Cuando era estudiante de ingeniería,
estudiaba en grupo, normalmente justo antes de las pruebas y usualmente de
noche. Invariablemente me quedaba dormido, mientras mis compañeros seguían
resolviendo problemas. Al día siguiente, me despertaba descansado, lúcido y con
la materia comprendida. Durante la noche, mientras dormía mi inconsciente (de
alguna manera), trabajaba en la resolución de aquellos problemas y proponía
soluciones de gran creatividad. La recurrencia de este fenómeno me llevó a
concluir que el aprendizaje profundo no se genera durante la vigilia.
Durante el resto de mi vida, he
confirmado esa hipótesis, confiando en el sueño para desentrañar situaciones
difíciles o resolver encrucijadas. Concentrarse en un problema justo antes de
dormir, era la receta apropiada para resolverlo. Algo extraordinario ocurría en
mi mente durante la noche. A la mañana siguiente, todo quedaba aclarado.
Algunas veces, sin embargo, en medio
de la noche, me despertaba pensando en ese problema. Sin salir del estado
semi-dormido, lograba identificar algún mensaje importante que mi inconsciente
quería transmitirme acerca de mis preocupaciones y prontamente me volvía a
dormir. Al despertar, al día siguiente, muchas veces olvidé esa recomendación.
De modo que me acostumbré a dormir con una libreta en el velador, para anotar
los “mensajes de la almohada” antes de que la vigilia los borrara de mi
memoria.
Esa libreta se transformó
paulatinamente, en un diario de mi inconsciente, donde anotaba no sólo aquellos
consejos oníricos sino las ideas que se ocurrían durante la noche.
Cuando no lograba recordar nada,
simplemente cogía la libreta y anotaba lo que se venía a mi mente. Sin razonar,
ni procesar, sino únicamente fluyendo a lo que el lápiz quería escribir. Así
descubrí otra fuente de información extremadamente valiosa.
Resultó una herramienta tan
poderosa, que comencé a experimentar con sueños lúcidos – sin perder
consciencia – y logré efectos asombrosos. ¡Las ideas que emanaban desde mi
inconsciente eran geniales!
Comencé a “dormitar” sin perder
consciencia y me enriquecí con una serie de epifanías que me hicieron ampliar
mi conciencia. El estado de “ensueño”
era creador por esencia.
Desde allí a usar la meditación
había un paso muy pequeño. Cada vez que mi mente se contactaba con el silencio,
allí en la nada, aparecía un pensamiento
creativo.
Fue entonces cuando comencé a
meditar con música suave de fondo y con un buen propósito en el corazón. Como
queriendo pedirle a ese silencio que me ayudara a generar esa intención, sencillamente
porque era “bueno” para todos. En cuestión de semanas, toda intención positiva
y altruista que deseé en ese estado semi-inconsciente de silencio mental, se
materializó exactamente como la había visualizado. ¡Mis pensamientos eran
capaces de influir en las circunstancias!
Esto me ocurrió mucho antes de que
“El Secreto” se convirtiera en un best-seller. Cuando leí ese libro, yo ya
sabía que en nuestras intenciones había un poder milagroso. Estaba atemorizado
por el poderío de mis pensamientos y decidí no seguir jugando con fuego. Todo
lo que deseaba (con ciertas restricciones) se convertía en realidad. ¡Mis
deseos eran poderosos! ¡Mis ideas producían milagros!
Quise hacerme responsable de mis
pensamientos y decidí estudiar el poder del inconsciente. En esta aventura he
avanzado mucho, pero me queda demasiado aun por comprender. Por ahora basta
señalar que es más potente de los que jamás imaginé. Y recomendarles que se
comuniquen con su inconsciente, que escriban las lecciones del sueño, que
escuchen los consejos de la almohada, que hablen con sus silencios y que tengan
intenciones positivas para el futuro de la Humanidad.
¡El mundo que vivimos se construye
con las intenciones de todos los seres humanos!