Conocí a Ricardo Larraín cuando ambos trabajabamos en la Universidad Mayor. Era un personaje muy interesante, profundo y reflexivo. En las reuniones del Consejo Académico, destacaba por su extraordinaria inteligencia y humilde sabiduría. Se percibía en él, la huella del rigor de una vida intensa, exitosa y sacrificada. Poco a poco nos fuimos acercando, y conversamos hasta que nos convertimos en grandes amigos. Una amistad que nació del respeto profesional y se cimentó en su extraordinaria sensibilidad para tratar temas delicados. Aprendí a quererlo y admirarlo, mucho antes de saber que hacía tiempo que batallaba contra el cáncer. Era, una buena persona dotado de una inteligencia singular.
Menos de un mes antes de su partida, sostuvimos nuestra última conversación presencial. Estaba preparado para encontrarse con la muerte, pero convencido de que podría seguir evitándola a pesar de todo. Y claro, planeamos el futuro, no sin antes decirnos aquello que solo se dice al amigo del alma para finalmente despedirnos, abrazados con los ojos húmedos y el corazón hinchado de emoción.
Gracias me dijo...
Gracias le respondí...
Y se fue.
A continuación, transcribo el aporte que nos hizo para una revista orientada a definir "calidad" en educación. Conversando con un grupo de leales colaboradores, en un restaurante cercano, le pregunté si acaso creía en una realidad continua o en una realidad cuántica, como las cintas de las películas. Su respuesta, nos propuso mirar el espacio entre las imágenes, el silencio entre las notas, las pausas entre las palabras, porque es allí, donde habita el inconsciente colectivo, el akasha, donde se produce el aprendizaje.
De esa conversación, el periodista Rodrigo Lagos, destacó lo siguiente:
“El cuerpo es la cerradura del presente, y el presente la puerta
de entrada a la conciencia, a esos segundos de oscuridad”
Entre cuadro y cuadro hay oscuridad... |
“En el cine el movimiento no existe, es una
creación de la mente”, dice, y explica que
lo que entendemos como movimiento es en
realidad una secuencia de imágenes que corren a tal velocidad que crean en nuestros
cerebros la ilusión del movimiento. “Entre
cuadro y cuadro existe una espacio de oscuridad: es ahí en donde se produce la conexión,
el aprendizaje que importa. La educación del
futuro tiene que ver con aprender a utilizar
esos segundos de oscuridad. El cuerpo es la
cerradura del presente, y el presente la puerta de entrada a la conciencia, a esos segundos de oscuridad. El juego consiste en adiestrar esos segundos de oscuridad”. Ricardo
Larraín se refiere a ese espacio de oscuridad
como un contenedor infinito de conocimientos que hoy no estamos utilizando y que nos
podría ayudar a comprender mejor nuestro
potencial como especie.
A su juicio, lo que estamos viviendo actualmente es un proceso de adaptación a un
cambio de conciencia que ya ocurrió. Él lo
asocia con una nueva relación de los seres
humanos con el espacio y el tiempo. “Los seres humanos actuamos desde el cuerpo del
dolor, que es inconsciente. La conciencia es aquello que observa al pensamiento y a la
emoción. El pensamiento siempre va un paso
atrás de la intuición corporal, que es donde
se produce la emoción. Educación de calidad
sería crear herramientas para predisponer la
potenciación de la conciencia. Debemos educar para aumentar la conciencia”.
Crítica al sistema educativo actual, que a su
juicio no está considerando al ser humano
en todas sus dimensiones. La educación debe
ser concebida como una experiencia, dice, y
por lo tanto debe ser diseñada de tal forma
que sea capaz de exponer a los estudiantes
a estas posibilidades y dimensiones, y de ahí
buscar la manera de identificar las pasiones
y los talentos de cada uno. Sostiene que la
creatividad es fundamental en el aprendizaje
porque tiene la capacidad de activar el presente sin las ataduras del pasado. Considera
el arte en general como la virtud de llevar
lo abstracto a la dimensión de la materia, lo
cual, a su juicio, es un ejercicio sumamente
relevante para los estudiantes ya que se pre-
dispone la posibilidad de conectarse con esa
zona oscura que contiene toda la información necesaria para comprender el verdadero
sentido de la vida.
Y este es el artículo que nos preparó para la revista:
12 segundos de oscuridad
Por Ricardo Larraín
Los seres vivos respiran, laten, todo en la naturaleza parece estar enraizado en esa alternancia y complemento que significa, por ejemplo,
inspirar y expirar, expandir y contraer, como la
marea, ir y venir, en un constante balanceo o
vibración. Esos movimientos son la expresión
misma de la vida que se manifiesta en ellos.
Puede verse como una oscilación entre dos polaridades que se complementan haciéndose
indivisibles.
En la canción “12 segundos de oscuridad”, el
cantautor uruguayo Jorge Drexler propone la
imagen de un faro en el medio de la noche.
Durante 12 segundos el faro nos alumbra y du-
rante otros 12 segundos el foco está apuntan-
do hacia el otro lado y, por lo tanto, es la os-
curidad completa. Son esos doce segundos, los de oscuridad, los que completan su función.
guía, mientras no deje de girar.
No es la luz lo que importa...
en verdad
son los 12 segundos de oscuridad.
Pareciera que un faro guía porque su luz brilla
en la sombra y olvidamos que lo que realmente guía es su pulso vital, un latido que contiene la intermitencia perpetua entre la luz y su
ausencia. Es esa intermitencia la que lo define.
Luz y oscuridad por separado son estáticas: en
el faro forman una unidad inseparable, combinándose generan la alquimia del movimiento,
la base de lo vivo.
Nuestra mente, con el fin de poder estructurar
el pensamiento, secciona la unidad de las cosas para crear estructuras conceptuales que se
basan en el aislamiento de las partes y su ordenamiento en secuencias. Sin embargo, como
sabemos, la realidad se nos presenta como una
unidad continua e indivisible, que rebasa en su
complejidad nuestras clasificaciones y se resis-
te a entrar en los cauces impuestos por nuestras codificaciones, por nuestro lenguaje. Aun
así, nuestra relación con la realidad, más allá
de aquella fragmentación, registra otras tonalidades en la vivencia de lo que nos rodea, que
están más allá del lenguaje y de las estructuras
conceptuales preexistentes. Nuestra experiencia del mundo se completa con procesos que
ocurren en lo que podríamos nombrar meta-
fóricamente como 12 segundos de oscuridad.
Tantas veces no atendemos a esos 12 segundos
de oscuridad que son parte de todos nuestros
procesos como personas, esa otra parte preconceptual, corporal, donde incuban como en
una antesala buscando la forma los signos que
componen nuestra expresión y que articulan
nuestro mundo consciente y nuestro lenguaje. Tantas veces trabajamos empecinadamente
sobre el mundo de las formas y del lenguaje,
al que llamamos “realidad”, sin considerar la
conciencia inmanente que desde otra zona de
nuestro sistema complementa y sustenta nues-
tro conocimiento y nuestras acciones, otorgán-
donos una comprensión mucho mas completa
de esa “realidad”.
Una educación de calidad debería tener en
cuenta esa zona de los 12 segundos de oscu-
ridad. Allí es donde parecen residir la espontaneidad y la libertad de todo esquema con-
ceptual, allí se encuentra la raíz del presente
y de la vida que anima nuestra presencia en
el aquí y el ahora, siempre fresca, cambiante
adaptativa, líquida. Ese es el espacio en el que
surgen los pensamientos y las emociones que
emergen en nuestra conciencia. Ese espacio
es el ser mismo que las contiene. ¿Cómo podríamos ocuparnos en la enseñanza de esta
dimensión de la persona? Esa es, creo, una
buena pregunta.
Trabajar en esa zona implica estimular la conciencia de ser de cada uno, ese centro de gra-
vedad desde donde emanan los movimientos
que derivan en motivaciones y aprendizaje,
que luego se vuelven conceptos y finalmente
acciones. Es decir, formas. Ese espacio interior
nos es común a todos en su naturaleza y al
mismo tiempo es fuente de toda singularidad
de nuestras formas específicas. En ese espacio,
instalado en el presente perpetuo, es donde
brota la creatividad anterior a los esquemas,
un espacio despojado de intenciones y temores que enmascaran con conceptos y discursos
su intrínseca plasticidad.
Los 12 segundos de oscuridad son la zona del
juego, del ritual, de la corporalidad, donde
habita la experiencia del ser mismo, anterior
a todo conocimiento. Respetar y dar cabida a
esa dimensión de la persona resulta relevante
en una educación de calidad.
Volver a leer sus palabras después de su funeral hoy, me emociona profundamente. No encuentro mejor forma de homenajearlo, que compartirlas en este blog. Para mí, Ricardo fue y siempre será, una luz en la oscuridad. Para mi, Ricardo fue un faro, acechado por la muerte, pero alumbrando a la vida.
Donde quiera que estés, amigo mío, siempre seguirás iluminando el camino de los que te conocieron. ¡Gracias por tu luz!
Acá puedes escuchar: 12 segundos de oscuridad
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