En
la película “La dama de oro” hay un
tratamiento muy interesante acerca de reinterpretar el pasado para mejorar las posibilidades de reconciliación. Una
necesidad urgente para nuestro país y para el mundo.
A
veces pensamos que estamos condenados por nuestro pasado. Por lo que nos tocó
vivir. Creemos que los acontecimientos nos han marcado irreversiblemente. Pero
afortunadamente no es así. Podemos reconciliarnos, con nuestro pasado y con
nuestra historia; esa es la moraleja de la película. ¡Esa es la gran
posibilidad que tenemos!
En
efecto, todo está mediado por el “observador”.
Especialmente nuestro pasado…
Tal
como señala Humberto Maturana, no existe una realidad objetiva independiente
del observador. Nuestro pasado no es algo fijo e inmutable. Más bien, lo que
identificamos como “pasado” es la interpretación que le dimos a los
acontecimientos que vivimos. En realidad, es un recuerdo subjetivo.
Y
como la interpretación del observador que fuimos al vivirlo, puede variar
cuando posteriormente tomamos consciencia de situaciones que no advertimos en
su momento, entonces también puede cambiar nuestro pasado.
Recuerdo
cuando ya adulto, visité después de muchos años, la enorme casa patronal del
fundo donde pasé mi tierna infancia. Un lugar de recuerdos imborrables y
emociones intensas. Mi sorpresa fue mayúscula. ¡Todo se había reducido! El
tiempo parecía haber achicado la casa, el jardín y hasta mis recuerdos. Todo
era diferente. Mi pasado cambió. Y en ese momento, yo también cambié.
El
pasado es fluido, plástico. Cuando el observador cambia, producto de una expansión de
consciencia, también cambia la interpretación de su propia historia. Cambia su
pasado.
Este
hecho es muy poderoso porque permite la reconciliación entre quienes no se
entendieron en el pasado. Todos hemos sido injustos con alguien (aunque no nos
hayamos percatado de la injusticia en su momento) y muchos han sido injustos
con nosotros (de esto sí que nos dimos cuenta). La mayoría de las veces, esa
injusticia era producto de una interpretación errónea, parcial y dogmática de
una situación.
Hoy,
que estoy más viejo y (espero) algo más sabio, he aprendido a pedir perdón por las cegueras
que me hicieron cometer errores y también he aprendido a perdonar a quienes se
equivocaron conmigo.
Chile
necesita mirar su pasado con ganas de reconciliación. Todos nos equivocamos. No
supimos convivir con respeto y cometimos errores tremendos producto de
posiciones intransigentes. Hemos cargado por demasiado tiempo dolores, odios y
rencores. Es un equipaje muy pesado.
Llegó
el momento de la reconciliación.
Pidamos
perdón y perdonemos a “los otros”, tomando consciencia de que estamos unidos en
un proyecto de sociedad que debe construirse en el respeto por el prójimo, en
el comportamiento ético, en una democracia auténtica y en la convicción de que
juntos somos mejores.
Somos más que hermanos, todos formamos parte de
un pueblo resiliente que tiene el desafío pendiente de la verdadera
reconciliación.
¡A
transformar el pasado para querernos más!
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