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lunes, 17 de agosto de 2015

Escuelas de Resiliencia


El aumento de la delincuencia es una legítima preocupación de nuestra asustada población. El incremento de la violencia y de la sensación de inseguridad ha sido dramático. Y si bien algunas autoridades sostienen que las cifras oficiales no coinciden con la emoción colectiva imperante, tampoco parecen considerar que la impotencia y frustración de un sistema judicial extremadamente burocrático e ineficiente para proteger a las verdaderas víctimas, hace que nadie quiera perder el tiempo en hacer denuncias.
En una reciente encuesta de opinión que hizo Tolerancia Cero, la aplastante mayoría de las personas manifestó categóricamente la necesidad de mejorar el sistema judicial para combatir la delincuencia. Detrás de esta creencia, puede deducirse que los chilenos no confiamos en el sistema y tampoco denunciamos ni persistimos en los procesos. En consecuencia, es obvio que las cifras oficiales no reflejan ni de cerca la magnitud y profundidad del problema.
Sostenemos que la delincuencia es un problema enorme que tiene sus raíces en la combinación de 2 factores: la inequidad y la mala calidad de la educación pública. En el libro de Linda Darling-Hammond, The Flat World and Education, se demuestra inequívocamente que en Estados Unidos existe una perturbante correlación entre estos factores y la delincuencia. Chile parece confirmar que la delincuencia es el síntoma de una sociedad injusta (la enfermedad) que no cuenta con el tratamiento de una real oportunidad educativa para nivelar la cancha. Los jóvenes, condenados por la pobreza y la vulnerabilidad, dejan la escuela por esa misma frustración e impotencia con que juzgamos al sistema educacional. No confían en el sistema educativo, ni persisten en su educación. No quieren perder el tiempo.
Prefieren aprender a delinquir. Mientras sean menores, tendrán la protección del Estado. Si los detienen, acceden al Preuniversitario del Delito y si reinciden y son condenados, entran a la Universidad del Crimen, donde pueden perfeccionarse con los mejores especialistas. Un camino alternativo es la prostitución, pero el resultado es similar. Las soluciones fáciles y cortoplacistas no existen. Sencillamente los proscriben progresivamente a una vida oscura y degradante para cerrar el círculo vicioso de la inequidad.


La única solución legítima para nuestros jóvenes es darles la oportunidad de una educación de calidad. Una educación que inculque la importancia de vivir en democracia, que los prepare para la autonomía de pensamiento, para resolver problemas, para trabajar en equipo, para innovar y para reflexionar. Una formación sólida en valores, generadora de habilidades socio-emocionales y específicamente orientada a protegerlos de las presiones por desertar, brindándoles un camino atractivo y motivante que los saque de la pobreza en función de potenciar sus aptitudes individuales. Por sobre todo, debemos infundir en ellos un espíritu resiliente, que les permita levantarse cada vez que piensen que están derrotados.
Proponemos que en cada comunidad exista una Escuela de Resiliencia, una institución educativa de excelencia complementaria y de carácter público, cuyo objetivo fundamental sea desarrollar las competencias sociales de cada alumno, y fortalecer su personalidad para transformarlos en ejemplos de superación. Dirigidas por profesores y psicólogos voluntarios, estas instituciones podrán cambiar el futuro de nuestros jóvenes y tejer una historia colectiva de éxito frente a la adversidad.


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