución.
Tal vez sea por vergüenza. Porque debiéramos avergonzarnos
del trágico final de su vida. Se suicidó en 1954 justo antes de cumplir 42
años, incapaz de aceptar el indigno trato que le dio la sociedad por ser
homosexual. Su condición, en ese entonces considerada una aberración, era
“ilegal” pero la “justicia británica” (quizás reconociendo su insigne trabajo)
en lugar de condenarlo a prisión, lo obligó a tomar hormonas femeninas en una
suerte de castración química que no logró cambiar sus identidad de género.
Alan Turing era un genio demasiado adelantado a su
época. Nunca creyó que la homosexualidad fuese una enfermedad mental e intentó
luchar por el derecho a ser aceptado en la sociedad independiente de sus
preferencias sexuales. No tuvo éxito, pero ciertamente plantó una semilla que
recién está germinando en nuestros tiempos. Aunque usted no lo crea, solo en
1990 la Organización Mundial de la Salud, sacó a la homosexualidad de la lista
de enfermedades mentales. Si fue un héroe de la guerra y un pionero de la
computación, también fue un mártir de los derechos de humanos tal como los
reconocemos hoy.
Sin ninguna ingenuidad, sospecho que no fue este su
gran pecado, sino otra de sus grandes convicciones, la idea de que las máquinas
pueden pensar, la que gatilló la condena del “establishment”. En ese entonces,
ni la religión ni el gobierno fueron capaces de aceptar la idea de la
inteligencia artificial. Siempre cuestionó la arrogancia humana de considerarse
la única especie capaz de pensar y eso sí que lo convirtió en un verdadero
hereje. Era una idea tan peligrosa como la de Copérnico. Atacaba la esencia de
la Religión.
Apenas medio siglo después de su muerte, ya las
máquinas derrotan a los campeones mundiales de ajedrez y go, los autos son
capaces de manejarse solos y la inteligencia articial (IA), es materia común en
los cursos universitarios. Los progresos en esta área son tan exponenciales,
que con el advenimiento de la computación cuántica y el desarrollo de la
inteligencia artificial, sabemos que el ser humano tendrá que rendirse muy
pronto ante la capacidad de procesar información y sacar conclusiones de las
máquinas. Tal vez la soberbia del ser humano será derrotada en breve por las
máquinas descendientes de Turing. Tal vez la inexorable justicia alcanzará
finalmente a este personaje, padre de la computación y antecesor de una nueva
forma de inteligencia que dominará al mundo. Una inteligencia que superará con
mucho al pensamiento humano y que tal vez le otorgue a este hombre el título
que se merece por su extraordinaria imaginación. El primer humano que concibió
y luego construyó un computador. El creador de la inteligencia artificial y el precursor de una especie humana potenciada por la tecnología: ¡El humano
más grande!
Como comentario al márgen quiero destacar el extraordinario
contraste con la inteligencia humana, que ha otorgado ese título a una leyenda
del boxeo, Muhammad Alí. Sin desmerecerlo, porque fue un deportista arrogante y
poderoso, con un historial magnífico, que acaba de fallecer derrotado por la
enfermedad. Curiosamente, una figura que también nos llama la atención sobre la
“justicia” que lo condenó a prisión por no querer ir a la guerra. Pero
finalmente fue un peleador rudo que se ganó la vida a golpes de puño. Algo que
los humanos sobrevaloran mucho…
Les recomiendo leer el libro: “The man who knew too
much” (El hombre que sabía demasiado) de David Leavitt. Una biografía que
relata la historia del inventor del computador y la humillación a que fue
sometido por ser homosexual y creer que las máquinas podían pensar.
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