La felicidad está en todas partes:
Entre las
páginas de un buen libro…
En las
notas de una bella canción…
En la
experiencia de una película asombrosa…
Entre los
brazos amorosos de un niño…
En los
labios de un impulsivo beso…
En las
caricias de un amante cansado…
En el
silencio profundo del espacio infinito…
En las
risas de los niños que juegan…
En la
sonrisa del cómplice…
En la
tibieza de la ducha…
En el sabor
del apetito…
En el agua
del sediento…
En el calor
de la fogata…
En el
viento refrescante…
En la
lluvia renovadora…
En la
esperanza del reencuentro…
En el
recuerdo imperecedero del amor…
En la
inocencia de la infancia…
En el sueño
reparador…
En la magia
del darse cuenta…
En el deseo
inexplicable…
En la salud
imperceptible…
En el
despertar ansioso…
En el
dormitar apacible…
En el amor
maternal…
En la
reflexión diaria…
En la
coincidencia inesperada…
En la
meditación profunda…
En la
ilusión del desenfreno…
En la
imaginación dirigida…
En el
objetivo alcanzado con esfuerzo…
En el
camino recorrido con conciencia…
En el
pasado que nos esculpió…
En el
futuro incierto que visitaremos…
En cada
instante de nuestro tiempo…
¡Especialmente
en el presente!
Sostengo que hay sobrado bienestar a
nuestro alrededor. Que la felicidad está disponible para quien tenga la
sensibilidad para detectarla. Y que podemos, o mejor debemos, ser más felices
de lo que somos. Como cuando éramos niños inocentes.
Sospecho que la escuela nos
distancia del bienestar y de la felicidad. En el jardín, jugábamos sin
expectativas y sin exigencias. Solo por el gusto de jugar con otros niños. Y
éramos felices jugando. No necesitábamos mucho. Incluso teníamos amigos imaginarios.
Hasta que entramos al colegio.
Entonces comenzó la metamorfosis del niño feliz, al joven incómodo, al adulto
productivo. Allí, en la escolaridad quedó sepultada nuestra verdadera
identidad. Allí se marchitó nuestra felicidad. Allí aprendimos a sentirnos
insatisfechos y a competir por un éxito importado, que ni siquiera nos motiva.
Por eso, propongo extender el juego
a toda la escolaridad. Y cambiar el foco de la enseñanza. Que la educación
consista en enseñarnos a conservar nuestro bienestar y hacernos conscientes de
lo que nos hace felices. Transformar la escuela en un lugar de encuentro
respetuoso, para jugar a ser felices y a convivir en armonía… y sobre todo, a
convertirnos en adultos realizados.
Se puede educar para el bienestar porque la felicidad se puede medir. En la University College London del Reino Unido, se desarrolló una fórmula que permite definir el nivel de felicidad que tiene una persona. Y, cosa nada extraña, depende del pasado (historia), del presente (satisfacción) y del futuro esperado (expectativas). ¡Demuestra que es mejor ver el vaso medio lleno!
Se puede educar para el bienestar porque la felicidad se puede medir. En la University College London del Reino Unido, se desarrolló una fórmula que permite definir el nivel de felicidad que tiene una persona. Y, cosa nada extraña, depende del pasado (historia), del presente (satisfacción) y del futuro esperado (expectativas). ¡Demuestra que es mejor ver el vaso medio lleno!
He diseñado un curso gratis para
personas que quieran ser felices. Lamentablemente no lo puedo dictar. No tendré
alumnos. Están todos ocupados intentando ser exitosos.
¡Si la felicidad está más cerca de
lo que pensamos, es porque no pensamos en ella!
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