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lunes, 12 de octubre de 2015

La felicidad está más cerca de lo que pensamos

La felicidad está en todas partes:

Entre las páginas de un buen libro…
En las notas de una bella canción…
En la experiencia de una película asombrosa…
Entre los brazos amorosos de un niño…
En los labios de un impulsivo beso…
En las caricias de un amante cansado…
En el silencio profundo del espacio infinito…
En las risas de los niños que juegan…
En la sonrisa del cómplice…
En la tibieza de la ducha…
En el sabor del apetito…
En el agua del sediento…
En el calor de la fogata…
En el viento refrescante…
En la lluvia renovadora…
En la esperanza del reencuentro…
En el recuerdo imperecedero del amor…
En la inocencia de la infancia…
En el sueño reparador…
En la magia del darse cuenta…
En el deseo inexplicable…
En la salud imperceptible…
En el despertar ansioso…
En el dormitar apacible…
En el amor maternal…
En la reflexión diaria…
En la coincidencia inesperada…
En la meditación profunda…
En la ilusión del desenfreno…
En la imaginación dirigida…
En el objetivo alcanzado con esfuerzo…
En el camino recorrido con conciencia…
En el pasado que nos esculpió…
En el futuro incierto que visitaremos…
En cada instante de nuestro tiempo…
¡Especialmente en el presente!

Sostengo que hay sobrado bienestar a nuestro alrededor. Que la felicidad está disponible para quien tenga la sensibilidad para detectarla. Y que podemos, o mejor debemos, ser más felices de lo que somos. Como cuando éramos niños inocentes.
Sospecho que la escuela nos distancia del bienestar y de la felicidad. En el jardín, jugábamos sin expectativas y sin exigencias. Solo por el gusto de jugar con otros niños. Y éramos felices jugando. No necesitábamos mucho. Incluso teníamos amigos imaginarios.
Hasta que entramos al colegio. Entonces comenzó la metamorfosis del niño feliz, al joven incómodo, al adulto productivo. Allí, en la escolaridad quedó sepultada nuestra verdadera identidad. Allí se marchitó nuestra felicidad. Allí aprendimos a sentirnos insatisfechos y a competir por un éxito importado, que ni siquiera nos motiva.
Por eso, propongo extender el juego a toda la escolaridad. Y cambiar el foco de la enseñanza. Que la educación consista en enseñarnos a conservar nuestro bienestar y hacernos conscientes de lo que nos hace felices. Transformar la escuela en un lugar de encuentro respetuoso, para jugar a ser felices y a convivir en armonía… y sobre todo, a convertirnos en adultos realizados.

Se puede educar para el bienestar porque la felicidad se puede medir. En la University College London del Reino Unido, se desarrolló una fórmula que permite definir el nivel de felicidad que tiene una persona. Y, cosa nada extraña, depende del pasado (historia), del presente (satisfacción) y del futuro esperado (expectativas). ¡Demuestra que es mejor ver el vaso medio lleno! 

He diseñado un curso gratis para personas que quieran ser felices. Lamentablemente no lo puedo dictar. No tendré alumnos. Están todos ocupados intentando ser exitosos.

¡Si la felicidad está más cerca de lo que pensamos, es porque no pensamos en ella!

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