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miércoles, 23 de marzo de 2016

Homenaje a Ricardo Larraín

Conocí a Ricardo Larraín cuando ambos trabajabamos en la Universidad Mayor. Era un personaje muy interesante, profundo y reflexivo. En las reuniones del Consejo Académico, destacaba por su extraordinaria inteligencia y humilde sabiduría. Se percibía en él, la huella del rigor de una vida intensa, exitosa y sacrificada. Poco a poco nos fuimos acercando, y conversamos hasta que nos convertimos en grandes amigos. Una amistad que nació del respeto profesional y se cimentó en su extraordinaria sensibilidad para tratar temas delicados. Aprendí a quererlo y admirarlo, mucho antes de saber que hacía tiempo que batallaba contra el cáncer. Era, una buena persona dotado de una inteligencia singular. 
Menos de un mes antes de su partida, sostuvimos nuestra última conversación presencial. Estaba preparado para encontrarse con la muerte, pero convencido de que podría seguir evitándola a pesar de todo. Y claro, planeamos el futuro, no sin antes decirnos aquello que solo se dice al amigo del alma para finalmente despedirnos, abrazados con los ojos húmedos y el corazón hinchado de emoción. 
Gracias me dijo...
Gracias le respondí...
Y se fue.

A continuación, transcribo el aporte que nos hizo para una revista orientada a definir "calidad" en educación. Conversando con un grupo de leales colaboradores, en un restaurante cercano, le pregunté si acaso creía en una realidad continua o en una realidad cuántica, como las cintas de las películas. Su respuesta, nos propuso mirar el espacio entre las imágenes, el silencio entre las notas, las pausas entre las palabras, porque es allí, donde habita el inconsciente colectivo, el akasha, donde se produce el aprendizaje. 

De esa conversación, el periodista Rodrigo Lagos, destacó lo siguiente:

“El cuerpo es la cerradura del presente, y el presente la puerta de entrada a la conciencia, a esos segundos de oscuridad”

Entre cuadro y cuadro hay oscuridad...
“En el cine el movimiento no existe, es una creación de la mente”, dice, y explica que lo que entendemos como movimiento es en realidad una secuencia de imágenes que corren a tal velocidad que crean en nuestros cerebros la ilusión del movimiento. “Entre cuadro y cuadro existe una espacio de oscuridad: es ahí en donde se produce la conexión, el aprendizaje que importa. La educación del futuro tiene que ver con aprender a utilizar esos segundos de oscuridad. El cuerpo es la cerradura del presente, y el presente la puerta de entrada a la conciencia, a esos segundos de oscuridad. El juego consiste en adiestrar esos segundos de oscuridad”. Ricardo Larraín se refiere a ese espacio de oscuridad como un contenedor infinito de conocimientos que hoy no estamos utilizando y que nos podría ayudar a comprender mejor nuestro potencial como especie.
A su juicio, lo que estamos viviendo actualmente es un proceso de adaptación a un cambio de conciencia que ya ocurrió. Él lo asocia con una nueva relación de los seres humanos con el espacio y el tiempo. “Los seres humanos actuamos desde el cuerpo del dolor, que es inconsciente. La conciencia es aquello que observa al pensamiento y a la emoción. El pensamiento siempre va un paso atrás de la intuición corporal, que es donde se produce la emoción. Educación de calidad sería crear herramientas para predisponer la potenciación de la conciencia. Debemos educar para aumentar la conciencia”.
Crítica al sistema educativo actual, que a su juicio no está considerando al ser humano en todas sus dimensiones. La educación debe ser concebida como una experiencia, dice, y por lo tanto debe ser diseñada de tal forma que sea capaz de exponer a los estudiantes a estas posibilidades y dimensiones, y de ahí buscar la manera de identificar las pasiones y los talentos de cada uno. Sostiene que la creatividad es fundamental en el aprendizaje porque tiene la capacidad de activar el presente sin las ataduras del pasado. Considera el arte en general como la virtud de llevar lo abstracto a la dimensión de la materia, lo cual, a su juicio, es un ejercicio sumamente relevante para los estudiantes ya que se pre- dispone la posibilidad de conectarse con esa zona oscura que contiene toda la información necesaria para comprender el verdadero sentido de la vida.

 Y este es el artículo que nos preparó para la revista:


12 segundos de oscuridad
Por Ricardo Larraín

Los seres vivos respiran, laten, todo en la naturaleza parece estar enraizado en esa alternancia y complemento que significa, por ejemplo, inspirar y expirar, expandir y contraer, como la marea, ir y venir, en un constante balanceo o vibración. Esos movimientos son la expresión misma de la vida que se manifiesta en ellos. Puede verse como una oscilación entre dos polaridades que se complementan haciéndose indivisibles.
En la canción “12 segundos de oscuridad”, el cantautor uruguayo Jorge Drexler propone la imagen de un faro en el medio de la noche. Durante 12 segundos el faro nos alumbra y du- rante otros 12 segundos el foco está apuntan- do hacia el otro lado y, por lo tanto, es la os- curidad completa. Son esos doce segundos, los de oscuridad, los que completan su función.

Un faro quieto nada sería...

guía, mientras no deje de girar.
No es la luz lo que importa...
en verdad son los 12 segundos de oscuridad.

Pareciera que un faro guía porque su luz brilla en la sombra y olvidamos que lo que realmente guía es su pulso vital, un latido que contiene la intermitencia perpetua entre la luz y su ausencia. Es esa intermitencia la que lo define. Luz y oscuridad por separado son estáticas: en el faro forman una unidad inseparable, combinándose generan la alquimia del movimiento, la base de lo vivo.
Nuestra mente, con el fin de poder estructurar el pensamiento, secciona la unidad de las cosas para crear estructuras conceptuales que se basan en el aislamiento de las partes y su ordenamiento en secuencias. Sin embargo, como sabemos, la realidad se nos presenta como una unidad continua e indivisible, que rebasa en su complejidad nuestras clasificaciones y se resis- te a entrar en los cauces impuestos por nuestras codificaciones, por nuestro lenguaje. Aun así, nuestra relación con la realidad, más allá de aquella fragmentación, registra otras tonalidades en la vivencia de lo que nos rodea, que están más allá del lenguaje y de las estructuras conceptuales preexistentes. Nuestra experiencia del mundo se completa con procesos que ocurren en lo que podríamos nombrar meta- fóricamente como 12 segundos de oscuridad.
Tantas veces no atendemos a esos 12 segundos de oscuridad que son parte de todos nuestros procesos como personas, esa otra parte preconceptual, corporal, donde incuban como en una antesala buscando la forma los signos que componen nuestra expresión y que articulan nuestro mundo consciente y nuestro lenguaje. Tantas veces trabajamos empecinadamente
sobre el mundo de las formas y del lenguaje, al que llamamos “realidad”, sin considerar la conciencia inmanente que desde otra zona de nuestro sistema complementa y sustenta nues- tro conocimiento y nuestras acciones, otorgán- donos una comprensión mucho mas completa de esa “realidad”.
Una educación de calidad debería tener en cuenta esa zona de los 12 segundos de oscu- ridad. Allí es donde parecen residir la espontaneidad y la libertad de todo esquema con- ceptual, allí se encuentra la raíz del presente y de la vida que anima nuestra presencia en el aquí y el ahora, siempre fresca, cambiante adaptativa, líquida. Ese es el espacio en el que surgen los pensamientos y las emociones que emergen en nuestra conciencia. Ese espacio es el ser mismo que las contiene. ¿Cómo podríamos ocuparnos en la enseñanza de esta dimensión de la persona? Esa es, creo, una buena pregunta.
Trabajar en esa zona implica estimular la conciencia de ser de cada uno, ese centro de gra- vedad desde donde emanan los movimientos que derivan en motivaciones y aprendizaje, que luego se vuelven conceptos y finalmente acciones. Es decir, formas. Ese espacio interior nos es común a todos en su naturaleza y al mismo tiempo es fuente de toda singularidad de nuestras formas específicas. En ese espacio, instalado en el presente perpetuo, es donde brota la creatividad anterior a los esquemas, un espacio despojado de intenciones y temores que enmascaran con conceptos y discursos su intrínseca plasticidad.
Los 12 segundos de oscuridad son la zona del juego, del ritual, de la corporalidad, donde habita la experiencia del ser mismo, anterior a todo conocimiento. Respetar y dar cabida a esa dimensión de la persona resulta relevante en una educación de calidad.

Volver a leer sus palabras después de su funeral hoy, me emociona profundamente. No encuentro mejor forma de homenajearlo, que compartirlas en este blog. Para mí, Ricardo fue y siempre será, una luz en la oscuridad. Para mi, Ricardo fue un faro, acechado por la muerte, pero alumbrando a la vida.

Donde quiera que estés, amigo mío, siempre seguirás iluminando el camino de los que te conocieron. ¡Gracias por tu luz!

Acá puedes escuchar:
 12 segundos de oscuridad

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