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domingo, 9 de agosto de 2015

Cambiar el pasado

En la película “La dama de oro” hay un tratamiento muy interesante acerca de reinterpretar el pasado para mejorar las posibilidades de reconciliación. Una necesidad urgente para nuestro país y para el mundo.

A veces pensamos que estamos condenados por nuestro pasado. Por lo que nos tocó vivir. Creemos que los acontecimientos nos han marcado irreversiblemente. Pero afortunadamente no es así. Podemos reconciliarnos, con nuestro pasado y con nuestra historia; esa es la moraleja de la película. ¡Esa es la gran posibilidad que tenemos!
En efecto, todo está mediado por el “observador”.  Especialmente nuestro pasado…
Tal como señala Humberto Maturana, no existe una realidad objetiva independiente del observador. Nuestro pasado no es algo fijo e inmutable. Más bien, lo que identificamos como “pasado” es la interpretación que le dimos a los acontecimientos que vivimos. En realidad, es un recuerdo subjetivo.
Y como la interpretación del observador que fuimos al vivirlo, puede variar cuando posteriormente tomamos consciencia de situaciones que no advertimos en su momento, entonces también puede cambiar nuestro pasado.
Recuerdo cuando ya adulto, visité después de muchos años, la enorme casa patronal del fundo donde pasé mi tierna infancia. Un lugar de recuerdos imborrables y emociones intensas. Mi sorpresa fue mayúscula. ¡Todo se había reducido! El tiempo parecía haber achicado la casa, el jardín y hasta mis recuerdos. Todo era diferente. Mi pasado cambió. Y en ese momento, yo también cambié.
El pasado es fluido, plástico. Cuando el observador cambia, producto de una expansión de consciencia, también cambia la interpretación de su propia historia. Cambia su pasado.
Este hecho es muy poderoso porque permite la reconciliación entre quienes no se entendieron en el pasado. Todos hemos sido injustos con alguien (aunque no nos hayamos percatado de la injusticia en su momento) y muchos han sido injustos con nosotros (de esto sí que nos dimos cuenta). La mayoría de las veces, esa injusticia era producto de una interpretación errónea, parcial y dogmática de una situación.
Hoy, que estoy más viejo y (espero) algo más sabio, he aprendido a pedir perdón por las cegueras que me hicieron cometer errores y también he aprendido a perdonar a quienes se equivocaron conmigo.
Chile necesita mirar su pasado con ganas de reconciliación. Todos nos equivocamos. No supimos convivir con respeto y cometimos errores tremendos producto de posiciones intransigentes. Hemos cargado por demasiado tiempo dolores, odios y rencores. Es un equipaje muy pesado.
Llegó el momento de la reconciliación.
Pidamos perdón y perdonemos a “los otros”, tomando consciencia de que estamos unidos en un proyecto de sociedad que debe construirse en el respeto por el prójimo, en el comportamiento ético, en una democracia auténtica y en la convicción de que juntos somos mejores.
Somos más que hermanos, todos formamos parte de un pueblo resiliente que tiene el desafío pendiente de la verdadera reconciliación.

¡A transformar el pasado para querernos más!

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